Eduardo Aliverti
Repasemos una historia sencilla para pensar si en Argentina sería imaginable.
El miércoles pasado, el primer ministro británico presentó su programa ante el Congreso laborista. Al día siguiente, como reportó el corresponsal de Página/12 en Londres, The Sun, el diario de más tirada en el Reino Unido y el más influyente entre la clase trabajadora y las capas medio-bajas, anunció en su portada que dejaba de apoyar a Gordon Brown. El Grupo Murdoch –uno de los más poderosos del mundo– advertía así sobre su virtual pase a las filas del Partido Conservador, que lidera cómodamente las encuestas de cara a las elecciones del próximo mayo. Fenece de este modo el respaldo que el diario y la corporación le prestaron al laborismo, siempre de manera abierta, desde 1997. Brown, obviamente en preaviso de lo que ocurriría, dijo que “los diarios no ganan las elecciones”. Y su viceprimera ministra señaló que no hay que dejarse patotear. “Hay que salir a la calle y ganar la batalla”, agregó Harriet Harman. Así de fácil, si se quiere, el líder y el partido gobernante de los ingleses fueron explícitamente contestes de que el mayor de sus emporios periodísticos les quitaría el saludo. Y en efecto, se lo pusieron en la tapa. Algo similar sucede en España con El País, del Grupo Prisa, que está en guerra abierta contra el gobierno de Zapatero porque este osó afectar los negocios multimediáticos de la corporación al abrir la oferta de la Televisión Digital Terrestre: los derechos de retransmitir el fútbol por suscripción nunca estuvieron en manos que no fueran las de una sociedad controlada por Prisa. Y es así que El País aparece arrojado poco menos que en brazos de los conservadores del Partido Popular cuando, desde el fondo de la historia posterior a Franco, el diario llegó a ser definido como la Biblia de los socialistas. La guerra alcanza el extremo de que un dirigente del PSOE apuntó, literalmente: “O el gobierno se carga a Prisa o Prisa se carga al gobierno”.
¿Alguien es capaz de ensoñarse con que aquí podría suceder algo similar? No nos referimos a la guerra entre medios y Gobierno, sino a su sinceramiento expreso en cuanto a los apoyos políticos concretos que eso significa. No es chuparse el dedo. Es eso de la sinceridad, nada más o nada menos. De la misma forma en que los grandes grupos de prensa de Estados Unidos y Europa, y también de Brasil y buena parte de América latina (aún comandados, como en Argentina, por la agenda que trazan sus diarios, revistas y periódicos), no tienen empacho en desnudar no ya sus inclinaciones político-electorales, sino, directamente, para quiénes volcarán su bajada de línea. The New York Times, Le Monde, The Washington Post, O Globo, Le Figaro, todo lo que en Italia no cooptó Berlusconi y lo que sí, las publicaciones uruguayas, chilenas incluso, tienen un “contrato” histórico con sus consumidores por el cual advierten no sólo que hablan desde equis lugar ideológico, sino que en procesos electorales o frente a episodios específicos dicen editorialmente con quiénes juegan. ¿Qué diferencia hay con la obviedad de para quién tuercen sus informaciones y opiniones Clarín y La Nación, por caso? Es cierto: semántica, ninguna. Pero ética, sí. Quizá se trate de otro estilo de cinismo. Sin embargo, el periodista interpreta que hay un mínimo respeto por ciertos códigos elementales del ejercicio de la profesión, que consisten en dejar cristalino el sitio desde el que se dice tal o cual cosa. No aparecer arrastrados, en una palabra. Si tomamos nota de esas firmas y esas voces y esas caras que por aquí, abordado el punto de la ley de medios audiovisuales y amparados en la defensa de la libertad de expresión, insisten en hablar de la necesidad de un “periodismo independiente”, hay una distancia marcada con quienes no se permiten usar ese artilugio, esa falacia, esa hipocresía.
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