Verónica Oyanart
Arpini es doctora en Filosofía, investigadora del Conicet y estudiosa del pensamiento latinoamericano y la antropología filosófica.
Adriana Arpini es una de las pocas doctoras en Filosofía que tiene la provincia. Es investigadora del Conicet, directora de la Unidad de Investigación de Historia de las Ideas del CRICYT y discípula dilecta del reconocido filósofo mendocino Arturo Andrés Roig (87), profesor emérito de varias universidades del mundo y cuya obra ha trascendido fronteras. “Son muchos años de trabajar juntos”, asevera con relación a Roig, quien tempranamente la alentó a dedicarse al estudio del pensamiento latinoamericano, temática en la que Arpini se destaca y que la ha llevado a recorrer con sus investigaciones distintos puntos de América.
–El filósofo Arturo Roig siempre ha sido su mentor...
–Lo tuve como profesor en la cátedra de Filosofía Antigua, estudiábamos Platón. También dirigió mi seminario de licenciatura sobre temas de Filosofía latinoamericana. De ahí mi interés por el estudio del pensamiento latinoamericano. Ese año alcancé a terminar mi tesis y fue el mismo en el que a él lo expulsaron de la Facultad de Filosofía y Letras. Fue un momento muy triste, muy duro. Personalmente creo que ahí los estudios filosóficos en Mendoza sufrieron un gran retroceso. Había un grupo de profesores jóvenes de gran pujanza, preocupados por distintos aspectos de la realidad, que ofrecían posibilidades muy interesantes. Todo eso se cortó con la dictadura.
–¿Y cómo fue su vivencia particular durante aquella época?
–Como es sabido, en aquel momento se confeccionaron en la Universidad varias listas de personas sospechosas. Yo estaba en una de esas listas, lo que me impedía reingresar a la facultad como alumna, como egresada o como profesora. Así que durante toda la dictadura trabajé únicamente en el nivel medio, puse toda mi energía en eso. Ahí fue cuando me empezó a preocupar mucho el tema de la enseñanza de la Filosofía. Después de la elección de Alfonsín salió publicado en el diario un aviso de la Universidad Nacional de Cuyo en el que se llamaba a concurso para becas de investigación. Me presenté con el tema de Historia de las Ideas Latinoamericanas y gané. Por entonces Arturo, que había tenido que irse del país, fue reincorporado a la facultad. Regresó con la idea de formar un grupo de trabajo sobre el pensamiento latinoamericano del siglo XIX y me invitó a participar. Fueron años de mucho estudio. En mi segunda beca sobre el tema lo tuve como director y pude ingresar al Conicet como investigadora, donde seguí trabajando en la Unidad de Investigación de Historia de las Ideas, que él generó, y que dirijo desde que se retiró. Cuando Arturo estuvo en la dirección del CRICYT hizo mucho, desde la creación del Incihusa (Instituto de de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales) a la de la guardería, que me permitió dedicarme a la investigación, porque en ese entonces mi primer hijo era muy chico.
–Se refería a su interés por la enseñanza de la Filosofía. En su obra ha indagado en las relaciones entre esta materia y educación, infancia y juventud...
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