Eduardo Aliverti
Diálogo, patrimonio, varias incógnitas y algunas pocas seguridades son los datos sobresalientes de la “realidad” política de estos días. Necesariamente, es un paquete que debe ser mezclado. Lo contrario sería un ejercicio de soberbia analítica, como si las cosas pudieran ser lineales y uno, o cualquiera, tuviese la capacidad de separar cada ingrediente para arribar a conclusiones terminantes.
El Gobierno llamó a conversar a fuerzas económicas y partidarias. Las dos definiciones son una licencia convencional. Si es por las primeras: la UIA, la CGT, las cámaras de comercio, y otros conglomerados por el estilo, significan una parte cualitativamente pequeña del poder de fuego de la economía real. La grande está en manos de grupos, monopolios y oligopolios extranjerizados y/o ajenos a la institucionalidad de sector. Ni siquiera la Mesa de Enlace de los campestres tiene una representatividad totalizadora. Hay los rasgos sobrevivientes de la vieja oligarquía y el connubio con ella de la otrora combativa Federación Agraria, pero la torta se cocina entre las cerealeras exportadoras. Y la CGT maneja todavía una artillería capaz de lastimar, con camioneros y negocios de obras sociales a la cabeza, pero no de reunir consenso y garantía de estabilidad.
Es análogo a la ineficacia que reveló el aparato del PJ bonaerense a fin de asegurarle el triunfo al oficialismo, para que ahora Kirchner cometa el papelón de decir que fue víctima de la “vieja política” como si no se hubiese refugiado en ella. Si es por las segundas: ya no hay partidos en este país que influyan como tales, sino estructuras dispersas amparadas, básicamente, en figurones mediáticos. Carrió, De Narváez, Macri, Solanas, Cobos, Reutemann y, desde ya, los mismos Kirchner, no representan más que a humores colectivos, fragmentados y pasajeros, sin anclaje identitario en sello u organización masiva alguna. Por lo tanto, la pregunta de si el “diálogo” a que convocó el Gobierno parte de una sincera autocrítica que tomó nota de la caída electoral, o de una simple maniobra para ganar tiempo, nace mal parida. Todos están desconcertados. Los K porque no se esperaban la derrota y la oposición porque no es otra cosa que un amuchamiento usado para castigar al kirchnerismo, con tanta capacidad para herir o derrumbar como para no saber conducir. Esa es una de las seguridades. Y también lo es que el Gobierno marcó la agenda y aturdió a los contendientes. Carrió se fue de vacaciones en vez de al “diálogo”, ya en decadencia y completamente presa del personaje intransigente que creó; aunque en esta es difícil no darle la razón respecto de que es el Congreso el ámbito natural para discutir. Stolbizer y los radicales no se privaron de criticarla. Y el bloque del Acuerdo Cívico y Social quedó partido antes de arrancar al igual que lo sucedido con Juez, que ya sufrió la pérdida de tres legisladores a las dos semanas de haber ganado. De Narváez habla de un paso adelante “gigantesco”, Macri acepta pero después de deshojar la margarita y Solá, que se hartó de cuestionar la falta de diálogo, afirma que si llaman a conversar es porque están débiles. Así de corrido, todos o casi confirmaron que no los une el amor sino el espanto. ¿Esto habla de que el Gobierno sabe cómo seguir porque supo primerearlos? No. Sólo dictamina que fue más vivo de lo que se esperaba, quizás, para ganar la iniciativa. De ahí a que la táctica tenga estrategia detrás hay o podría haber una enorme distancia. Esa es una incógnita.
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