sábado, 30 de mayo de 2009

Toni Morrison: “el racismo no existiría si no fuera aprovechable”

Toni Morrison, premio Nobel de Literatura 1993

François Busnel

En junio, la editorial Lumen publica en Argentina el último libro de la premio Nobel norteamericana en el que retoma un tema muy suyo: la esclavitud. Pero lo hace desde una perspectiva original que no excluye a los esclavos blancos en los Estados Unidos del siglo XVII. Una mirada política sobre un tema aún conflictivo.


–Hacía mucho tiempo que usted no escribía directamente sobre la esclavitud, desde Beloved (1987), ¿cómo nació Una bendición?
–Yo pensaba en efecto que ya no podía volver sobre ese tema, donde había hecho el tour emocionalmente e intelectualmente –incluso aunque creo que el tema no será nunca agotado–. Y después comencé a pensar en todos aquellos que nos habían precedido, en lo que había pasado antes de que la segregación racial se transformara en legal en este país. Yo me hice esta pregunta: ¿Qué se siente cuando se es esclavo? Pero no cuando uno es esclavo por razones raciales: cuando uno es un esclavo que se parece a todo el mundo.

–¿Por qué sitúa usted esta novela en los Estados Unidos de fines del siglo XVII?
–En la época, Estados Unidos era verdaderamente un “nuevo mundo”. Había allí suecos, ingleses, franceses, españoles, holandeses... Todo el mundo llegaba desde Europa. Las ciudades cambiaban de nombre en función de la nacionalidad de sus ocupantes. Todo era muy fluctuante. Lo que me interesó fue que en esa época arribaban también al suelo de Estados Unidos los blancos “domésticos”. Estos domésticos eran en realidad esclavos. Con el mismo título que los esclavos negros. Pero hay que interesarse en las condiciones en que estos esclavos blancos arribaron: un número importante de ellos moría durante el trayecto o bien cuando arribaban, y su servilismo podía ser transmitido a sus mujeres y a sus hijos. Estos esclavos blancos trabajaban hombro a hombro con los esclavos negros en las plantaciones de tabaco. La única diferencia entre ellos era la siguiente: los blancos podían escaparse y fundirse entre la muchedumbre mientras que los negros no lo podían hacer ¡a causa del color de su piel! Esos tiempos son los verdaderos comienzos de este país. Mucho antes del nacimiento de los Estados Unidos. Antes incluso de la organización de las colonias. Se trata de un pedazo de nuestra historia que conocemos poco y que me parece capital.

–¿Diría usted que este Estados Unidos representa para usted un paraíso perdido?
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–Perdido, seguro. Paraíso, no estoy segura. En la época, quemaban a las brujas, exterminaban a los indios... ¡Usted habla de un paraíso! Era, al contrario, una época salvaje: el mundo era una amenaza permanente y la vida era muy dura. Pero la naturaleza era generosa. En ese sentido, entonces, podríamos hablar de un paraíso: los bosques daban abundante material para cazar, los peces saltaban fuera del agua, directamente hacia los barcos... ¡un verdadero tesoro! Pero lo que me interesa es la gente ordinaria: los ladrones, las prostitutas, los opositores, toda esa gente que fue arrancada de su familia para ser deportada a Estados Unidos al lado de comerciantes o grupos religiosos. Esa gente no está en ningún libro de historia. Pero nosotros no les hemos dado opción: ellos venían acá forzados. Desaparecieron, de alguna manera, de las memorias. Quise traerlos de nuevo a la vida.

