el emilio
(Hecho en Mendoza, el jueves santo de 2009)
El horizonte era puro desierto. También el paisaje. Y el suelo.
Hacía tiempo que no llovía.
Su mundo, el de ellos, parecía un puzzle de terrones y cascotes.
La sombra había muerto hacía años. Y la vegetación.
Sobrevivían en agujeros cavados bajo tierra, cerros y cordilleras.
Nieves, hielos, manantiales, vertientes, ríos, arroyos, lagos y lagunas eran memorias del pasado muy pasado.
La legión —seis hombres tres mujeres— hizo un alto al pie de la luna. El comandante mandó carnear el último perro. Con el primer tajo, se apuraron a beber la sangre. Hasta no saciarse. Pero, si eran certeros, suficiente para continuar.
Cada voluntario llevaba un tiesto. Debían ser certeros para embocarle al orinar. Cada gota era vital. Los conduciría a su destino.
Una semana más tarde, regresados a las cuevas, distribuyeron las cubas de cuero cargadas de agua que habían traído como botín.
Volvieron cinco. Dos mujeres y tres hombres. La lucha contra los vigilantes de las fortalezas no era fácil. Las armas tecnológicas que esgrimían superaban a sus lanzas, espadas, arcos y flechas, cuchillos y gomeras.
Al día siguiente, el comandante llamó a ocho voluntarios. Partirían en dos días. Que empezaran a despedirse, dijo.
Faltaba poco para terminar el siglo. En el país había nueve millones de habitantes. Dos en los páramos —habían sido sesenta— y siete en las fortalezas.
Se moría y se mataba por un vaso de agua. Aunque los vasos solían ser de oro. Fuera de las fortalezas el panorama era de pudrición y espanto. Miles de cadáveres se cocinaban al sol.
Había fortalezas en todo el planeta. Los poderosos las habían construido. Antes, habían acumulado el agua. Toda el agua.
En la Argentina, las fortalezas estaban en la Patagonia y en el Litoral. Los glaciares hacía mucho habían sido vendidos. Los compradores los habían fundido y trasladado su precioso jugo, por acueductos, a las ciudades amuralladas. El resto era nada. La más vacía de las nadas.
Dos días después, el comandante arengó a su tropita y partió.
En las cuevas quedó lo que quedaba. Y la esperanza.
La esperanza de los desposeídos.
Juntarse. Y cambiar las cosas todas.
Siempre la esperanza.
Y la sed.
Red Eco Alternativo, 11 – 05 – 09
miércoles, 13 de mayo de 2009
Creacion
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