martes, 29 de abril de 2008

Noticias- Mendoza: La inseguridad exterminadora en Mendoza

El comisario Luis Pariggi, una escoba nueva ¿barrerá bien?


Casi una docena de ministros de Seguridad en poco más de un gobierno.
Mendoza, Argentina, Hemisferio Sur, Planeta Tierra, para más señas. Todo de verdad. Un récord. No es realismo fantástico. Los responsables de cuidar a la gente, que tienen a la policía a su mando, salían catapultados hacia el llano. Esto del llano es una metáfora ya que sus estruendosos fracasos al frente de ese ministerio eran compensados con otros cargos que, obviamente, paga el pueblo.
Los arteros asesinatos de una dulce maestra jardinera, de un ama de casa cometidos para robarles los vehículos. Jóvenes trabajadores masacrados para quitarles sus scooters, repartidores de comestibles ultimados por la recaudación.
Los muertos por la delincuencia se suceden día a día en la tierra del sol y del buen vino. Algunos se llevan a un ministro y adláteres. Otros pasan al más allá sólo acompañados por la pena de sus familiares. El penúltimo ministro, que partió, fue un político representante de un rancio partido conservador, el Demócrata, cuyos integrantes se autodenominan “gansos”.
¿Y qué hacía un palmípedo en un gobierno peronista? Acaso para entender algo de la mixtura: ese antiguo partido funcionó otrora como colaboracionista con los genocidas de la Restauración Nacional. Y hasta tuvo un vector entre los travestis.
Un ex gobernador de facto (época milica) vivió no hace mucho zarandeando romance con un grotesco y rodilludo hombre disfrazado de mujer que lo denunció (malo, malo el ánade, me pegaba y quería cosas)
El penúltimo de los ministros de seguridad, perteneciente a las mismas huestes que el amante de los tonos bajos, del color bajo, el del affaire con travieso travesaño de la Cuarta Sección, metió la pata al poner al frente de la policía a un oficial vinculado al proceso de desapariciones.
Leer todo el artículo - CerrarNadie se lo perdonó. Se hizo un pormenorizado seguimiento de esta anormalidad y falta de ética, en la Quinta Pata Digital. Desde Buenos Aires lo crucificaron a él y a su comisario. En Mendoza las organizaciones de derechos humanos les hacían manifestaciones día por medio. Tuvo que irse. Con un solo mérito: partió no empujado por otro homicidio de una delincuencia desmadrada.

Existe, no escrita, pero se puede confeccionar, una lista de policías probos, respetados por sus subalternos, para colocar en un lugar clave. El último ministro saliente eligió a uno con máculas. Entrenado para combatir la subversión, aunque juró que nunca hizo nada. Y bueno, los sacaron a los bolsazos. A los dos y a una larga lista de favorecidos en cargos políticos.

Pusieron a otro ministro, diputado renunciante a su banca para manejar la seguridad. Con el recuerdo demasiado fresco de lo ocurrido, nombró a un jefe policial sin características de tigre (manchas) Parece que, por lo menos hasta ahora, acertó con la decisión. Eligió a un hombre valorado por aquellos a quienes tendrá que bajarles órdenes.

Ocurre en la policía mendocina: al que no respetan no le obedecen. Lo bicicletean de una y cien formas. Se apoyan en realidades: Qué se hace el Rambo si ese jamás metió preso ni a un borracho. O cuando le conocen las novias a las que les ponen consignas para que nadie las asalte al llegar a sus casas. O los saben liberadores de zonas para que roben tranquilos sus protegidos. La nómina de los que merecen el desprecio de sus pares incluye a otros que alguna vez esperaron la llamada de un abogado y mantuvieron stand by a una banda de ladrones a la que luego liberaron anotando en el libro de guardia, detenidos por averiguación de antecedentes.

Los policías honestos no perdonan a sus pares que lucran con la profesión. No admiten contubernios con quienes, si las papas queman, no vacilarán en asesinarlos. No hay una suma y sería triste concretarla, de la cantidad de policías muertos por el hampa que descansan en el Panteón Policial. Son muchos.

Condenan también al timorato, a ese que nunca fue capaz ni de esposar a un beodo dicharachero. Policías que supieron preservarse en cargos administrativos y que sienten alergia por la calle y sus riesgos. No los aceptan aunque ostenten altos grados.

De ahí que la elección de un oficial aun joven, hombre recto, conocido por su seriedad y eficiencia, a quien no se le puede achacar ni una falta menor, es atinada.