–¿Los estadounidenses de 2009 saben que en 1690 los esclavos eran blancos o indios y no sólo negros?
–No hay que olvidarse de que Atenas y Roma descansaban en la esclavitud. Que Rusia descansaba en la esclavitud. No se utilizaba la palabra “esclavitud” en aquel momento, se hablaba de siervos, de peones, pero siempre hubo, en todas las grandes civilizaciones, gente a la que no se le pagaba por su trabajo y que pertenecía a otros. Los poderosos, en esas civilizaciones, dependían de la esclavitud. En ese sentido, hay que admitir que la esclavitud no tiene nada de excepcional: hubo siempre, en todos lados. Lo que es particular de la esclavitud en Estados Unidos es el asunto de la raza. Es el comienzo del racismo. Era eso lo que me importaba. Hablar de la esclavitud es hablar de una realidad que existió siempre, en cualquier parte del mundo y cualquiera sea el nombre que le hayan dado. Recuerde a los paisanos ingleses que no tenían el derecho de dejar la tierra que trabajaban, por ejemplo: ellos también eran esclavos.

–¿Cómo se ha pasado, en Estados Unidos, de la esclavitud al racismo?
–El racismo no existiría si no fuera aprovechable. Sirve no sólo a los intereses políticos sino también a los de otras poblaciones pobres: las de los pequeños blancos. Nosotros podemos remontar esto a un suceso en Virginia, en 1676, justamente poco tiempo antes del comienzo de esta novela: la “rebelión de Bacon”, en el transcurso de la cual cuatro o cinco mil personas intentaron derribar al poder en la plaza. Entre ellos había pequeños propietarios y esclavos negros, indios y blancos. Ese grupo estaba muy mezclado. Tuvieron éxito... por algunos meses. Después fueron capturados y colgados. Luego de eso, nuevas leyes fueron promulgadas. Estipulaban particularmente que ningún negro tendría nunca el derecho de portar un arma, y que todo blanco podía en lo sucesivo matar a cualquier negro sin importar el pretexto. Fue eso lo que separó a los blancos pobres de los negros, pues les confirió un estatus. Los blancos no se volvieron ricos, siguieron siendo pobres, pero tendrían en lo sucesivo el poder de mirar desde arriba a otros pobres. Fue así como todo empezó.

–¿Usted dice que hay que disociar la esclavitud del racismo?
–Exactamente. El racismo es producto de una “educación” y de una historia. Está íntimamente ligado a la cuestión de la esclavitud, pero la esclavitud no supone necesariamente racismo.

–William Styron publicó, en 1969, Las confesiones de Nat Turner, con el que obtuvo el Pulitzer. Se trata de un caso único en el que un escritor blanco se mete en la piel de un negro. ¿Qué opina usted de esta novela?
–Interesante. Pero Styron no llegó a utilizar el lenguaje de la cultura negra. Él lo transformó en un inglés académico. Eso dio a su novela un tono un poco distante. No utilizó la lengua vernácula que, personalmente, yo adoro.

–¿Por qué usted utiliza una lengua tan poco académica?
–Porque eso me permite airear el lenguaje. Dar vueltas alrededor de sus reglas.

–¿Cómo escribe usted? Cuando comienza la escritura de un libro, ¿sabe adónde llegará?
–Está el tema al principio. En el caso de Una bendición: la esclavitud sin el racismo. A veces, un personaje aparece al mismo tiempo que el tema. En este caso, Florens. Después surgen los otros personajes. Me agarran y es muy difícil hacerlos soltar su presa. Me hablan todo el tiempo. Si yo los escucho, no hago otra cosa. Florens es una soñadora, reflexiona enormemente, pasando de la inocencia al conocimiento. ¿Es un conocimiento constructivo? Lo ignoro. En cambio, siempre sé el final de mis libros. Siempre. Tanto que si no tengo el final no puedo empezar a escribir. Cuando tuve la idea de Una bendición, luego la del personaje Florens, vi al comienzo la primera escena, el primer capítulo: Florens piensa en su madre, de la que la separaron. Porque una de las peores cosas, en la esclavitud, era la separación: las familias eran separadas de manera atroz. Al principio creí que Florens debía intentar encontrar a su madre para saber por qué la había abandonado. Después me dije que ella no lo sabría jamás porque era la consecuencia de la esclavitud: Florens no escucharía jamás entonces las respuestas que su madre le daba.

