Florencia Manssur
La dramaturga, docente, actriz y narradora explica cómo surgió la inspiración para su novela Y dáselo al fuego, situada en su ciudad natal de Bowen. Habla sobre los exquisitos momentos que le ha dado el teatro tanto adelante como detrás del telón y de lo acotado del panorama local para escritores y artistas emergentes.
Sonnia de Monte se autodefine como una persona inquieta y lo es, aunque, más que inquieta se la podría catalogar como una apasionada de su profesión. Una trabajadora inagotable al servicio de la palabra, las imágenes, la enseñanza y la cultura olvidada.
Criada en una familia de escritores, posee la capacidad de plasmar en obras teatrales amenas y seductoras distintas historias que luego actores y directores encarnan y transforman de formas artísticas diversas. Es una de las dramaturgas más prolíferas y accesibles de la provincia, aunque siempre con el objetivo puesto en develar que la historia y las costumbres son los cimientos de la vida actual.
Es actriz y licenciada en Arte Dramático de la Universidad Nacional de Cuyo, delegada de Argentores por la región cuyana y docente de la Escuela Regional Cuyo de Cine y Video. Además, es autora de gran cantidad de obras como Escombros, Vairoleto, el Pampero, Valde bona, Fugitivos y Juan de la verdad por nombrar algunas y actriz de tantas otras que subsisten en el recuerdo del público mendocino.
En 1998 publicó el libro Teatro y en 2005 la novela Está lloviendo en Victorica aunque recién este año editó la primera novela que concibió, Y dáselo al fuego, un relato penetrante sobre la vida en su Bowen natal luego de la pérdida del tren y la historia que dejó la última dictadura militar en ese pueblo.
Actualmente, De Monte está embarcada en la corrección de la novela basada en su obra Escombros sobre María Luz Sosa de Godoy Cruz y continúa trabajando en Ediciones Culturales de la Subsecretaría de Cultura. Con amplia trayectoria y un espíritu irrefrenable, a sus 50 años la escritora reflexiona sobre la labor incompleta de la dependencia en la que trabaja y sobre la difícil tarea de ser artista en Mendoza, de crear y exponer en tiempos del arte comercial y la vida acelerada.
- ¿Sos actriz o escritora?
-Las dos cosas, sin duda.
- ¿Qué nació primero? Leer todo el artículo
- La escritura, porque tiene que ver con características familiares. En casa se leía y mucho, mis padres y mis dos hermanos escriben. Creo que la escritura nació primero; después, encontrarme con el teatro hizo que decidiera ser actriz, pero la escritura fue primero.
-¿Qué satisfacciones te da una y la otra?
- Son muy distintas, la escritura te da la satisfacción de creación en soledad, el hacer gala ante uno mismo, ante mí misma y de gozarlo. Esa creación totalmente silenciosa y que está ahí y es tu única compañía. El teatro es todo lo contrario, no se puede hacer si no estás rodeado de gente, se hace una relación muy particular con la gente que uno trabajo, te exponés pero no como en la escritura que es una exposición ante uno mismo sino que en el teatro se hace una exposición del cuerpo y ante un montón de gente. Con respecto a las satisfacciones no sé, como soy un tanto ermitaña, el teatro me favorece para compartir un poco más socialmente, pero la escritura quizás se acerca más a mi modo de ser.
- Sos una de las dramaturgas por excelencia de la provincia, ¿cuáles son los recuerdos que más valorás de esa otra tarea tuya?
