Carlos Del Frade
Los pueblos son sus palabras. Principio, memoria y proyecto colectivo. Sin sus propias palabras, los pueblos dejan de ser, desaparecen. O mejor dicho, cuando las palabras de los pueblos son desaparecidas, los seres humanos comienzan a extinguirse.
No se trata de una cuestión natural, sino de un proceso político, cultural y económico conducido por aquellos que necesitan un mundo en el que la vida sea un privilegio de pocos.
Alguna vez un ministro de economía argentino habló de provincias inviables. Territorios que no debían seguir existiendo.
Lenguas, familias y comunidades que no merecían estar vivas en el orden inventado para algunos.
En estos arrabales del mundo, en América latina, existen seiscientas lenguas de pueblos originarios al borde de la extinción.
La escritora salvadoreña Claudia Hernández relató que el nawat o náhuat -la tercera de las lenguas diferentes del español habladas en el territorio en el siglo XX- “es presentado como si perteneciera al pasado, aunque existe todavía gente que lo habla con fluidez en el occidente del país, además de una serie de esfuerzos orientados a su preservación”.
El proyecto fue registrar “conversaciones con nahuahablantes en audio, vídeo y texto a fin de generar material suficiente para el estudio de las variantes regionales de la lengua en cuestión, sus historias y referencias culturales. También se ha ocupado de identificar en todo el país a los hablantes aislados -en su mayoría, muy pobres- y reunirse de manera frecuente con ellos a fin de que puedan practicar la lengua y compartir elementos que permitan colocar en su sitio lo que el tiempo y la adversidad han convertido en vacío”, apuntó Hernández.
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