Es de esperar ahora que este hombre cuente con la autoridad suficiente, que emana de la cúpula política civil, como para implantar reformas importantes en la institución.

Por ejemplo, entrenar debidamente al personal de calle. Es dable ver a jóvenes uniformados, recién salidos de la academia, con rango, encarar procedimientos de modo inadecuado. Es el caso de un suceso menor pero que podría haber sido una tragedia.
Primeras hora de la noche, monobloques Pellegrini, Parque Central, tres semanas atrás.
Cuchillo en mano un sujeto sustrae el celular que usaba un niño. Huye en bicicleta el ladrón. Detrás un señor cualquiera, a prudente distancia, con un rodado más veloz que el del maleante. Ve que se sumerge en la oscuridad de plaza Irigoyen, a pocas cuadras del escenario del hecho y se reúne con algunos jóvenes que estaban sentados en un banco. Avisa al teléfono de emergencias, llega un patrullero.

Sus tripulantes entrevistan a los muchachos, miran la bicicleta descripta por los testigos. Retornan al coche e informan a vecinos reunidos que no pasa nada: los sospechosos son jóvenes de un edificio cercano, estudiantes unos, que trabajan otros. Eso les dijeron. Alguien les pregunta a los uniformados por el arma. No tenían puñal. Claro. Al ver llegar a la policía el ladrón se desembarazó del filo. No podía estar muy lejos, detrás del banco, o un poco más allá, en el pasto. Pero no buscaron. Saldo: un delincuente armado, impune, quedó listo para otro golpe. Y la pregunta ¿Si el próximo chico que elija para sustraerle el teléfono se resiste y el ladrón, nervioso, lo degüella? La lista de responsabilidades, más allá del autor material de un hecho, se diluye.

Entrenamiento. Talleres, así se los puede llamar, en los que policías con mucha experiencia de calle enseñen a los nuevos lo que no se aprende en las aulas. Cómo cuidar sus vidas. De qué manera aproximarse a un vehículo de sospechosos, con una cobertura armada adecuada desde una posición equidistante. Por lo menos tres policías murieron, en los últimos siete años, hombres jóvenes, con familias, al ser baleados desde el interior de vehículos a los que interceptaron solos, mientras sus compañeros, en lugar de protegerlos, estaban a la distancia. Cuestiones básicas de entrenamiento.

La observación del modus operandi de, por ejemplo, los arrebatadores que casi todos los días, asaltan a quienes retiran dinero de los bancos. Los chorros no son adivinos. La tecnología celular los asiste. Y si eso se sabe ¿Por qué no se investiga? ¿De dónde sale la información que un señor retiró de ventanilla diez mil pesos y no cien? ¿El ladrón está adentro del banco? ¿Nadie lo ve? ¿O hay un oficioso que pasa el dato vía celular?: canoso, campera blanca, pantalón marrón, maletín negro. Ahora sale. Consumatum est.

La responsabilidad del banco finaliza cuando el cliente llega a la vereda, eso sería lo legal. Pero ocurre que los ladrones tienen ojos adentro de los locales crediticios. Entonces les corresponde a esas instituciones financieras investigar. Es sencillo salirle al cruce a la situación. Alguna vez se hizo, en el desguazado Banco de Previsión Social, sustraído a la gente y entregado a aventureros que lo hicieron desaparecer. Alguien trasponía la puerta del sector de pagos y un recepcionista, muy educado, obviamente policía de civil, ofrecía sus servicios y orientaba al recién llegado hacia la ventanilla que debía concurrir.

Obviamente en ese momento lo registraba. Su ojo clínico (los buenos policías lo tienen) pronto le indicaban si estaba ante un cliente normal o un malhechor, bien vestido, que entraba sólo a hacer la “producción” del robo. Ante la menor duda, y el uso de discretos handies el sujeto quedaba bajo vigilancia. A veces ese control era intencionalmente tan notorio que el ayudante de los chorros que estaban en moto en las cercanías, pedía cambio en una caja, con un sonriente policía de civil atrás y ponía pies en polvorosa. Con ese sistema bajaron los robos.

Está prohibido hablar por celulares en los bancos. Pero quien quiera, los emplea lo mismo. Existen dispositivos que permiten conversar sin tener en la mano el aparato. Un casi imperceptible audífono. Un micrófono disimulado en la corbata o bajo el cuello de la remera y listo. El teléfono responde automáticamente a una llamada, sin tocarlo. Puede ser accionado con un botón.