- Bueno hay cosas fuertes, cosas tristes y otras graciosas. Las primeras obras escritas no las voy a olvidar nunca porque cuando el (Ernesto) “Flaco” Suárez volvió del exilio y creó El taller, buscábamos obras que tuvieran que ver con lo que queríamos decir, recién vueltos a la democracia, renqueando, pero democracia al fin. Buscábamos obras que tuvieran que ver con nuestras vivencias y necesidades, pero no encontrábamos, entonces empezamos a trabajar textos en grupo, algunas veces sobre originales y otras con cosas que se nos ocurrían y empezamos a hacer la escritura con la estructura de la dramaturgia a partir de esas creaciones colectivas. Si bien esas obras no son mías totalmente, es lo primero que se me ocurre contar, fue lo primero que me hizo sentir la emoción de buscarle la forma de estructura dramática a las locuras que decíamos y nos inventábamos. Esa cosa a la que está obligado el dramaturgo de rasgarse cuando tiene que decidir que una parte no va y sacarla, a pesar de que se halla enamorado de eso y de que haya salido un texto espléndido. También recuerdo la publicación del primer libro con tres obras. Por ahí los dramaturgos no tenemos tanta expectativa en la publicación del teatro, la expectativa está puesta en que la obra se exponga en un escenario, pero esa publicación fue muy linda. Y otra cosa muy fuerte fue que un grupo de teatro –al que actualmente pertenezco, el Trinidad Guevara- estrenara una obra que se llama Después del agua que tiene que ver con los desaparecidos y al ser gente un poco menor que yo, no vivieron esa época con la misma intensidad por una cuestión generacional. Ellos tomaron la obra y la hicieron comprendiendo infinitamente lo que significaba y eso fue muy fuerte. También tengo que nombrar el montaje de Vairoleto, el Pampero, cuando el Flaco Suárez la montó como teatro popular, después la montó un queridísimo director riojano lamentablemente fallecido, Emmanuel Quiesa, como fiesta de fin de circo y después González Mayo como danza teatro, porque la dramaturgia es eso. Vos escribiste la obra y ¡ya está! No te pertenece más porque aparece en la imagen del director que ya no tiene que ver con tus propias imágenes y empezás a ver unas cosas y decís, ¿yo escribí eso? Y sí, sólo que le das al otro la libertad de hacer volar su imaginación para que pueda hacer su propio discurso con tu discurso, eso es fantástico.
- Siendo artista, ¿cómo viviste en Mendoza esos años de dictadura miliar?
- Creo que toda esa historia nos ha hecho, nos ha armado de una determinada forma, nos ha dejado una cultura lamentable, en todo sentido. Puedo contar un recuerdo, una especie de homenaje a un amigo que ya no está con nosotros, Eduardo Salas, un gran actor, un loco, un bohemio que era un gran locutor de radio también. En esa época no se podía hacer casi nada o nada mejor dicho. Y con Salas se nos ocurrió hacer teatro en las calles, yo nunca lo había hecho, entonces elegimos una obra de Tennessee Williams. No sé por qué se nos ocurrió hacer una obra tan difícil en la calle. Trata sobre una madre que reprime al hijo, en realidad, tenía sentido que la hiciéramos; la adaptamos para que fuera corta y, por ejemplo, hacíamos una parte en la Alameda y agarrábamos las cosas y nos íbamos corriendo a terminarla en otro lado, una cosa rarísima que ha quedado en mi recuerdo como una forma de querer hacer algo en momentos en que no era nada fácil.
- ¿Cómo se vivió en el panorama artístico de la provincia la vuelta a la democracia?
- Había una especie de ansiedad que nos hacía atropellarnos con las ganas. En El taller encontramos una forma de poder ajustar la ansiedad a la creatividad y fue, gracias a la forma de laburo del “Flaco” con humor. Hicimos dos obras con temas muy profundos como el poder y la represión en la huelga de las mujeres, pero con humor y la gente las gozó mucho. Otra fue Franky Frankestein sobre la discriminación tomando Frankenstein. El moderno Prometeo de Mary Shelley como base. Con esas obras pudimos decir con humor lo que, quizás, necesitábamos decir con mucho llanto porque la cosa había sido dura. Digamos que se podía decir y hacer, a veces hasta me da la impresión de que se puso más jodido expresarse después porque cuando pasaron unos años, en los ´90, lo que reprimía era la comercialización de la cosa, es decir, tener que hacer algo para vender y eso limitó mucho la creatividad.
- Este año editaste la novela Y dáselo al fuego, ¿cómo surgió la historia?
- Surgió por la necesidad de rescatar memorias de un espacio que para mí es muy profundo, que me tira mucho y al cual pertenezco que es el sur de la provincia, Bowen, donde nací. Es un lugar que hoy se lo ve recuperarse, pero que en 1977 cuando en plena dictadura se cortaron los trenes se vino abajo, se destruyó, quedó como un pueblo fantasma, además de los fantasmas de los que ya no están precisamente por la dictadura. Escribirla fue como una especie de catarsis, es una novela de ficción, pero la gente que conoce el pueblo y ese paisaje, se reconoce allí, dentro de esa historia porque también les pertenece.
- ¿Qué es lo que más te costó de pasar de la dramaturgia a la novela?
