miércoles, 1 de octubre de 2008

Carta de familiar de una desaparecida: “El culpable es el Juez”

Señor Director:

El culpable es el Juez, es culpable de lacerar el dolor de nuestras siempre dolientes almas.
Porque fue partícipe encubierto y cómplice del asesinato y desaparición de tantos argentinos que luchaban por nuestra patria desgarrada.
Lo fue cuando nos negaron sistemáticamente nuestros pedidos de Habeas Corpus, cuando el Juez, y también la Corte, la Iglesia y los militares negaban conocer la verdad.
Ahora está tronchando nuestras últimas esperanzas.
Ahora pasaron más de treinta años, los padres y madres de detenidos desaparecidos ya se cuentan con los dedos de la mano, los hermanos directos o indirectos somos canosos y encorvados hombres y mujeres con la vista perdida, el alma encogida y las manos vacías.
Cuando en todo el país se llevan a cabo juicios a genocidas de nuestro pueblo, Mendoza resiste impávida los pedidos de familiares, organismos de derechos humanos, hijos, padres, hermanos de más de trescientos detenidos desaparecidos de la última dictadura militar.
No se tienen intenciones de revelar la verdad, ni siquiera de conocerla . . .

El culpable es el Juez, que ante nuestra humilde requisitoria para que nos escuche en nuestras permanentes visitas a los Tribunales Federales da órdenes de no recibir a nadie que no tenga audiencia.
¿Audiencia? Nadie nos pidió audiencia para invadir nuestras casas, matar a nuestros hijos o a nuestros padres en una escalada criminal del Estado que el pueblo argentino –y ningún pueblo– merece.
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Así fue que el jueves último, 25 de setiembre, fuimos ese puñado de almas a buscar por enésima vez justicia en los Tribunales Federales de Mendoza.
Allí estaban viejos y jóvenes con tambores y banderas con la secreta esperanza que esos tambores y esas banderas fueran escuchados o leídas por la ciega y sorda justicia.
Ahí nomás una comisión de cuatro personas avanzamos hacia el interior del edificio donde no pasamos de la guardia. Telefónicamente dieron noticia al custodio uniformado que el Doctor Miret no nos recibiría.
Amigos, ¿y la obediencia debida? el uniformado nos permitió pasar al cuarto piso donde un Juez nos recibiría.
Allá luego de una nerviosa espera, apareció un señor que, con mucha ternura nos sacó del cuarto piso de Tribunales y nos llevó hacia el segundo, donde se encontraría supuestamente la Jueza Secretaria de la Cámara.
Allí fuimos con nuestras dolientes humanidades y esperamos quietitos el resultado del encuentro entre estas dos personalidades. A poco salió el cariñoso Juez del cuarto piso y nos dijo que la Secretaria de la Cámara, otra Jueza, pronto nos recibiría . . .
Entonces, prietos de confianza en que nuestros argumentos harían enrojecer no solo a la Cámara de Mendoza, sino a todas las Cámaras del país y del universo, contamos los minutos que precedían a tan importante entrevista.
Doña Isabel De Marinis con sus noventa pasados, escudriñaba a través de la hendija de la puerta, esperando ver brillar la luz de la comprensión detrás de ella. Yo, más ciego y menos crédulo, estaba allí tieso, encomendando nuestro destino y nuestras esperanzas a quién sabe que misericordia.
De pronto apareció una dama extraordinariamente radiante que con voz monocorde, dijo una sentencia que sacudió mi corazón, mi mente y mi alma: “La señora Jueza no va a recibir a nadie que no tenga audiencia...”, “por orden de no sé qué Resolución de la Cámara....”

Allí busqué con desesperación los ojos de mi suegra, la madre de Lila De Marinis, ojos que siempre encuentro cuando decaen mis fuerzas... no los encontré... salí a la calle, donde la murga rugía, creyendo en su rugir que servía para que sus paladines, estos humildes servidores, hubieran sido escuchados, no solo por un juez, sino por todos los jueces del mundo, quienes presurosamente se abocarían a hacer justicia.
Un hombre había preparado un viejo amplificador y un micrófono para que se expresaran aquellos familiares que manejan mejor el verbo, todos los corazones esperaban la noticia que los hiciera revivir, que puliera el diamante de sus esperanzas...
Fui hasta el micrófono y cuando lo toqué, supe que iba a llorar, supe que estaba quebrada mi alma y eso quiero señor director que Ud. cuente a mis congéneres.
Llamé al Negro Ábalo y le dije: diga Ud. amigo que yo no me puedo las piernas, y él dijo; y como en un sueño la murga fue callando sus sones, los aplausos y pedidos por nuestros familiares desaparecidos fueron esfumándose, no hubo discursos, no hubo lectura de tantos manifiestos que antes habíamos preparado y corregido con birome, para que no hubiera errores al leer.
De pronto nos caímos en el abismo de la muerte del alma, y Uds. señores jueces nos empujaron a él.
Hoy pasaron, creo, un poco más que tres días, y esta mañana he resucitado, y por eso Señor director le escribo, para que sepa y haga saber a todos:
El culpable de este crimen es el Juez.

Elbio Villafañe, DNI. 8146622

La Quinta Pata

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