La era digital modificará profundamente el universo editorial. La emergencia de bibliotecas digitalizadas y libros electrónicos marcan el fin de la estructura y el modelo económico de la cadena del libro. Temores ante el ascenso de un gigante comercial que atenta contra el acceso igualitario a la cultura.
El Congreso de Estados Unidos, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y 32 socios lanzaron el 21 de abril pasado la Biblioteca Digital Mundial (BDM). Este sitio ofrece el acceso gratuito a fuentes digitalizadas provenientes del patrimonio de todo el mundo. Google es el inversor principal y “ofreció 3 millones de dólares sin esperar nada a cambio”, como explica Roni Amelan, de la Unesco (1). Este proyecto se suma a Europeana y a Google Books. El primero fue lanzado en 2008 por la Comisión Europea y apunta a volver accesible, a través de internet, el patrimonio de las bibliotecas nacionales y de otros lugares de conservación de los Estados miembros de la Unión. El imperio Google, en su emprendimiento de captación integral de la realidad, fue uno de los primeros en desarrollar su biblioteca virtual, que cuenta ahora con más de siete millones de libros (2).
Esta digitalización de “todos los conocimientos de la humanidad” viene acompañada del desarrollo de los e-books, readers o libros electrónicos. A pesar de su lanzamiento con bombos y platillos en 2001, el e-book primera generación fue un fracaso total. Pero hoy vuelve con fuerza, en un contexto mucho más favorable: lo digital invadió nuestras vidas y una parte cada vez mayor de las actividades humanas fue transferida a las máquinas. El gigante estadounidense Amazon lanzó el Kindle (y permite comprar en línea contenidos vendidos por… Amazon); Sony, el Reader PRS 505; la filial de Philips iRex, el iLiad, y Booken, el Cybook. Los operadores telefónicos también quieren apoderarse de este mercado: Orange con el Read & Go y SFR con el GeR2. “Las computadoras de bolsillo” y los teléfonos celulares, especialmente el iPhone, también proponen contenidos. Por eso la batalla entre los diferentes lectores y los formatos de archivos asociados a ellos (PDF, Mobipocket, HTML, TXT, etcétera) es encarnizada.
Estos puntos de vista e intereses a veces divergentes evidencian una lógica de fondo y una estrategia común. El libro, cercado por todas partes, está conminado a entrar en el orden digital. Las multinacionales de la electrónica, los gigantes de la web y las start-up ven en ello una mina de beneficios, un territorio que no debe escapar ni a la desmaterialización ni a la tecnología. El desafío económico para Francia es el volumen de negocios adquirido por el libro electrónico: en 2007 era de 3.000 millones de euros, con 75.000 títulos publicados y 485 millones de ejemplares vendidos, lo que lo convierte, de lejos, en la primera industria cultural.
Muchos actores de la cadena del libro tienen dudas. A pesar de los discursos entusiastas de los gigantes de la electrónica, de los incondicionales de las nuevas tecnologías y de algunos ardientes teóricos promotores del e-book, lo que los empuja hacia lo digital es más bien el miedo de ser relegado para terminar desapareciendo. El mecanismo de la profecía autocumplida funciona a la perfección. Todos los actores se ven arrastrados a digitalizar: para no dejar el terreno a los estadounidenses (proyecto Gallica) (3), para competir con las “organizaciones exteriores al comercio del libro” (comisión Alire-SLF) (4), para evitar que los “grandes” (5) ganen distancia, etcétera. Las tentativas de formular un discurso crítico elaborado tropiezan con el conocido estribillo: “La peor de las actitudes frente a las transformaciones actuales –explica Jerôme Vidal– sería sostener una posición tecnofóbica y conservadora; dicho de otra manera, una política del statu quo destinada al fracaso que, después de todo, no serviría más que para reforzar el poder del oligopolio editorial” (6).