- En realidad no me costó. Yo, por ejemplo, soy mala para escribir cuentos porque me excedo en descripciones y demás por lo que desistí. Además, quien escribía cuentos maravillosos era mi hermano mayor, yo creí que me daba más para la novela y bueno por eso intenté el género. Por mis características, la novela me sienta mejor porque me puedo extender todo lo que quiero, ahora, el teatro me da la posibilidad de expresarme con imágenes y eso es maravilloso. Son dos cosas distintas; en el teatro las imágenes tienen que aparecer desde mi habilidad para plantear qué es lo que veo y cómo acomodo a los personajes en esos paisajes de la dramaturgia y en la novela tengo la suerte de poder describirlo.
- Esta es la segunda novela que editás, pero fue la primera que escribiste…
- Sí, Y dáselo al fuego es la primera que escribí, pero primero se publicó otra en Italia. Todo surge porque vinieron a hacer una investigación sobre descendientes de italianos y encontraron un libro mío, Teatro, que estaba en Buenos Aires y por insistencia de mis hermanos presenté el libro en una carpeta anillada por lo que me invitaron a un congreso sobre realismo mágico en el arte latinoamericano porque ellos consideraron que lo que yo hago es realismo mágico, cosa que yo discuto un poquito, quizás lo es o no, no lo sé. La cuestión es que apreciaron mi novela Está lloviendo en Victorica y fue publicada en 2005 por Fórum y en la revista de Estudio Latinoamericano de Italia en 2007.
- Por momentos, tus obras transitan senderos que se acercan al policial. ¿Es un género en el que incursionarías?
- Sí, quizás Victorica puede llegar a tener más de policial en cuanto a ciertos tonos y en Luz y escombros un poco menos. Actualmente estoy terminando la novela de esa obra, que tiene que ver con estas partes de la historia argentina y mendocina ocultas, pero que tanto tienen que ver con cuestiones posteriores. Porque la historia deja improntas en las conductas, las costumbres y las malas costumbres que han tenido lugar en una época son un permiso para que haya malas costumbres en todas las épocas, excepto que se castiguen como corresponde con la prisión domiciliaria que tiene que ver con esta novela.
- Sos escritora pero también trabajás en Ediciones Culturales. En este sentido se podría decir que conocés los dos lados de la moneda. ¿Cómo ves el panorama para los escritores y artistas mendocinos?
- ¡Pésimo! Cada vez peor, yo creo que toda esta forma antipolítica de hacer política, y cuando digo política me refiero a lo que la palabra significa etimológicamente, hoy está totalmente opuesto a las necesidades de la población. Me parece que todo lo que hemos vivido, desde la dictadura hasta los ´90, nos ha hecho un daño tremendo, nos ha alejado de la lectura, de la reflexión, de las necesidades de expresión y desde allí se llega a lo artístico, a las relaciones sociales que hacen a la cultura. En eso estamos muy mal porque es como que se hubiera dejado a la privatización las necesidades de todo el mundo, no es casual, vivimos una época en la que todo es mercado y la cultura está muy lejos de eso. La concepción del Estado ha sido que lo artístico tiene que dejar divisas cuando tendría que ser lo contrario, el Estado tendría que aportar sin esperar que haya una retribución económica, se trata de principios, de valores. Así que lo veo mal, está pésimo.
- ¿Creés que eso se debe a la falta de un presupuesto más amplio o a que falta proyección?
- No, no se trata sólo se presupuesto económico. Acá tiene que haber un presupuesto que tiene que ser ideológico, inteligente, racional y de compromiso con las necesidades que existen en la gente. No puedo creer que se hagan cosas espasmódicas, de tanto en tanto aparece algo y nada más. Por ejemplo, la Fiesta de la Vendimia es algo que ya no está dentro de lo artístico, si bien forma parte de la cultura es netamente turístico. Ya no tiene que ver con los ancestros y para que lo sea, la recaudación tendría que tener un feedback con quienes trabajan la vid, es decir lo único que nos queda es la fiesta, pero ya dejó de ser lo que era y lo que se invierte en ella es muchísimo cuando tenemos arte emergente, bibliotecas populares, escritores que no pueden publicar porque no todos pueden irse a Buenos Aires con la mochila cargada de ejemplares e ir dejando uno por uno, el Estado se tiene que hacer cargo. Así como se dedica a pagarle una pensión a quien la necesita, tiene que ayudar a quien recién comienza, es decir, con programas que favorezcan la inserción del artista, pero si no existe un programa o un plan estamos perdidos.
