Elia Bianchi de Zizzias
La percepción que la ciudadanía, en general, tiene de la crisis educativa es congruente con la realidad del país: el sistema educativo argentino ha colapsado y no responde a las complejas situaciones de un contexto signado por el aumento de la pobreza, la exclusión, la discriminación, la fragmentación, la violencia el avance de los conocimientos , especialmente los de la tecnología de la información y la expansión de patologías sociales.
La institución escolar como producción social, no debe ser ajena a estos escenarios, que nos plantean nuevas miradas para comprender y operar en estas realidades que nos demandan conceptualizaciones diferentes.
En esta situación las críticas y la desvalorización de la escuela pública se multiplican, también las declaraciones de gobernantes y políticos, los enunciados teóricos de pedagogos y especialistas y las demandas de instituciones religiosas y organizaciones civiles no gubernamentales. Sin embargo, no hemos acertado en soluciones estructurales que nos permitan construir estrategias viables para esta crisis cuasi terminal del modelo educativo actual.
Frente a esta realidad multicausal existen dos posiciones peligrosas: la primera, con cierto tinte de conservadurismo que sostiene que todo tiempo pasado fue mejor, sosteniendo el modelo societario de un Estado protagonista y que se ha denominado Estadocéntrica (Cavallo.1999). La segunda, consistente en fuertes argumentos se sectores económicos o religiosos, que proponen el retiro gradual de un estado cuestionado en algunas de sus funciones y exigen mayor autonomía de decisión en cuestiones de gestión y ordenamiento curricular. No nos ocuparemos aquí de criticar ambas tendencias, Lamentablemente, lo cierto es que estamos cansados de las marchas y contramarchas que suponen los cambios de gestión en las políticas educativas, que a juzgar por los resultados obtenidos han generado no solo mayores conflictos, exclusión, fragmentación, aumento de analfabetos funcionales, baja de la calidad educativa, sino que también están hipotecando el futuro de nuestros niños y jóvenes en un mundo altamente competitivo.
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