jueves, 2 de octubre de 2008

Hay una alternativa al dominio corporativo - 2da. parte

Ver 1ra. parte

Mark Engler
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Solo decir no, o en primer lugar, no hacer daño.

Las ideas, experiencias y propuestas del Foro Social Mundial brindan un tesoro de información para todos los que desean construir una nueva agenda para la economía global. Al mismo tiempo, mientras los movimientos democráticos no tengan el poder para invalidar a las elites políticas y económicas, existe una importante razón para solo decir “no” --para primero insistir en que los que están en el poder dejen de hacer daño.

Cuando los neoliberales de Wall Street y los militaristas de Washington preguntan “¿Cuál es la alternativa?”, basan su pregunta en falsos supuestos. Su pregunta sirve para naturalizar las agendas muy radicales del dominio imperial y corporativo, sugiriendo que son estados normales y aceptables. No lo son. En una situación en la que el poder está muy desbalanceado, en la que los crímenes se perpetúan en nombre de la democracia, y en la que secciones crecientes de la vida pública se entregan al mercado, decir “no” a estas agendas radicales puede ser una tarea perfectamente digna en sí misma.

En un respecto importante, la alternativa a invadir Irak es no invadir Irak. La alternativa al ALCAN (Área de Libre Comercio de América del Norte) es nada de ALCAN. La invasión de Irak por los neoconservadores ha costado miles de vidas norteamericanas, cientos de miles de vidas de civiles iraquíes, ha producido dos millones de refugiados y está en disposición de derrochar más de un billón de dólares en fondos públicos. Ha generado grandes tensiones regionales, una mayor inestabilidad y más terrorismo. Dada la desastrosa historia de las intervenciones de EE.UU. --no solo en Irak, sino también, para mencionar algunos ejemplos particularmente innobles de los últimos 60 años, en Viet Nam, Indonesia. Chile, El Salvador, Irán, República Dominicana y Nicaragua--, el llamado a una moratoria de tales acciones militares, oficiales y encubiertas, es un primer paso para poner freno al daño de la globalización imperial.
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La agenda de la globalización corporativa, que desafortunadamente prosperó durante la presidencia de Clinton y aún es popular en el ala derecha del Partido Demócrata, es aún más sutil. Pero esto también ha dependido de maniobras forzadas para llegar a existir. El neoliberalismo implica la apertura agresiva de los mercados, el allanamiento del camino a un capital especulativo de niveles insospechados previamente, y el dictado de la reestructuración de las economías locales. Ninguna de estas cosas sucede de manera natural, y debemos enfrentarnos a ellas. Una moratoria a los dañinos acuerdos de “libre comercio” y a una mayor expansión de la OMC, especialmente en áreas más allá de la esfera tradicional del comercio, es una demanda vital inmediata.

La simple negativa a cada uno de los mandatos del Consenso de Washington --o al menos el rechazo a la idea de que se le debe imponer al mundo como una fórmula única para el desarrollo-- permitiría en sí una reestructuración sustancial de la política de globalización. Los verdaderos utopistas de la economía global son personas que abrazaron la fantasía fundamentalista del mercado de que el capital sin obstáculos estaría al servicio del bien común. Refutar esta idea puede ser bastante sencillo.

La globalización corporativa neoliberal prescribe la eliminación de tarifas y otras protecciones a las empresas locales. Una alternativa sería permitir a los países más pobres mantenerlas intactas y revivir lo que se conoce en los acuerdos comerciales como “tratamiento especial y diferenciado”. Este modelo daría a los países en desarrollo más flexibilidad para decidirse a nutrir industrias nacientes y para proteger producciones agrícolas que son importantes para las culturas tradicionales y la seguridad de su suministro alimentario. Cuando el Consenso de Washington exige la privatización de la industria pública y la conversión de lo que es común en propiedad privada, una alternativa es mantener esas cosas en manos del público, defender el suministro de bienes públicos como forma de garantizar los derechos humanos económicos –incluyendo la garantía del acceso público al agua, la electricidad y el cuidado de salud. Si el llamado es a reducir los servicios sociales, una alternativa es rechazar los cortes y mantener y aumentar esos servicios, y en su lugar promover un sistema redistributivo de los impuestos que haga que los ricos paguen una cuota justa.

Cuando Washington ordena un mercado laboral más “flexible” --un mercado sin sindicatos o protecciones a los trabajadores-- una alternativa es defender los salarios dignos, discusiones colectivas y el derecho a la asociación. Y cuando el FMI rescata a los inversionistas ricos y crean una situación en la que, parafraseando al escritor Eduardo Galeano, “el riesgo se socializa mientras las ganancias se privatizan”, una alternativa es sencillamente la de terminar con esos rescates y hacer que los especuladores corran con el costo de sus especulaciones.

La exigencia de revertir las políticas neoliberales de ajuste estructural propone una relación fundamentalmente diferente entre las naciones ricas y el Sur global que la que existe en la actualidad. Ella daría a los países la libertad de determinar sus propias políticas económicas, prioridades para el gasto gubernamental y reglas para controlar la inversión extranjera. En vez de imponer al mundo entero un solo modelo hegemónico, esta nueva relación permitiría una diversidad más amplia y la experimentación en el desarrollo internacional. Aunque esto por sí mismo no constituye una visión para garantizar los derechos humanos o proteger el medio ambiente, de todas maneras representa una importante ganancia estratégica. De por sí es probable que provoque un cambio de suficiente magnitud como para hacer a la economía global prácticamente irreconocible para aquellos que se han acostumbrado a la globalización corporativa dictada por Washington.

Aquellos que rechazan los modelos corporativo e imperial de globalización tienen a su disposición un tesoro de ideas, un sano debate interno para perfeccionar sus estrategias, y una vibrante y creciente red de ciudadanos que ven sus esfuerzos como parte de un todo interconectado. También tienen enemigos muy poderosos. Afortunadamente, mientras entramos a la era post-Bush, la comunidad internacional ha expresado un firme rechazo al unilateralismo y la guerra preventiva. Igualmente, porciones cada vez mayores del planeta consideran que la doctrina neoliberal de expansión corporativa es una visión desacreditada y fracasada. Esto crea oportunidades singulares a los ciudadanos para luchar por hacer posible una globalización democrática. Aún más emocionante es que muchas personas ya lo están haciendo, y en asuntos claves como condonación de la deuda y por regiones enteras como Latinoamérica, están ganando. Los entendidos cada vez se dan más cuenta. Porque no hay nada más peligroso, para aquellos que insisten que el mundo debe permanecer como es, que la sencilla, testaruda y desafiante doctrina de la esperanza,


* Analista principal de Foreign Policy In Focus, es autor de Cómo dominar el mundo: la batalla que se avecina por la economía global (Nation Books, 2008), del cual se adaptó este artículo. Sitio web: http://www.DemocracyUprising.com

Progreso Semanal, 02 - 10 - 08

La Quinta Pata

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