- Siendo así, ¿cómo analizás la labor de Ediciones Culturales?
-Yo he trabajado en varias gestiones y creo que casi ninguna se ha destacado demasiado, excepto por algunas ideas buenas, algunas ferias del libro, pagar algunas funciones más rápido que otras y ni hablemos de ese plan cultural que se hizo a diez años porque habría que revisarlo, a ver si no tiene que ver con esto de comercializar todo. Yo me pregunto que hacés con los Gloriosos Intocables del barrio La Gloria, ¿los vendés? ¡No! Si son cosas emergentes. Una cosa es pagarles una función y otra es hacerlos formar parte del mercado del arte. Me da risa por no decir bronca. En estos años sí puedo rescatar una recuperación de letras del siglo XIX y XX que hicimos. Fue una investigación muy buena y se publicaron dos libros, uno con diez tomos de libros de bolsillo de diez autores del siglo XX y otro de 500 hojas con otros autores e incluimos en cada edición un inédito, si no lo hacemos de esa manera, esa gente nunca va a dejar de ser inédita.
- Precisamente por esto que decís se hace muy difícil que los mendocinos accedan a las producciones literarias locales…
- Es verdad, por ejemplo, se dice que Mendoza no tiene buena novela, no soy la más indicada para hablar, pero hay que ver cuántas noveles se hacen en Mendoza, cuánta gente tiene la voluntad de ponerse a leer carpetas anilladas de escritores locales. Hoy por hoy el problema radica en que no hay un lugar donde acceder a eso. Así como está el Vendimia de cuento, tendría que haber un certamen de novela, pero que no quede en 500 libros aquí en Mendoza, tiene que haber una distribución nacional, sino los libros los reciben los familiares y los amigos.
- Actualmente, ¿hay mucha gente escribiendo en Mendoza?
- Mucha, Alberto Atienza escribe cuentos como loco; mi hermano mayor, Daniel de Monte, está escribiendo cuentos también; Patricia Rodón, (Rubén) el “Negro” Valle y tanta gente nueva que va al Centro Cultural Trinidad Guevara a dejar obras porque allí tenemos una biblioteca de autores conocidos e inéditos. Ahora, por ejemplo, me ha llegado un libro para leer y allí en el centro hay jóvenes de 18 años que son tremendos, dramaturgos como Luciano García que es espléndido. Pero, ¿a dónde vamos para que nos publiquen? Y eso de pagar la edición es una tontera porque uno consigue hacer 300 libros y ¿adónde lo lleva? Sin ir más lejos Ediciones Culturales se creó por una ley para promocionar y promover autores mendocinos. Mejor no digo cuántos libros hemos publicado este año porque me van a sobrar todos los dedos de la mano. Tengo entendido que se está revisando la ley, pero seguramente se va a tener que arreglar porque fue hecha hace mucho tiempo, con visiones de otra época. Yo confío en que mejore, hay que ver cómo se puede hacer para cumplir con lo que dice la ley.
- Y en cuanto a la actuación, ¿en qué estás trabajando?
- Con el elenco de Trinidad Guevara estamos ensayando un par de obras, una de ellas de un autor de La Patagonia, Oscar Benito, se llama Pueblo Riquelme, estamos ensayando y nos tomamos un buen tiempo, supongo que estará lista para fin de año. Además, estamos trabajando con teatro leído y semimontado y se nos ocurrió hacer este ciclo donde la gente se sienta a escuchar la obra leída, es una vez por mes, hemos hecho un ciclo de escritores judíos y otro histórico en el que incorporamos, luego de la función, una comida típica que tiene que ver con el momento en el que tiene lugar la obra. Por ejemplo, cuando hicimos Escombros hice una especie de vaquero con pimienta de Cayena y contamos esa historia, es decir, después de la obra, se comió un vaquero como en el 1800. Es como una especie de degustación, lo cual nos permite tener una charla con la gente también.
- Teniendo en cuenta todo lo que dijiste anteriormente, ¿dirías que los mendocinos somos lectores?
