Emilio Marín
Las tropas de Estados Unidos y de la OTAN, agrupadas en la Fuerza Internacional de Seguridad de Afganistán (ISAF) no logran controlar el país. El 20 de agosto hubo allí elecciones y aún no se sabe quién ganó.
Después de los atentados a las Torres Gemelas, George Bush ordenó la invasión de Afganistán en lo que llamó "guerra contra el terror", bautizada operación "Libertad Perdurable". En octubre de 2001 desembarcaron allí masivamente las brigadas de marines y otros cuerpos expedicionarios de la superpotencia, secundados por miles de efectivos de socios de la OTAN. Así se compuso la Fuerza Internacional de Seguridad de Afganistán (ISAF en su sigla inglesa), que supuestamente en poco tiempo tendría normalizado el país, una vez echados del poder el mullah Omar y sus protegidos talibanes. Supuestamente éstos eran aliados de Al Qaeda y del enemigo público número 1 de Washington, el inasible Osama Ben Laden.
Pero a algo más de un mes de cumplirse el octavo aniversario del inicio de las operaciones armadas, la "normalización" está muy distante. Hay combates de las fuerzas estadounidenses y aliadas, incluyendo los militares y policías afganos del presidente Hamid Karzai, contra los talibanes.
El escenario de las batallas no es sólo la zona sur y provincias como Kandahar, que tradicionalmente mostraron mayor influencia talibán, sino también distritos del centro y norte del país. En provincias del vecino Pakistán, que colinda al sudeste, como Swat, también hay enfrentamientos armados y muchas víctimas civiles, que obligan al éxodo de centenares de miles de personas buscando sitios más seguros.
Allí no sólo reprime el ejército pakistaní del presidente Asif Ali Zardari sino también disparan sus bombas y misiles los aviones de la ISAF, dejando numerosos muertos entre la población, un fenómeno ya acostumbrado del lado afgano.
En ese marco de conflicto, era obvio que las elecciones en Afganistán del pasado 20 de agosto no iban a ser la panacea. Competían 31 candidatos pero sólo dos tenían chances de ganar: el actual mandatario, Karzai, de la etnia pashtún, y su ex canciller Abdulá Abdulá, de origen tayico.
Leer todo el artículoA quince días del comicio, supervisado por enviados internacionales, no hay un ganador y escrutado la mitad de los votos Karzai llevaría la delantera pero sin llegar al 51 por ciento que le daría el triunfo en primera vuelta. Si esa tendencia se mantiene, habría ballottage en algunas semanas más, lo que dista de asegurar un ambiente tranquilo. Es que Abdulá ha denunciado un fraude masivo y en el mismo sentido los observadores internacionales dicen haber recibido centenares de denuncias de irregularidades, una parte de las cuales es susceptible de cambiar el resultado de la votación.
Más soldados, más bajas El empantanamiento de la fuerza de ocupación en el país que limita con Pakistán, Takiyistán, Uzbekistán y Turkmenistán, es notable. Lo es porque contrasta con el empeño de cada vez más tropas estadounidenses y de cuarenta países aliados suyos en el marco de operaciones de la OTAN. El nuevo secretario general de la alianza, el danés Anders Fogh Rasmussen, respaldó ese aumento de las tropas.
A principios de 2007, la ISAF tenía 37.000 soldados y en enero de 2008 ya eran 50.000. Luego el pie de fuerza se siguió ampliando y en ese mismo mes pero de 2009 asumió Barack Obama la presidencia de EE.UU. y dijo que la de Afganistán era la guerra a ganar, por lo que decidió reforzar el contingente militar. Decidió mandar otras 21.000 unidades, por lo que en total en este momento la fuerza internacional se amplió hasta 102.000 soldados.
Sin embargo, lejos de proporcionar más éxitos a la operación "Libertad perdurable", tamaña ocupación provocó más muertos entre los ocupantes. En 2007 se contabilizaron 219 muertos en las filas de la ISAF, que al año siguiente fueron 294 y ahora, en los ocho meses del año en curso, ya son 295, superando aquella marca.
¿Cuál será la estadística de fin de año? Hay que tener en cuenta que las tropas se están moviendo hacia el sur, operando en las provincias más difíciles de controlar como Helmand, adonde fue despachada la 2º Brigada Expedicionaria de Marines dirigida por el brigadier general Lawrence Nicholson.
