Delfina Acosta
A mí me suele gustar la obra del novelista español Benito Pérez Galdós, pues además de contarnos su situación sentimental, su ubicación psicológica y artística dentro del mundo, nos va mostrando capítulos históricos de la España a la que le sucedían de manera continuada las revoluciones de 1900.
Didáctica y uso pormenorizado y detallista del lenguaje, son los elementos literarios que valoro mucho en cualquier autor.
En la obra de carácter autobiográfico El primo Juan, Ramiro Domínguez, pone su acento sobre un estilo de vida, rico en esplendores y en ingenio, de su Villarrica natal. Lo suyo no es una narración que se desliza fácilmente. No. Lo suyo tiene sus hermosos detalles lingüísticos que dejan al descubierto un alma plena de fulgores y una mente despierta, creadora y muy sugerente.
Y es así, mediante el sano fruto de su mente tan creativa, como venimos a confirmar tras la lectura, por sucesión de narraciones, que la década más brillante del Paraguay moderno tuvo su mejor tiempo bajo los gobiernos de Eusebio y Eligio Ayala.
Hombre entregado a la educación más esmerada, Ramiro Domínguez nos señala la importancia de la reforma educativa hecha por Ramón Indalecio Cardozo, Clotilde Bordón y Delfín Chamorro.
Se respira, se siente, a veces, la presencia de las anotaciones de Gabriel García Márquez en los párrafos llenos de exquisitez literaria del libro que reseño.
Le vienen a la memoria los sucesos más dignos y notables de un tiempo por siempre ido, pero que permanece en la memoria del pueblo paraguayo debido a su caudal histórico y emotivo.
Ramiro Domínguez sabe todo. Qué pasó, dónde, bajo qué farol, cuántas estrellas se dieron cita entonces en el sitio, etc. Personajes que deleitaron la memoria popular son citados y explicados, con riqueza literaria y puntualidad de fechas por el autor de El primo Juan.
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