- No, creo que lo éramos aunque hay excepciones, pero no, para nada somos lectores. La prueba está en la cantidad de gente que va a la Feria del Libro, porque es un paseo, porque es como un shopping. Nunca me atropellé con nadie en ninguna librería cuando no es la Feria del Libro y ahí te das cuenta de que no hay un hábito de lectura en la sociedad, pero ojo porque se ha perdido en el país y en el mundo, no hay que culpar a Internet sino que es una cuestión de la cultura actual, de la vorágine, de lo inmediato. ¿En qué tiempo se va a sentar alguien a leer? Sólo los compulsivos nos quedamos hasta las tres de la mañana leyendo y después venimos arrastrándonos a trabajar. Con sólo dar clases te das cuenta, le preguntás a los chicos qué han leído y nada, pero lo mismo pasa si le preguntás a los docentes y a los padres de esos chicos. Hoy, se lee poco y se lee mal.
- ¿Creés que se va a volver a leer?
- Sólo con programas que ideológicamente integren a toda la población, cuando los libros dejen de ser objetos que los pagás como si fueran un tesoro cuando lo podés pagar mucho menos, cuando se cambie esa postura, quizás, volvamos a acercarnos a la lectura despojada. Porque la lectura tiene el beneficioso de la comunicación con uno mismo, con el otro, del aprendizaje, de estar solo sin que nadie te joda. Pero para que eso llegue hay muchas cosas que cambiar y falta.
MDZ Online, 12 – 08 – 08
-¿Qué satisfacciones te da una y la otra?
- Son muy distintas, la escritura te da la satisfacción de creación en soledad, el hacer gala ante uno mismo, ante mí misma y de gozarlo. Esa creación totalmente silenciosa y que está ahí y es tu única compañía. El teatro es todo lo contrario, no se puede hacer si no estás rodeado de gente, se hace una relación muy particular con la gente que uno trabajo, te exponés pero no como en la escritura que es una exposición ante uno mismo sino que en el teatro se hace una exposición del cuerpo y ante un montón de gente. Con respecto a las satisfacciones no sé, como soy un tanto ermitaña, el teatro me favorece para compartir un poco más socialmente, pero la escritura quizás se acerca más a mi modo de ser.
- Sos una de las dramaturgas por excelencia de la provincia, ¿cuáles son los recuerdos que más valorás de esa otra tarea tuya?
- Bueno hay cosas fuertes, cosas tristes y otras graciosas. Las primeras obras escritas no las voy a olvidar nunca porque cuando el (Ernesto) “Flaco” Suárez volvió del exilio y creó El taller, buscábamos obras que tuvieran que ver con lo que queríamos decir, recién vueltos a la democracia, renqueando, pero democracia al fin. Buscábamos obras que tuvieran que ver con nuestras vivencias y necesidades, pero no encontrábamos, entonces empezamos a trabajar textos en grupo, algunas veces sobre originales y otras con cosas que se nos ocurrían y empezamos a hacer la escritura con la estructura de la dramaturgia a partir de esas creaciones colectivas. Si bien esas obras no son mías totalmente, es lo primero que se me ocurre contar, fue lo primero que me hizo sentir la emoción de buscarle la forma de estructura dramática a las locuras que decíamos y nos inventábamos. Esa cosa a la que está obligado el dramaturgo de rasgarse cuando tiene que decidir que una parte no va y sacarla, a pesar de que se halla enamorado de eso y de que haya salido un texto espléndido. También recuerdo la publicación del primer libro con tres obras. Por ahí los dramaturgos no tenemos tanta expectativa en la publicación del teatro, la expectativa está puesta en que la obra se exponga en un escenario, pero esa publicación fue muy linda. Y otra cosa muy fuerte fue que un grupo de teatro –al que actualmente pertenezco, el Trinidad Guevara- estrenara una obra que se llama Después del agua que tiene que ver con los desaparecidos y al ser gente un poco menor que yo, no vivieron esa época con la misma intensidad por una cuestión generacional. Ellos tomaron la obra y la hicieron comprendiendo infinitamente lo que significaba y eso fue muy fuerte. También tengo que nombrar el montaje de Vairoleto, el Pampero, cuando el Flaco Suárez la montó como teatro popular, después la montó un queridísimo director riojano lamentablemente fallecido, Emmanuel Quiesa, como fiesta de fin de circo y después González Mayo como danza teatro, porque la dramaturgia es eso. Vos escribiste la obra y ¡ya está! No te pertenece más porque aparece en la imagen del director que ya no tiene que ver con tus propias imágenes y empezás a ver unas cosas y decís, ¿yo escribí eso? Y sí, sólo que le das al otro la libertad de hacer volar su imaginación para que pueda hacer su propio discurso con tu discurso, eso es fantástico.