–Uno de los personajes declara que la esclavitud es también un estado del espíritu. ¿Qué quiso decir con eso?
–El que pronuncia esa frase es un negro que nunca fue esclavo. ¡Me pregunto lo que él sabría de la esclavitud! Pero, como muchos otros en esa época, él pensaba que no era el trabajo impuesto lo que definía la esclavitud, ni la ausencia de nexos familiares, sino aquello que pasa en vos y en tu espíritu. Cuando nosotros pensamos en los tres siglos de esclavitud brutal que conoció este país y en lo que emanó de eso (la música, la resistencia y, de una cierta manera, el amor), el resultado es monumental. En ningún caso quiero decir que la esclavitud es algo bueno, pero a veces ennoblece: vos no te volvés el mismo monstruo que tu dueño, te negás a volverte eso, y eso es una forma de libertad.

–Para usted, ¿escribir es un acto político?
–Todo escritor digno de ese nombre habla del mundo que lo rodea. Es lo que hicieron Shakespeare y Esquilo. La idea misma de que el arte pueda estar separado de la política es una enorme mentira. Es una idea que hay que dejar a los países que tienen un arte oficial, una censura, como los comunistas. Para luchar contra el arte oficial, ciertos artistas desarrollaron como teoría que no hay nada en el estado actual del mundo que pueda alimentar novelas o poemas. Eso sucede ahora que la palabra política tiene una connotación negativa que no debería tener.

–¿Cuál debe ser, para usted, el rol de la literatura?
–No quiero teorizar ni hablar por otros escritores. Pero para mí existe un nexo evidente entre la escritura y el juicio, entre la escritura y la moralidad. Escribir es un esfuerzo constante por comprender lo que quiere decir ser humano. ¿Cuáles son mis obligaciones? ¿Qué es lo que hago en esta tierra mientras los demás mueren? Ahí están las preguntas a las que un escritor debe responder, me parece. Mis libros son siempre muy instructivos para mí. Aprendo mucho mientras escribo, incluso hoy.

–¿Cuándo supo que se transformaría en novelista?
–Tarde. Fue cuando escribía mi segunda novela. Ya pasé la número 40. Antes, la escritura no era más que un juego. Mi primera novela me llevó cinco años. Por una razón simple: yo adoraba lo que hacía. Adoraba escribir. No quería parar. Pero cuando se publicó, caí en una profunda melancolía. Sin ninguna razón verdadera. El mundo era el mismo pero yo me sentía fuera de él. Luego busqué otra idea de novela y todo se puso en su lugar. Luego, mi vida creativa estructuró toda mi existencia. Y nunca más quise quedarme escasa de temas para el próximo libro. Me toca estar varios meses sin escribir, pero tengo siempre un tema sobre el que reflexiono. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que yo quería ser novelista.

–Si nos vamos incluso más lejos, ¿cuándo empezó a escribir?
–No tenía la idea de escribir, creo. De chica, leía. Leía todo el tiempo. Quería ser lectora. Me decía que tendría siempre algo maravilloso para leer. Cuando me transformé en editora, que es una manera de ser lectora, descubrí que nadie escribía sobre los nichos vulnerables de la sociedad, es decir sobre los jóvenes, sobre las mujeres, sobre los negros. En la escuela, yo leía sobre todo ensayos. Insuficiente ficción. Me metí a escribir sin dudas porque no podía leer los libros que yo quería. Ahora, ya los escribí.

–Usted escribió una tesis sobre Faulkner. ¿Fue influenciada por los grandes escritores negros de los años 1950-1960?
–Sí, por James Baldwin esencialmente. Sus ensayos fueron muy importantes para mí. En la época muchos negros lloraban o vociferaban. Baldwin llegó a la escena literaria con un estilo único que te engancha afectivamente y que, al mismo tiempo, expresa grandes ideas. También leí mucho a los poetas africanos. Fue decisivo para mí. Más que la poesía negra norteamericana. Para mí, los poetas negros norteamericanos se dirigían en principio a un público blanco e intentaban explicarse, justificarse, a los ojos de la clase dirigente blanca. Por eso cuando me puse a escribir intenté hacerlo de una manera accesible a los afroamericanos, sin tener que explicar las cosas. Cuando escribo, intento describir y contar. No explicar. Actuando de este modo, sin dudas cometí algunos errores de escritura pero pude, sobre todo, abrir algunas barreras.

