Fernando Rule
Es cierto que para ponerse a pensar en lo que dijo el señor gobernador hay que presuponer varias cosas. Todas, o casi todas, irreales.
Hay que suponer que vivimos en un país en donde la intervención sobre el cuerpo es posible y legal. Hay que suponer que el problema de la violencia sexual es un asunto genital. Hay que suponer que La naranja mecánica es un documental y no una novela, que se desarrolla en la Argentina y en el siglo XXI. Hay que suponer que, aunque contador, el señor gobernador ha leído algo en su vida adulta. Hay que suponer que hay gente a su alrededor que lo asesora.
Suponiendo todo esto, trataremos de abocarnos a la reflexión que el señor gobernador nos ha dejado como tarea para la casa.
Como toda legislación propuesta, esto de castrar químicamente a los violadores sería aplicable solo para aquellos que violen en el futuro, dado que ninguna ley puede ser retroactiva. Lástima, porque si fuera realmente una solución, quedarían sin ella miles y miles de violadores que aún no purgan su pecado. Y no nos referimos solamente a los casos que en estos días nos horrorizan desde los diarios. También debemos contar con los casos de verdaderas instituciones de violadores, en donde violar prisioneras es un orgullo, o al menos un rasgo a ser tenido en cuenta a la hora de ascender. El ejército, la armada, la aeronáutica, las policías federal y provinciales, están integradas por hombres que hicieron de la violación sistemática un método. Tanto, que se hablaba con admiración de tal o cual integrante que tenía algún record de violaciones. Todos eran partícipes. Y los que no lo eran directamente fungían de alegres espectadores y los protegen de las indiscreciones de los jueces hasta el último día de su vida. Se llaman entre sí, camaradas. Sería una hipocresía desconocer que en las comisarías es muy común que sean violadas mujeres que son detenidas, que son pobres y que casi nunca denuncian por temor a represalias. Aquí en Mendoza. Sí.
La propuesta legal del señor gobernador abarcará, seguramente a los violadores que viven en las cárceles mendocinas. Todos sabemos que es toda una institución, de la cual hace apología desde el carnicero de la esquina hasta el abogado más prestigioso, que los presos que lo están por robar, herir o matar, tienen casi la obligación de violar a los presuntos violadores que van ingresando. Lo que los convierte automáticamente, además de ladrones o asesinos, en violadores. Pero no se conocen penas por este tipo de crímenes. Tampoco se condena la violación del varón más débil en la cárcel, es una institución en la que el Estado no interviene.
En fin, que parece que no se trata de castrar químicamente a diez o veinte violadores al año. No. Serían cientos los pacientes a ser inyectados. Es probable que se necesite habilitar algunos centros de salud exclusivamente a funcionar como centros de castración química.
Dejando ya el humor asquerosamente negro, debemos decir que quienes aún sufren la humillación de ver caminar por el centro libremente, y cobrar una jubilación del Estado, y formar empresas de seguridad y hasta ser nombrados como funcionarios, a quienes fueron sus violadores, o de sus esposas, o de sus hijas, se sienten profundamente humillados y ofendidos al ver que el contador gobernador usa su tragedia para desviar la atención de los problemas del pueblo y vender vaya a saber qué producto. Ellos, y todos los mendocinos bien nacidos, esperan del gobernador, a secas, palabras más pensadas.
La Quinta Pata, 22 – 10 – 09
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