La industria se reorganiza Una de las grandes ilusiones consiste en creer que la sustitución digital, si está bien hecha, puede permitirle a la cadena del libro mantener, con algunos reformas, su modelo económico y su estructura. Para la Asociación de Librerías Informatizadas y Usuarios de Redes Electrónicas (Alire) y Sindicato de la Librería Francesa (SLF), la librería podría “aprovechar plenamente todas las oportunidades digitales” y los editores y libreros “desempeñar todavía mejor su papel de mediadores” (7). Ahora bien, si al principio el modelo editorial tradicional es calcado, el mundo digital modificará profundamente el estatus de los actores intermediarios (libreros, editores, bibliotecas). Cada revolución tecnológica comienza por recrear lo que se hacía antes –en los inicios de la imprenta se reproducía la letra capitular manuscrita; en los primeros tiempos de la televisión se filmaban emisiones radiofónicas, teatro y debates– hasta que el medio inventa su propia forma.
Pues una tecnología nunca es neutra; no depende de los usos, buenos o malos, que se le den, sino que ambos terminan siempre por ser concomitantes. Una tecnología abre un mundo nuevo que posee sus propias cualidades y defectos en comparación con el antiguo: hay que pensar, entonces, en las grandes tendencias (no restringirse, por ejemplo, a analizar el aporte de internet para los investigadores) y las formas de vida que ella induce. Lejos de producir una nueva cultura, que funcione según sus valores y su lógica propia, internet provocará un cortocircuito en las estructuras intermedias: “La sociedad deja de definirse como un colectivo estructurado por organismos mediadores, para volverse un conjunto de microunidades a escala individual” (8).
Los libreros, alcanzados por completo por el desarrollo de la venta en línea, son los intermediarios destinados a ser los primeros en desaparecer, a menos que se considere que el futuro de los “mediadores digitales” (es decir de administradores de bases de datos) sea una prolongación de su actividad. Ellos eligieron ese oficio para insertarse en un lugar dedicado a los libros, a los consejos, al intercambio y al encuentro, inscrito a su vez en un territorio, una materialidad, una presencia. La limitación espacial es garantía de la diversidad: a la sociedad del libro le corresponden estructuras de menor tamaño; a la sociedad digital le corresponden obstáculos mundiales de poder desmesurado (Google, Amazon, etcétera) que coexisten con una gran cantidad de nichos afines relativamente herméticos unos para otros. Ahora bien, solo una sociedad a la medida del hombre permite el ejercicio de una verdadera democracia.
En el caso de las bibliotecas, pensar que el enriquecimiento cultural e intelectual será más sencillo por la posibilidad de consultar una infinidad de textos vía una red virtual nos hace pensar que la igualdad no es un asunto de educación ni de estructuras sociales, sino que se resume en la igualdad de acceso y que alimenta por otra parte los fantasmas de omnipotencia (“tener una biblioteca en el bolsillo”). Por el contrario, los movimientos de emancipación lucharon contra este punto de vista liberal de la igualdad formal de las oportunidades para defender la educación popular, muy lejos del “solo frente al saber” que las clases dominantes han promovido con frecuencia. En Francia, lejos de ser inaccesibles, hay una gran cantidad de libros disponibles en las bibliotecas (que son frecuentadas por una de cada dos personas) (9).
La función misma del editor y su saber hacer se tornarán superfluos a medida que el e-book se imponga. Actualmente indispensable en razón de la materialidad misma del libro y de sus condiciones de producción (costo de fabricación, difusión/distribución, gestión de los derechos de autor), la selección, inherente a toda producción editorial, no es tan crucial desde el momento en que todo puede ser publicado en línea a menor costo.
