En su nueva función de entrenador, Diego Maradona no sólo deberá seleccionar jugadores, ubicarlos en el terreno de juego e indicarle cómo jugar, sino que también se topará con empresarios, deberá lidiar contra Julio Grondona, el periodismo sanguchero y contra su propio mito.
Buenos Aires. Deberá lidiar con todos. Con los empresarios rusos que compraron al seleccionado y deciden cada convocatoria. Con un grupo de jugadores adictos a la play station, millonarios y 25 años más jóvenes que él. Con un personaje deleznable y sospechado como Julio Grondona, que lo ninguneó siempre y ahora, en pleno naufragio futbolero, recurre a él como salvavidas o excusa final.
Con un país colmado de entrenadores que amenaza con olvidar todo tras un resultado fallido. Con un periodismo deportivo y televisado que, en su gran mayoría, lo dejará solo y arrinconará contra una pared ante la primera duda, la convocatoria negada, el cambio mal hecho, el gesto mezquino o la hidalguía de negarle una nota. Y también deberá lidiar con el mito, esa condición que, como escribió el periodista Daniel Arcucci días atrás, "está arriesgando demasiado" por transformarse, otra vez, en el personaje más importante del fútbol argentino.
"No necesitamos el celular de dios, lo tenemos sentado en el banco", publicaron algunos de sus fieles en Internet. La religión maradoniana se pone en juego como nunca desde su creación. Su máximo referente, la imagen venerada, fue presentado esta semana como técnico de un seleccionado en riesgo de participar del próximo campeonato mundial. Como si fuera político o un producto lácteo, los medios de prensa utilizaron su elección para medirlo en cientos de encuestas: todas le dieron en contra. Adjetivos críticos como inexperto, irascible y soberbio esconden, aunque apenas, comentarios cobardes que lo desplazan por su adicción a las drogas, enfermedad de la que intentó curarse y salir varias veces, y de la que ahora, justo ahora, parece recuperado.
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