- Siendo artista, ¿cómo viviste en Mendoza esos años de dictadura miliar?
- Creo que toda esa historia nos ha hecho, nos ha armado de una determinada forma, nos ha dejado una cultura lamentable, en todo sentido. Puedo contar un recuerdo, una especie de homenaje a un amigo que ya no está con nosotros, Eduardo Salas, un gran actor, un loco, un bohemio que era un gran locutor de radio también. En esa época no se podía hacer casi nada o nada mejor dicho. Y con Salas se nos ocurrió hacer teatro en las calles, yo nunca lo había hecho, entonces elegimos una obra de Tennessee Williams. No sé por qué se nos ocurrió hacer una obra tan difícil en la calle. Trata sobre una madre que reprime al hijo, en realidad, tenía sentido que la hiciéramos; la adaptamos para que fuera corta y, por ejemplo, hacíamos una parte en la Alameda y agarrábamos las cosas y nos íbamos corriendo a terminarla en otro lado, una cosa rarísima que ha quedado en mi recuerdo como una forma de querer hacer algo en momentos en que no era nada fácil.
- ¿Cómo se vivió en el panorama artístico de la provincia la vuelta a la democracia?
- Había una especie de ansiedad que nos hacía atropellarnos con las ganas. En El taller encontramos una forma de poder ajustar la ansiedad a la creatividad y fue, gracias a la forma de laburo del “Flaco” con humor. Hicimos dos obras con temas muy profundos como el poder y la represión en la huelga de las mujeres, pero con humor y la gente las gozó mucho. Otra fue Franky Frankestein sobre la discriminación tomando Frankenstein. El moderno Prometeo de Mary Shelley como base. Con esas obras pudimos decir con humor lo que, quizás, necesitábamos decir con mucho llanto porque la cosa había sido dura. Digamos que se podía decir y hacer, a veces hasta me da la impresión de que se puso más jodido expresarse después porque cuando pasaron unos años, en los ´90, lo que reprimía era la comercialización de la cosa, es decir, tener que hacer algo para vender y eso limitó mucho la creatividad.
- Este año editaste la novela Y dáselo al fuego, ¿cómo surgió la historia?
- Surgió por la necesidad de rescatar memorias de un espacio que para mí es muy profundo, que me tira mucho y al cual pertenezco que es el sur de la provincia, Bowen, donde nací. Es un lugar que hoy se lo ve recuperarse, pero que en 1977 cuando en plena dictadura se cortaron los trenes se vino abajo, se destruyó, quedó como un pueblo fantasma, además de los fantasmas de los que ya no están precisamente por la dictadura. Escribirla fue como una especie de catarsis, es una novela de ficción, pero la gente que conoce el pueblo y ese paisaje, se reconoce allí, dentro de esa historia porque también les pertenece.
- ¿Qué es lo que más te costó de pasar de la dramaturgia a la novela?
- En realidad no me costó. Yo, por ejemplo, soy mala para escribir cuentos porque me excedo en descripciones y demás por lo que desistí. Además, quien escribía cuentos maravillosos era mi hermano mayor, yo creí que me daba más para la novela y bueno por eso intenté el género. Por mis características, la novela me sienta mejor porque me puedo extender todo lo que quiero, ahora, el teatro me da la posibilidad de expresarme con imágenes y eso es maravilloso. Son dos cosas distintas; en el teatro las imágenes tienen que aparecer desde mi habilidad para plantear qué es lo que veo y cómo acomodo a los personajes en esos paisajes de la dramaturgia y en la novela tengo la suerte de poder describirlo.
- Esta es la segunda novela que editás, pero fue la primera que escribiste…
- Sí, Y dáselo al fuego es la primera que escribí, pero primero se publicó otra en Italia. Todo surge porque vinieron a hacer una investigación sobre descendientes de italianos y encontraron un libro mío, Teatro, que estaba en Buenos Aires y por insistencia de mis hermanos presenté el libro en una carpeta anillada por lo que me invitaron a un congreso sobre realismo mágico en el arte latinoamericano porque ellos consideraron que lo que yo hago es realismo mágico, cosa que yo discuto un poquito, quizás lo es o no, no lo sé. La cuestión es que apreciaron mi novela Está lloviendo en Victorica y fue publicada en 2005 por Fórum y en la revista de Estudio Latinoamericano de Italia en 2007.