Por último (y ese es quizás el punto central de la transformación que inicia el e-book), cuando esté disuelta la materialidad del libro –y toda la cultura que lo acompaña–, su textualidad se descompondrá. Se volverá un objeto hipermediático y la reproducción de su forma tradicional stricto sensu en formato digital no durará mucho. Los que defienden la coexistencia digital/papel olvidan que, durante los treinta años que siguieron a la aparición de la imprenta, la producción de manuscritos se desarrolló considerablemente hasta la saturación del mercado. Luego siguió la evolución generalizada hacia la imprenta, y poco a poco el manuscrito se volvió un objeto de colección. El paralelo con la situación actual es sorprendente (sobreproducción, etcétera), más aun considerando que los argumentos a favor de los modelos de bi-edición papel/digital hacen del libro un producto digno de interés únicamente por su cualidad de objeto gráfico.
Nuevos hábitos de lectura La naturaleza del soporte y su medio influyen sobre el modo de lectura. Internet privilegia la eficacia, la inmediatez y la masa informativa. La lectura es allí más segmentada, fragmentada y discontinua. Lo digital –hipertexto y multimedia– induce una hiperatención que algunos psicólogos estadounidenses oponen a la deep attention (la atención profunda) que necesita la lectura lineal sobre papel. Asoma el riesgo de que la lectura clásica se vuelva insoportable, incluso físicamente. Asistiríamos entonces a la “liquidación de la facultad cognitiva (…) remplazada por la habilidad informacional” (10). Como señala Nicholas Carr: “Lo último que desean los empresarios de la red es alentar la lectura lenta, ociosa o concentrada. Su interés económico es alentar la distracción” (11).
Por el contrario, la fuerza del libro reside en el hecho de que corporeiza y materializa una cierta cantidad de ideas, lo cual constituye el espacio mismo del debate democrático. El historiador Roger Chartier demostró bien cómo, más allá del contenido de los impresos, el acto mismo de lectura individual o colectiva, socialmente difundida en el siglo xviii, produjo “los orígenes culturales de la Revolución Francesa ” (12), a saber: el espíritu crítico, el hábito de la argumentación, del intercambio político… Y esto desde los salones literarios hasta las veladas pueblerinas, donde las lecturas orales daban lugar a espacios de atención común.
El libro en papel, en su linealidad y su finitud, en su materialidad y su presencia, constituye un espacio silencioso que hace fracasar el culto a la velocidad y la pérdida del sentido crítico. Es un punto de anclaje, un objeto de inscripción para un pensamiento coherente y articulado, fuera de la red y de los flujos incesantes de información y de solicitud: sigue siendo uno de los últimos lugares de resistencia.
1 Citado en “L’internationale des e-bibliothèques”, Laurie Haslé, 20minutes.fr, 27-4-09.
2 Robert Darnton, “La bibliothèque universelle, de Voltaire á Google”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 2009.
3 Jean-Noël Jeanneney, Quand Google défie l’Europe. Plaidoyer pour un sursaut, Mille et une nuits, París, 2005.
4 Informe “Acueillir le numérique? Une mutation pour la librairie et le comerce du livre”, Asociación de Librerías Informatizadas y Usuarios de Redes Electrónicas (Alire) y Sindicato de la Librería Francesa (SLF).
5 Joël Faucilhon, “Un monde d’informaticiens et de manutentionnaires? Livre indépendant et nouvelles technologies”, en Le Livre: que faire?, La Fabrique, París, 2008.
6 Jérôme Vidal, Lire et penser ensemble. Sur l’avenir de l’édition indépendante et la publicité de la pensée critique, Ediciones Amsterdam, París, 2006.
7 Informe “Accueillir le numérique?”, Op. Cit.
8 Pascal Josèphe, La Société immédiate, Calmann-Lévy, París, 2008.
9 Benoît Yvert, “L’Avenir du livre”, Le Débat, N° 145, París, mayo-agosto de 2007.
10 “Formation et destruction de l’attention”, Arsindustrialis.org, 2008.
11 “Google nous rend-il stupides?”, Les Cahiers de la librairie, N° 7, París, enero de 2009.
12 Roger Chartier, Les Origines culturelles de la Révolution française, Seuil, París, 1990.
Le Monde Diplomatique, 22 – 10 – 09
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