domingo, 5 de octubre de 2008

Wall Street: “Tócala de nuevo, Sam”

Felipe Pigna

El crac de la bolsa de New York se produjo entre el 24 y el 29 de octubre de 1929, con record de quiebras. Tres años después, Roosevelt reemplazó el liberalismo desenfrenado por un modelo de "Estado activo".

Cuando la historia parece repetirse

No está muy claro cuándo los nativos de estas tierras comenzamos a pronunciar, frente a alguna debacle no necesariamente natural, la frase "Dios es argentino". Pero hubo quienes se nos adelantaron en varios siglos. Fueron los puritanos ingleses exiliados en 1626 en Massachussets con la idea de fundar la "Nueva Israel" en América. Se habían auto convencido de que Dios los había elegido para colonizar aquellos territorios. El ministro de aquel credo John Cotton escribió en 1630: "Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del Cielo". Los colonizadores puritanos tenían una misión: engrandecer su nueva patria para alabar a Dios, para ellos la riqueza es una señal de aprobación divina. Así, la nación que gozara de prosperidad podría estar segura de que fue elegida por Dios. Estos elegidos tienen "la misión" (no casualmente George Bush tituló así su autobiografía) de guiar al resto de la humanidad para alcanzar la felicidad, salud y prosperidad. Al individuo o al país que "fracasa", le quedan dos caminos: permite que los elegidos lo "rehabiliten" o puede prepararse a ser eliminado por aquellos, que no sentirán ningún remordimiento porque, cuando se combate en nombre de Dios no hay límites morales. Esta elección divina, misteriosa y caprichosa de unos para ser salvados y de otros para no entrar en el reparto, provoca la discriminación de los que se sienten elegidos hacia los que "probablemente" no lo serán. Estas ideas de superioridad mesiánica germinaron en las mentes norteamericanas y florecieron en 1776. Cuando Benjamín Franklin y Thomas Jefferson proclamaron la Independencia de los Estados Unidos, legalizaron la imagen de la "Tierra Prometida" y de un "pueblo elegido" entre los demás del mundo y estamparon en el símbolo más conocido y difundido de la civilización norteamericana, el dólar, una inscripción bastante significativa: "en Dios confiamos".
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Aquel destino manifiesto y el optimismo ilimitado parecieron coronarse en los dorados años 20 cuando los Estados Unidos vivieron un período de esplendor. Eran los grandes vencedores de la Primera Guerra Mundial porque el conflicto no se había desarrollado en su territorio, habían tenido relativamente pocas bajas y porque fueron los grandes proveedores y prestamistas de las potencias participantes que, tanto vencedoras como vencidas, quedaron diezmadas y en condiciones económicas muy desfavorables tras el conflicto. Los vencidos además debían pagar indemnizaciones de guerra, que directa o indirectamente iban a parar mayoritariamente al sistema financiero norteamericano. Esto llevó a una sensación de prosperidad y a un inédito auge del consumo en los Estados Unidos. Crecieron el lujo y el despilfarro a tal punto que a esta década se la llamó la de "los años locos" en la que floreció el Charleston pero también la Mafia. Fue tal el nivel de aumento de la producción que en determinado momento, aproximadamente a mediados de 1928, dejó de ser negocio invertir en la industria porque se estaban acumulando muchos productos en stock sin poder venderse. Los tradicionales clientes de la industria norteamericana en el exterior no estaban en condiciones de adquirir esa mercadería por las consecuencias perdurables de la guerra. Esto llevó a que los grandes capitalistas norteamericanos comenzaran a derivar una parte importante de sus inversiones al sector especulativo. Había por entonces una gran "oportunidad de negocios" basada en el boom inmobiliario de Florida donde los terrenos habían multiplicado por diez sus precios en apenas dos años. Pero de pronto todo comenzó a caerse y entonces la elegida por todos fue la Bolsa de Comercio de Wall Street, que vivía desde 1928 un boom alcista