Es dable además usar pequeños equipos radiotransmisores, en enlace continuo y que operen sólo en una vía: sirven para pasar la descripción del portador de dinero. No necesitan de auricular. Sólo un pequeño micrófono más chico que una moneda de cinco centavos.

Ya no hay dudas de que los datos emergen del interior de los bancos. De no ser así estamos ante una nueva generación de chorros con poderes extrasensoriales, videntes acá y a ultranza o con visión tipo Superman que les permite contar los billetes a través de la bratina de un maletín. Y como eso no es posible, entonces, a investigar. Puede complementarse una acción de ese tipo con un control de motociclistas estacionados en las inmediaciones de los bancos. O un chequeo de esos vehículos en movimiento. Y ahí también el descenso del ojo clínico. No perder tiempo revisando papeles y bolsos con pañales de una parejita que monta una motito de 50 centímetros cúbicos, dos tiempos, lentísima (se ve muy seguido a policías en esos menesteres) No. Hay que parar a los que van en vehículos más poderosos, con camisas, remeras o camperas sueltas (debajo llevan las pistolas 9 milímetros) bien vestidos y (oh sorpresa) la moto que tripulan casi invariablemente es robada. ¿Por qué? Si un contratiempo los obliga a huir y dejar el rodado puede ser identificado uno de ellos por la patente. Es muy poco frecuente que empleen motos propias para delinquir.

Y por último, algo ya expresado en este espacio pero que conviene situarlo en planta nuevamente. No se resuelve mucho con largar a la calle más autos policiales. Ni uniformados que caminan y se reúnen en las esquinas en grupos numerosos para hablar de ítems impagos. Es cierto que la presencia de color azul funciona como elemento disuasivo para la generación de delitos. Pero eso sólo es eventual. Pasó el patrullero y el chorro quedó listo para actuar. Se van los que charlaban en la esquina, generalmente a partir de las 22 y a los ladrones se les torna el campo orégano.

Valga una última anécdota, ilustrativa. Una calle de Londres, suburbio donde inmigrantes han instalado negocios. Público heterogéneo. Dos argentinos. Uno, turista, portando una valiosa cámara. El otro, residente en Inglaterra. Alarmado el primero al ver a sujetos con raras gorras que caminan a su lado. Negros. Asiáticos. Como dice el tango yo sé que ahora vendrán caras extrañas. Estaban todas ahí. Che, acá me van a afanar la cámara. No he visto ni a un policía. Rajemos rápido. Y la respuesta es la clave de lo que hace falta en Mendoza: No ves a ningún policía, pero están. Acaso uno de turbante y barba mesiánica era un bobbie sin su clásico uniforme.

Hay que armar cuadros que salgan de civil a las calles. Darles una caracterización que los mimetice con su entorno. Que conozcan la zona que pisan. Que los chorros que tienen mil ojos, se confundan y de ese modo, caigan.

Examinar los antecedentes y accionar de los violentos asaltantes a mano armada que salen libres por esos intríngulis de un sistema judicial basado en lo estrictamente legal y no en el sentido común, con leyes que se cuidan a sí mismas y no a la gente. Rodeadas de una selva de tecnicismos que les abren puertas de celdas a ladrones. Y a asesinos. Los considerados peligrosos, tarde o temprano, ante la menor resistencia, matarán a un ciudadano.

Y los otros, los pibes de sectores pobres que empiezan siendo rateros para comprar inhalante y cerveza, hasta que logran su primera pistola 9 milímetros. Ahí el botín buscado es mayor ya que las drogas pesadas son caras. Esto último, debería ser analizado por especialistas universitarios, abocados muchas veces a investigaciones que no sirven para mejorar la vida de la gente. La comunidad a través de sus elegidos, paso posterior, debería salirle al cruce de una vez por todas a los problemas sociales, carencias, abandonos, que empujan a muchos niños primero a la mendicidad y luego, ya adolescentes, a la delincuencia.

Buen trabajo le espera al comisario Luis Pariggi, con rango de subsecretario, jefe de la policía, si es que cuenta con la apoyatura necesaria del poder político civil. De no ser así, estaremos ante otro fracaso de la aplicación de la seguridad. Y otro ministro que bajará desprestigiado del cargo. Y Dios quiera que no ocurra, más personas, padres de familia, señoras, estudiantes, seres útiles, queridos, serán inmolados por una delincuencia que, hasta ahora, no conoce límites.

Alberto Atienza, La Quinta Pata, 29-04-08

La Quinta Pata

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