sábado, 14 de noviembre de 2009

Kateb Yacine, el eterno perturbador

Marina Da Silva
(Traducción: Mariana Saúl)

De las palabras que practican la lucha
El escritor argelino Kateb Yacine, fallecido hace ya veinte años, sigue teniendo cierta popularidad en su país de origen, donde se le acaba de dedicar un coloquio internacional. Símbolo de la revuelta contra todas las formas de injusticia, este poeta permanece como el emblema de una conciencia insumisa, determinada a soñar, pensar y actuar de pie.

“El verdadero poeta, incluso en una corriente progresista, debe manifestar sus desacuerdos. Si no se expresa plenamente, se ahoga: esa es su función. Él hace su revolución en el interior de la revolución política; es, en el seno mismo de la perturbación, ese eterno perturbador. Su drama reside en ser puesto al servicio de una lucha revolucionaria, a él, que no puede ni debe transar con las apariencias fugaces. El poeta es la revolución en estado puro, el movimiento mismo de la vida en una incesante explosión” (1).

Kateb Yacine, novelista y dramaturgo visionario, considerado el fundador de la literatura argelina moderna por su novela Nedjma (Estrella), era ante todo un poeta rebelde. Veinte años después de su desaparición, ocupa en Argelia “el lugar del mito; como en todas las sociedades, no necesariamente se conoce su obra, pero él está inscripto en las idiosincrasias y en el discurso social” (2), y permanece como una de las figuras a la vez más importantes y reveladoras de la historia franco-argelina.

Kateb –palabra que significa “escritor” en árabe– nació en una familia culta perteneciente a la tribu de los Keblut, de la tierra del Nador (en el este argelino). El 8 de mayo de 1945, cuando aún no había cumplido los 16 años, participó en los levantamientos populares por la independencia de Constantina. Luego de una represión, que provocó cerca de 45.000 muertes, fue detenido en Sétif y encarcelado durante tres meses. Su madre, por quien él sentía un profundo apego –la que lo había iniciado en la tradición oral y en la poesía– se hundió en la locura. Esa fecha, el 8 de mayo, marcó para siempre la existencia, el compromiso y la escritura de Kateb.
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En septiembre de ese mismo año, en Annaba, el joven se enamoró perdidamente de una de sus primas, Zoulheikha. Ella inspiraría Nedjma, una obra fundacional escrita en francés, que sacudiría por completo la escritura magrebí. Se trata de una historia metafórica en la que cuatro jóvenes –Rachid, Lakhdar, Mourad y Mustapha– gravitan en torno a Nedjma, en busca de un amor imposible y una reconciliación con su tierra natal y los ancestros. La muchacha, bella e inaccesible, simboliza también la Argelia que resiste sin cesar a sus invasores, desde los romanos hasta los franceses. En el centro de la obra –pluridimensional y polifónica– se halla la cuestión de la identidad, tanto de los personajes como la de una nación.

Nedjma se convertiría en una referencia permanente en la obra de Kateb, amplificada en particular en El polígono estrellado, pero también en su teatro (El círculo de las represalias) y su poesía. Para Moa Abaid, un actor que lo admiraba, Kateb era “un director genial, cercano a la realidad, que trabajó verdaderamente en la construcción del personaje para hablar en público sin camuflaje ni maquillaje. Su utilización de la metáfora y la alegoría no es un rodeo, dado que siempre dijo en voz alta lo que pensaba, sino que proviene del patrimonio cultural árabe-musulmán”.

La vida misma de Kateb fue tan libre y libertaria, tan indolente y provocadora, tan indescifrable y deslumbrante como su obra. Militó con toda su alma por la independencia, primero en el Partido Popular Argelino y luego en el Partido Comunista. Se comprometió ante todo con “los condenados de la tierra”, cuyos combates hacía oír afanosamente: “Para llegar al horizonte del mundo se debe hablar de Palestina y recordar Vietnam, pasando por el Magreb”.

Un “poder explosivo”
Exiliado en 1951, vivió en una extrema precariedad hasta el final de la guerra de la independencia (1954-1962), sobre todo en Francia, acosado por la Dirección de Vigilancia del Territorio (DST, por sus siglas en francés) y sin dejar de viajar. Yacine volvió a Argelia tras el levantamiento terrible y eufórico de 1962, pero enseguida se desilusionó. Allí se sentía “un marciano”, y emprendió un segundo período de viajes –Moscú, Hanoi, Damasco, Nueva York, El Cairo–. “En realidad, nunca creí que la independencia fuera el fin de las dificultades; sabía bien que iba a ser muy difícil.”