- Por momentos, tus obras transitan senderos que se acercan al policial. ¿Es un género en el que incursionarías?
- Sí, quizás Victorica puede llegar a tener más de policial en cuanto a ciertos tonos y en Luz y escombros un poco menos. Actualmente estoy terminando la novela de esa obra, que tiene que ver con estas partes de la historia argentina y mendocina ocultas, pero que tanto tienen que ver con cuestiones posteriores. Porque la historia deja improntas en las conductas, las costumbres y las malas costumbres que han tenido lugar en una época son un permiso para que haya malas costumbres en todas las épocas, excepto que se castiguen como corresponde con la prisión domiciliaria que tiene que ver con esta novela.
- Sos escritora pero también trabajás en Ediciones Culturales. En este sentido se podría decir que conocés los dos lados de la moneda. ¿Cómo ves el panorama para los escritores y artistas mendocinos?
- ¡Pésimo! Cada vez peor, yo creo que toda esta forma antipolítica de hacer política, y cuando digo política me refiero a lo que la palabra significa etimológicamente, hoy está totalmente opuesto a las necesidades de la población. Me parece que todo lo que hemos vivido, desde la dictadura hasta los ´90, nos ha hecho un daño tremendo, nos ha alejado de la lectura, de la reflexión, de las necesidades de expresión y desde allí se llega a lo artístico, a las relaciones sociales que hacen a la cultura. En eso estamos muy mal porque es como que se hubiera dejado a la privatización las necesidades de todo el mundo, no es casual, vivimos una época en la que todo es mercado y la cultura está muy lejos de eso. La concepción del Estado ha sido que lo artístico tiene que dejar divisas cuando tendría que ser lo contrario, el Estado tendría que aportar sin esperar que haya una retribución económica, se trata de principios, de valores. Así que lo veo mal, está pésimo.
- ¿Creés que eso se debe a la falta de un presupuesto más amplio o a que falta proyección?
- No, no se trata sólo se presupuesto económico. Acá tiene que haber un presupuesto que tiene que ser ideológico, inteligente, racional y de compromiso con las necesidades que existen en la gente. No puedo creer que se hagan cosas espasmódicas, de tanto en tanto aparece algo y nada más. Por ejemplo, la Fiesta de la Vendimia es algo que ya no está dentro de lo artístico, si bien forma parte de la cultura es netamente turístico. Ya no tiene que ver con los ancestros y para que lo sea, la recaudación tendría que tener un feedback con quienes trabajan la vid, es decir lo único que nos queda es la fiesta, pero ya dejó de ser lo que era y lo que se invierte en ella es muchísimo cuando tenemos arte emergente, bibliotecas populares, escritores que no pueden publicar porque no todos pueden irse a Buenos Aires con la mochila cargada de ejemplares e ir dejando uno por uno, el Estado se tiene que hacer cargo. Así como se dedica a pagarle una pensión a quien la necesita, tiene que ayudar a quien recién comienza, es decir, con programas que favorezcan la inserción del artista, pero si no existe un programa o un plan estamos perdidos.
- Siendo así, ¿cómo analizás la labor de Ediciones Culturales?
-Yo he trabajado en varias gestiones y creo que casi ninguna se ha destacado demasiado, excepto por algunas ideas buenas, algunas ferias del libro, pagar algunas funciones más rápido que otras y ni hablemos de ese plan cultural que se hizo a diez años porque habría que revisarlo, a ver si no tiene que ver con esto de comercializar todo. Yo me pregunto que hacés con los Gloriosos Intocables del barrio La Gloria, ¿los vendés? ¡No! Si son cosas emergentes. Una cosa es pagarles una función y otra es hacerlos formar parte del mercado del arte. Me da risa por no decir bronca. En estos años sí puedo rescatar una recuperación de letras del siglo XIX y XX que hicimos. Fue una investigación muy buena y se publicaron dos libros, uno con diez tomos de libros de bolsillo de diez autores del siglo XX y otro de 500 hojas con otros autores e incluimos en cada edición un inédito, si no lo hacemos de esa manera, esa gente nunca va a dejar de ser inédita.
