John Saxe-Fernández
“Si en Honduras la diplomacia de EU es de dos vías (Track II diplomacy) pronto se le verá la costura”, me dijo un conocido analista de las políticas de seguridad en América Latina, presente en la celebración, en República Dominicana, del centenario del natalicio de Juan Bosch. Se refería a mi observación de que las declaraciones de Obama y Clinton en rechazo tibio al golpe ejecutado por las fuerzas especiales del ejército hondureño contra el presidente Manuel Zelaya parecen la vía I, mientras ese cuerpo castrense, adiestrado y equipado en operaciones de ataque y captura por el Pentágono, realiza la vía II. Ello porque son alarmantes, aunque no inesperados, los engarces entre Barack Obama y George Bush II en materia militar y de seguridad, como la ampliación hacia México, Centroamérica y el Caribe del Plan Colombia por medio de la Iniciativa Mérida; la creciente militarización y para-militarización de la política exterior de EU por medio de operaciones abiertas y encubiertas contra países latinoamericanos y del Oriente Medio, como Venezuela, Bolivia, Ecuador e Irán, donde se localizan recursos naturales estratégicos; y en el ascenso, sin aparente freno, del poder, influencia y presupuesto del sector bélico-industrial, fenómeno que Bosch denominó el Pentagonismo.
A la larga y sangrienta historia de las guerras secretas de EU en el tercer mundo se añade lo que ocurre en Honduras, en un panorama con la violencia y caos desatados en torno a las elecciones de Irán, cuyos sucesos, como en el país centroamericano, se difunden al mundo desde la perspectiva muchas veces distorsionada, de la CNN y la BBC. En Irán, pese a los sermones de la Casa Blanca, es imposible no ver la costura de la vía II: mientras Obama regañaba al gobierno iraní por someter a sus opositores en las calles, Paul Craig Roberts ex subsecretario del Tesoro de Reagan, recordaba que, desde mayo de 2007 The Telegraph informó que Bush había autorizado planes de la CIA para una campaña de propaganda y desinformación que intentaba desestabilizar y eventualmente derrocar al régimen revolucionario de ese país y citó a John Bolton, ex embajador de Bush en la ONU, afirmando que un ataque militar contra Irán sería una última opción que se ejecutaría sólo si fallaran las sanciones económicas y los intentos por fomentar un levantamiento popular. A finales de ese año, según fuentes militares, legislativas y de inteligencia citadas por Seymour Hersh (New Yorker 29/06/08), el Congreso aprobó un presupuesto para una gran ampliación de las operaciones clandestinas contra Irán (Bush solicitó 400 millones de dólares) incluyendo la “actuación –de EU– junto a grupos de oposición, pasándoles dinero”.
La cúpula legislativa Demócrata avaló en secreto el complot y todo indica que Obama también, dejando a un lado las reticencias mostradas antaño por Harry Truman y Dean Acheson sobre el plan británico para derrocar a Mossadegh por nacionalizar el petróleo iraní. El desastre generado en 1953 por la CIA en Irán fue previsto por Acheson, cuando les espetó a John y Allen Dulles: nunca tan pocos han sido capaces de perder tanto, tan estúpidamente, en tan corto tiempo. Si en Irán Obama y su Consejo de Seguridad no tienen miramientos para seguir con el homicida plan de Bush, resulta más difícil pretender que el presidente no dio luz verde al regime change en Honduras, integrante de ALBA que impulsa la soberanía en política, economía y recursos naturales.
Para los demócratas continuar con el golpismo de Bush en Oriente Medio y en el continente americano conlleva un abrupto y abismal desgaste de legitimidad, credibilidad y grandes riesgos a la paz mundial. Obama pronto tendrá que decidir si es el Presidente Constitucional o si, como Nixon/Bush, es el comandante-en-jefe de las operaciones especiales y clandestinas. Como advirtió Zelaya, si Washington no está detrás, estos golpistas no duran 48 horas.
La Jornada, 02 – 07 – 09
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