Cuando decidió instalarse más permanentemente en Argelia en 1970, abandonó la escritura en francés y se lanzó a una experiencia teatral en lengua dialectal, cuyo tono está marcado por Mohamed toma tu maleta, una obra de culto. Fundador de la Acción Cultural de los Trabajadores (ACT), montó sus obras en los sitios más apartados e improbables: fábricas, cuarteles, hangares, estadios, plazas públicas... con medios muy simples y minimalistas –los actores se visten en escena e interpretan muchos personajes– empleando el canto y la música como elementos de ritmo y respiración.

“Cuando escribía novelas o poesía me sentía frustrado porque no podía llegar a más de unas pocas decenas de miles de francófonos, mientras que en el teatro hemos llegado en cinco años a casi un millón de espectadores. (...) Estoy en contra de la idea de llegar a Argelia mediante el árabe clásico, porque ésa ya no es la lengua del pueblo; quiero poder dirigirme al pueblo entero, aun cuando se trate de iletrados; quiero tener acceso al gran público, no sólo a los jóvenes, y el gran público incluye a los analfabetos. Hay que hacer una verdadera revolución cultural” (3).

El compromiso político de Kateb determinó fundamentalmente sus elecciones estéticas: “Nuestro teatro es un teatro de combate; en la lucha de clases no se eligen las armas. El teatro es nuestra arma. No puede ser discurso; representamos ante el pueblo lo que el pueblo ha vivido, mezclamos mil experiencias en una sola, lo llevamos más lejos y eso es todo. Somos aprendices de la vida” (4). Para él, solo la poesía puede dar cuenta de ello, porque es el centro de todas las cosas; la juzga “verdaderamente esencial en la expresión del hombre”. La poesía, con sus imágenes y sus símbolos, abre otra dimensión. “No es ya la abstracción desesperante de una poesía replegada sobre sí misma, reducida a la impotencia, sino todo lo contrario (...). En cualquier caso, confío en [su] poder explosivo, tanto como en los medios conscientes del teatro, del lenguaje controlado, bien manejado” (5).

Un “poder explosivo” que él utilizó en El cadáver cercado, obra cuyo relato gira en torno a la jornada mortal del 8 de mayo de 1945, con el saqueo de tres ciudades del este argelino –Guelma, Jerrata y Sétif– por parte de las fuerzas coloniales, y que constituye el vínculo entre la historia individual y la historia colectiva.

Yacine atravesó el proceso de la colonización y el neocolonialismo, pero también el de la dictadura post-independencia que no dejó de expoliar al pueblo. Luchaba en todos los frentes, denunciando con violencia el fanatismo árabe-islamista, y decía que había que “revolucionar la revolución”.

Aunque consideraba el francés como un “botín de guerra”, también se levantó contra la política de arabización y reivindicó el árabe dialectal y el tamazight (berebere) como lenguas nacionales. Kateb apodaba a los islámicos conservadores “Hermanos monumentos”, y llamaba a la emancipación de las mujeres, que según él eran actrices y portadoras de la historia: “Siempre me impactó la cuestión de las mujeres argelinas en la historia. Desde mi más tierna infancia me ha parecido primordial. Todo lo que he vivido, todo lo que he hecho hasta el presente tuvo a mi madre por fuente primera (...). Cuando se trata sobre todo de la lengua, cuando se trata del despertar de una conciencia, es la madre la que hace pronunciar las primeras palabras al niño, es ella quien construye su mundo” (6).

La amplitud y la radicalidad de su crítica le valieron tantas pasiones como enemistades. Kateb Yacine, que hoy en día es objeto de todas las apropiaciones –para bien y para mal– sigue siendo el “eterno perturbador” y, como Nedjma, la Estrella inaccesible, o al menos irreducible.

1 Entrevista con Jean-Marie Serreau, en Le Poète comme un boxeur, Seuil, París, 1994.
2 Benamar Mediene, profesor de la Universidad y autor de Kateb Yacine, le cœur entre les dents, prólogo de Gilles Perrault y Robert Laffont, París, 2006.
3 Entrevista con Abdelkader Djeghloul, Actualité de l’inmigration, Nº 72, París, enero de 1987.
4 Colette Godard, “Le théâtre algérien de Kateb Yacine”, Le Monde, París, 11-9-1975.
5 Kateb Yacine, “Pourquoi j’ai écrit Le Cadavre encerclé”, France-Observateur, París, 1958.
6 Entrevista con El Hassar Benali, en Parce que c’est une femme, Editions des Femmes -Antoinette Fouque, París, 2004.



*Periodista

Le Monde Diplomatique, 10 – 11 – 09

La Quinta Pata

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