Como suele ocurrir cuando varios países superiores en maquinaria bélica y recursos invaden a otro, los invadidos se defienden como pueden. Menudean las emboscadas tipo guerrilla en valles y montañas, los atentados con coches bombas cerca de las sedes de embajadas, unidades castrenses y agencias internacionales en Kabul y otras ciudades, suicidas que se autodetonan en esas vecindades, captura de soldados que bajan la guardia, etc. Bowe Bergdahl, de la 25ª División de Infantería con sede en Alaska, fue tomado prisionero en julio último y en un video colgado tres semanas más tarde le imploraba a sus conciudadanos: "por favor, llévennos a casa para poder volver al lugar al que pertenecemos".
El resto de la soldadesca no la pasa mejor. Recientemente se contabilizó la muerte número 200 de los británicos en Afganistán, lo que puso en nuevos aprietos al primer ministro Gordon Brown. Si la asociación con Bush en Irak fue funesta para Anthony Blair, la continuidad de connacionales en suelo afgano puede influir para costarle el puesto a su sucesor.
Dilemas del general En el cuartel general de la OTAN en Kabul está el general estadounidense Stanley McChrystal, comandante del conjunto de la ISAF. El mismo se reporta al general David Petraeus, que desde octubre de 2008 es el máximo responsable del Cuerpo Central de Ejércitos de EE.UU. con jurisdicción sobre Irak y Afganistán. Lo fue con Bush y Robert Gates, secretario de Defensa, y lo sigue siendo con Obama y el mismo Gates, quien continuó siendo la cabeza del Pentágono.
El general McChrystal ha enviado un informe a Petraeus y Gates, que terminará seguramente sobre el escritorio del Salón Oval, con recomendaciones sobre cómo mejorar la performance. Por ahora el contenido es secreto pero muchos deducen que el militar ha pedido un nuevo refuerzo del contingente que ocupa el país asiático.
Con una fuerza más numerosa y con más medios y armas, la situación de la fuerza de ocupación puede ser un poco más holgada. Pero de allí a ganar la guerra con esos recursos, media una grandísima distancia. Con esos instrumentos podrán ganar una o varias batallas, podrán matar a uno o varios jefes talibanes, incluso capturar a Osama, etc., pero eso no supondrá ganar la guerra ni justificar tan prolongada ocupación de un país formalmente independiente.
McChrystal ha dado instrucciones para adecentar la imagen de sus soldados, tales como no perseguir a oponentes ni dispararles cuando estos se internan en centros poblados, para no provocar más muertes "colaterales". Y que los marines del brigadier Nicholson en Helmand anden de pie y se muestren afables ante los vecinos.
Pero esos cambios cosméticos o de psicología barata no cambian el sentido imperial de una guerra que, al día siguiente de esos gestos amables, puede matar a más de cien civiles en un solo ataque aéreo. En agosto de 2008 un bombardeo asesinó a 90 civiles en Azizabad. En mayo de 2009 otro ataque aéreo norteamericano mató a 120 personas, entre ellas muchas mujeres y niños, al atacar viviendas en el distrito de Bala Baluk, provincia de Farah.
Los afganos deben estar pensando no hacer más fiestas de casamientos ni funerales porque ha sucedido que los bombardean pensando que son reuniones de talibanes. O al menos eso aducen después los comunicados de la ISAF que niegan haya habido muertos en el "accidente" para finalmente aceptar un número bien inferior al real.
La publicidad internacional de las torturas a los detenidos en Guantánamo y otras prisiones manejadas por militares norteamericanos, donde están recluidas personas acusadas de participar en la resistencia afgana, no ha colaborado precisamente a dotar de prestigio a ese teatro de operaciones. Ahora se ha abierto una investigación sobre la matanza de 2.000 prisioneros talibanes en la cárcel de Kunduz, cometida por Abdul Dostum, un "señor de la guerra" que operaba para los norteamericanos y la CIA.
Al cabo de tantos años de contienda en Afganistán, cabe preguntarse ¿para qué sirve la ISAF? Para apuntalar al gobierno de Karzai y un Congreso plagado de caudillos corruptos y narcotraficantes. Los talibanes, en comparación con aquellos, pueden terminar siendo vistos por buena parte de la población como males menores, porque -fanáticos, atrasados y hasta retrógrados en muchos sentidos- no estaban vendidos a una potencia ocupante del propio suelo.
La Arena, 05 – 09 – 09
La Quinta Pata
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