- Precisamente por esto que decís se hace muy difícil que los mendocinos accedan a las producciones literarias locales…
- Es verdad, por ejemplo, se dice que Mendoza no tiene buena novela, no soy la más indicada para hablar, pero hay que ver cuántas noveles se hacen en Mendoza, cuánta gente tiene la voluntad de ponerse a leer carpetas anilladas de escritores locales. Hoy por hoy el problema radica en que no hay un lugar donde acceder a eso. Así como está el Vendimia de cuento, tendría que haber un certamen de novela, pero que no quede en 500 libros aquí en Mendoza, tiene que haber una distribución nacional, sino los libros los reciben los familiares y los amigos.
- Actualmente, ¿hay mucha gente escribiendo en Mendoza?
- Mucha, Alberto Atienza escribe cuentos como loco; mi hermano mayor, Daniel de Monte, está escribiendo cuentos también; Patricia Rodón, (Rubén) el “Negro” Valle y tanta gente nueva que va al Centro Cultural Trinidad Guevara a dejar obras porque allí tenemos una biblioteca de autores conocidos e inéditos. Ahora, por ejemplo, me ha llegado un libro para leer y allí en el centro hay jóvenes de 18 años que son tremendos, dramaturgos como Luciano García que es espléndido. Pero, ¿a dónde vamos para que nos publiquen? Y eso de pagar la edición es una tontera porque uno consigue hacer 300 libros y ¿adónde lo lleva? Sin ir más lejos Ediciones Culturales se creó por una ley para promocionar y promover autores mendocinos. Mejor no digo cuántos libros hemos publicado este año porque me van a sobrar todos los dedos de la mano. Tengo entendido que se está revisando la ley, pero seguramente se va a tener que arreglar porque fue hecha hace mucho tiempo, con visiones de otra época. Yo confío en que mejore, hay que ver cómo se puede hacer para cumplir con lo que dice la ley.
- Y en cuanto a la actuación, ¿en qué estás trabajando?
- Con el elenco de Trinidad Guevara estamos ensayando un par de obras, una de ellas de un autor de La Patagonia, Oscar Benito, se llama Pueblo Riquelme, estamos ensayando y nos tomamos un buen tiempo, supongo que estará lista para fin de año. Además, estamos trabajando con teatro leído y semimontado y se nos ocurrió hacer este ciclo donde la gente se sienta a escuchar la obra leída, es una vez por mes, hemos hecho un ciclo de escritores judíos y otro histórico en el que incorporamos, luego de la función, una comida típica que tiene que ver con el momento en el que tiene lugar la obra. Por ejemplo, cuando hicimos Escombros hice una especie de vaquero con pimienta de Cayena y contamos esa historia, es decir, después de la obra, se comió un vaquero como en el 1800. Es como una especie de degustación, lo cual nos permite tener una charla con la gente también.
- Teniendo en cuenta todo lo que dijiste anteriormente, ¿dirías que los mendocinos somos lectores?
- No, creo que lo éramos aunque hay excepciones, pero no, para nada somos lectores. La prueba está en la cantidad de gente que va a la Feria del Libro, porque es un paseo, porque es como un shopping. Nunca me atropellé con nadie en ninguna librería cuando no es la Feria del Libro y ahí te das cuenta de que no hay un hábito de lectura en la sociedad, pero ojo porque se ha perdido en el país y en el mundo, no hay que culpar a Internet sino que es una cuestión de la cultura actual, de la vorágine, de lo inmediato. ¿En qué tiempo se va a sentar alguien a leer? Sólo los compulsivos nos quedamos hasta las tres de la mañana leyendo y después venimos arrastrándonos a trabajar. Con sólo dar clases te das cuenta, le preguntás a los chicos qué han leído y nada, pero lo mismo pasa si le preguntás a los docentes y a los padres de esos chicos. Hoy, se lee poco y se lee mal.
- ¿Creés que se va a volver a leer?
- Sólo con programas que ideológicamente integren a toda la población, cuando los libros dejen de ser objetos que los pagás como si fueran un tesoro cuando lo podés pagar mucho menos, cuando se cambie esa postura, quizás, volvamos a acercarnos a la lectura despojada. Porque la lectura tiene el beneficioso de la comunicación con uno mismo, con el otro, del aprendizaje, de estar solo sin que nadie te joda. Pero para que eso llegue hay muchas cosas que cambiar y falta.
MDZ Online, 12 – 08 – 08
No hay comentarios :
Publicar un comentario