Alfredo Saavedra
El secuestro y expulsión a punta de ametralladora del presidente de Honduras, Manuel Zelaya, con el antecedente del atentado de asesinato en su contra, configuran un grave crimen que más temprano que tarde habrá de ser castigado, para que la impunidad no le dé cobijo a los que usurpan el gobierno en ese país, responsables de manera irrefutable de ese oprobioso delito, que los coloca de forma terminante en la nómina de la delincuencia política.
Pero dentro de ese proceso, ya condenado extensamente en el mundo, ha causado más que estupor desilusión, la torcida actitud de la jerarquía católica hondureña con su apoyo indirecto a los asaltantes del poder, aunque esa posición sea justificada de forma ambigua por el rector de esa jerarquía, cardenal Oscar Rodríguez. El domingo, coincidiendo con una demostración de homenaje a los caídos en la fallida recepción al presidente Zelaya, el primado de Honduras declaraba al periódico Clarín, de Argentina, que era falso que hubiese apoyado el golpe y que más bien lo que había apoyado era la “salida” del presidente Zelaya. Declaración burda y ridícula pues una cosa estuvo vinculada con la otra.
Simplista dialéctica la del cardenal, que denota un desesperado recurso para sacarse el clavo que le ha costado desprestigio internacional y repudio en su propio país como lo evidenció la pancarta en la demostración del domingo, llevada por un obrero y que textualmente decía: “Maldito cura golpista, el pueblo de Honduras te desconoce”. Y es que el cardenal Rodríguez pareció ignorar que la popularidad del presidente Zelaya está sustentada por el apoyo multitudinario de una masa integrada por obreros y campesinos, beneficiarios de las políticas de proyección social de su gobierno.
Una masa que tradicionalmente ha girado en la órbita de la iglesia católica, en conglomerado disminuido en los últimos tiempos por la competencia de la iglesia protestante que le ha arrebatado a la católica el protagonismo. Aunque ese fenómeno supone que la iglesia católica tendría que preocuparse por mantener su clientela, actuaciones como la del cardenal, en las actuales circunstancias, le resultan totalmente negativas. Pero no es extraño que el cardenal hondureño tome una posición favorable al golpe, si se tiene en cuenta que existe la probabilidad de un contubernio de la jerarquía católica con la conspiración que culminó con la acción delictiva contra el presidente Zelaya.
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