Revista Lire

Los pros y los contras de ser negro en los tiempos de Obama


–¿Qué significa ser negro en Estados Unidos, en 2009, ahora que Obama fue electo?
–En un sentido, se ha vuelto más difícil que antes. Y en otro sentido, es un verdadero progreso. Políticamente, los negros tienen más poder que antes. En mi último paso por Francia alguien me preguntó por qué los negros no votan en Estados Unidos. Respondí: “Es la cuestión”. En el sur profundo, por ejemplo, impedían que los negros votaran linchándolos. Piense usted en las batallas por los derechos cívicos, de toda la gente que intenta inscribirse y no puede votar. En 2008 se produjo algo extraordinario en la historia de Estados Unidos: la gente salió a votar. Todos. Negros y blancos. Pero sobre todo los negros. ¡Jamás en mi vida había pensado que vería una cola de más de dos kilómetros ante una oficina de voto! Gente que esperaba todo el día, desde las 6 de la mañana hasta que se hacía de noche, para poner la boleta en la urna. Ellos habían llevado sillas, agua... Era gente motivada por el voto y la conquista de poder. No por razones egoístas, sino para acceder a un cierto nivel de justicia. Aleluya.

–Hoy, ¿qué espera de Barack Obama?
–Sabiduría, consistencia, energía, claridad. Pero sobre todo honestidad. Obama me parece perfecto. Verdaderamente. Y, créame, no digo eso porque los dos seamos negros. Eso no tiene nada que ver. No quiero ni imaginarme lo que hubiera sucedido si él no hubiera sido electo. Eso hubiera sido una verdadera catástrofe.

–Sin embargo, usted tardó un tiempo en darle públicamente su apoyo. ¿Por qué demoró?
–Porque no estaba segura de él. Como muchos estadounidenses, yo no lo conocía hasta hace dos años. Yo admiro mucho a Hillary Clinton. Después apareció Obama. Y leí su discurso. La gente lo vio como una suerte de Lancelot. Personalmente, yo tenía otros candidatos en la cabeza. El hecho de que sea negro nunca me pareció un buen argumento para apoyarlo. Un día él me contactó para preguntarme si, en el caso de que sus posiciones me gustaran, yo aceptaría dar mi palabra pública para apoyarlo. Le respondí que yo no había hecho eso jamás, algo que es cierto: jamás he aceptado comprometerme políticamente y sostener tal o tal otra candidatura. Si lo hacés una vez, uno está constantemente solicitado y la vida de escritor se vuelve insostenible. Lo escuché durante un tiempo, observando su talento de orador y su capacidad de debatir, y de proponer soluciones sin repetir lo que otros le habían escrito. Después leí su libro autobiográfico, Los sueños de mi padre, que es excelente: muy profundo, muy estructurado, con un verdadero sentido de los diálogos.

–Es la editora la que habla más que el escritor.
–No, no, yo le aseguro que no. Cuando al final pude tener una charla con Barack Obama, me dijo hasta qué punto La canción de Salomón fue importante para él. Tuvimos una discusión entre escritor y lector, o entre dos escritores. Mi decisión ya estaba tomada. Y no me arrepiento. No me sacrifico a la obamanía, ese culto que ve a Obama como un mesías. Yo veo en él a una persona seria, capaz de conducir un país que estaba cavando derecho hacia el abismo, capaz de frenar y de poner al país en la buena dirección.

Crítica digital, 30 – 05 – 09

La Quinta Pata

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