Del pueblo de Santa Lucía solo quedó la torre del tanque de agua y un espejo, porque una vez, cuando ese pueblo existía, había un muchacho llamado Danielito. Danielito caminaba raro, muy raro por la calle, porque no podía mirar a nadie. Tenía miedo de mirar y encontrarse con los ojos de los demás. Incapaz de soportar que lo miren a los ojos, sentía en esto la debilidad de un celofán. Practicaba y practicaba sostener la mirada, practicaba mirando a su canario, pero cuando el canario lo miraba a los ojos, Danielito bajaba la vista. Estaba de novio con una chica tan linda como estúpida, que jamás se dio cuenta de su debilidad, quizás por eso siguió con ella, por eso y porque nunca lo miraba a los ojos.
Siempre andaba con un espejo encima para practicar miradas, a ver si se fortalecían, pero lo increíble era que bajaba la vista ante su propia mirada. Arto de su débil mirar una noche se metió en un banco de órganos y se robó muchos frascos con ojos que esperaban para ser trasplantados. Eran cientos de pares de ojos que Danielito empezó a criar y a entrenar en su casa. Les pasaba películas de acción y de terror y los llevaba de un lado a otro para que pudieran ver lo peor, lo más horrendo, y así lograr que tengan una mirada fuerte, sólida, categórica e invencible. Los empezó a cruzar entre sí, a reproducirlos, los ojos vivían en su casa y correteaban por el patio y la cocina, y cuando venían visitas, para disimular, se subían a la parra y se hacían pasar por uvas. Después de meses de entrenarlos vio un par de ellos que eran más brillantes que los demás, y observó cómo, cuando ese par de ojos miraron a un gato que los quería atrapar, el gato desapareció.
- Esos son los ojos que quiero para mí - dijo Danielito. Y a la noche se trasplantó los nuevos ojos y dejó los suyos por ahí.
Al otro día Danielito se despertó, miró con bronca el despertador y el despertador desapareció. Ya no sólo tenía una mirada dura y solvente, firme y valiente sino que era tan fuerte que hacía desaparecer todo lo que no le gustaba, y así fue como Danielito salió a la calle y ya no caminaba raro, y le mostró a la gente cómo hacía desaparecer lo que no le gustaba o le daba bronca: pomelo Quatro, la panadería La Poderosa, todos los caramelos Media Hora de un kiosco, un póster de Luis Miguel.
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