En 1936 Mendoza sufrió una epidemia de difteria que en 2 meses hizo estragos. Un caso para aprender.
Todo comenzó con un simple caso de difteria en el sur de nuestra provincia a fines de 1935 en un humilde ranchito en Agua Escondida. El enfermo presentaba un intenso dolor de garganta, cefalea, fiebre e inflamación de los ganglios y cuello.
Su esposa trataba de aliviar sus dolores con medicamentos caseros, con infusiones de yuyos que le había recetado una curandera. A pesar de tomar estos remedios naturales, el estado de salud del pobre hombre seguía agravándose. Días después varios de sus hijos se contagiaron de la misma enfermedad. El padre de la familia falleció.
Los habitantes de aquel lugar comenzaron a contagiarse de aquella enfermedad y a los pocos días, la muerte asoló a las miserables viviendas que se encontraba en ese sector. No solamente murieron varias personas, sino también el ganado ovino y vacuno fue contagiado con la difteria.
De casualidad, una comisión policial que buscaba a un delincuente se encontró con un cuadro verdaderamente desolador al ver que los habitantes de aquel lugar estaban muy enfermos y que varios habían fallecido. Las edades de los fallecidos oscilaban entre los 7 y los 45 años.
Inmediatamente la comisión policial informó a las autoridades de San Rafael de este foco epidemiológico que se encontraba en esa localidad, pero fueron obviados por el funcionario de turno.
Con el correr de los días, la situación para los pobladores se hizo insostenible y cientos de personas se enfermaron. En menos de una semana habían muerto 14 individuos. Los pobladores de Malargüe, General Alvear y San Rafael, fueron afectados por la difteria que se propagó rápidamente por aquella zona.
Un dato muy interesante fue que la Policía de Malargüe se enteró por los medios de prensa de la epidemia y de la cantidades de personas que habían fallecido.
Las autoridades llegaron tarde
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