que parecía no tener un techo. El ahorrista común, el empleado de clase media, el ama de casa y hasta los obreros comenzaron a invertir en la Bolsa sus ahorros, lo que contribuyó a prolongar el "fenómeno". Pero a fines de octubre de 1929, todo se derrumbó. Los grandes capitalistas advirtieron a tiempo que había demasiado dinero invertido en la Bolsa y muy poco en la producción y que el precio de las acciones de las empresas no reflejaba la marcha de la economía real, que aquello se parecía mucho a un peligroso castillo de naipes. Los hombres "frecuentemente bien informados" comenzaron a vender sus carteras accionarias. El resto de los mortales, los habitualmente desinformados por los bien informados, se enteraron tarde y cuando quisieron vender nadie quería comprar. El crac se produjo entre el 24 y el 29 de octubre, cuando se llegó a un récord de quiebras de empresas, bancos y negocios. Estados Unidos entraba en la crisis más grave de su historia hasta entonces. La pérdida de los ahorros de gran parte de la clase media; el cierre de comercios; la caída de la producción industrial, que llegó a un 54%; la quiebra de gran cantidad de establecimientos industriales y bancarios; y la desocupación que alcanzó a 15 millones de personas. Desde principios de 1929 gobernaba el republicano Hebert Hoover quien sostenía que la crisis había sido producto de la situación internacional y que la economía norteamericana era "sana". Pensaba que la solución era sólo una cuestión de tiempo. Fiel a la concepción capitalista clásica que dejaba todo en manos del "mercado", Hoover pensaba que "naturalmente" llegaría la recuperación sin necesidad de medidas que tendiesen a modificar la situación. Pero en 1932 los republicanos fueron derrotados por los demócratas de la mano de Franklin Delano Roosevelt quien reemplazó el liberalismo desenfrenado por un modelo de "Estado activo". La propuesta de Roosevelt, conocida como "New Deal" o Nuevo Trato consistió en una serie de medidas legales basadas en las ideas del economista inglés John Maynard Keynes, que ponía el acento en la promoción del empleo a través del Estado, los subsidios a las familias más pobres, el estímulo a la producción, la ayuda a los productores agrarios vía devaluación del dólar y subsidios, con la intención de recuperar el mercado interno y echar a andar la rueda virtuosa de la producción y el consumo. Los medios financieros calificaban a Roosevelt de "socialista" y estaban indignados por la regulación del mercado bursátil y la Suprema Corte que tildaba de inconstitucionales las medidas adoptadas. Estas actitudes contrastaron con la del pueblo norteamericano, que reeligió a Roosevelt por cuatro períodos consecutivos. Al modelo de Estado implementado por Roosevelt, se lo llamó "Well fare State" o "Estado Benefactor". Frente a él se fue alzando un pensamiento conservador autodenominado neoliberal cuyo texto fundacional fue "Camino de servidumbre" escrito por el economista austríaco Friedrich August von Hayek en 1944. En torno a él se fue conformando un grupo de intelectuales de derecha entre los que estaban Milton Friedman, Karl Popper y Salvador de Madariaga entre otros. Los postulados de aquella cofradía eran el combate al Estado de Bienestar porque destruía la libertad de los ciudadanos y la competencia, base de la prosperidad general; para ellos la desigualdad social era un valor positivo necesario para el sano desarrollo del capitalismo de mercado. Recuerda el gran historiado inglés Perry Anderson que Hayek lanzó una frase que sería tomada al pie de la letra por el poder económico mundial y latinoamericano en particular: "La libertad y la democracia pueden tornarse fácilmente incompatibles, si la mayoría democrática decidiese interferir en los derechos incondicionales de cada agente económico para disponer de su renta y sus propiedades a su antojo". Von Hayek y sus muchachos, como los predicadores puritanos, tenían paciencia y sabían esperar.

Suplemento Zona, Clarín, 05 – 10 – 08

La Quinta Pata

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