Juan P. Rojas
Del estallido social de diciembre de 2001 surgieron diferentes escenarios. La aseveración abrupta del agotamiento de un modelo no podía pasar desapercibida en un agregado social tan agitado. Además de saberse capaz el pueblo de poner punto final a un panorama totalmente adverso, surgieron a partir de entonces evidencias de ciertas limitaciones para la organización de base social.
En el plano político, por ejemplo, se fue configurando un panorama distinto al que imaginaban los que vieron un punto y aparte o un quiebre agudo en la historia. Del “que se vayan todos” no se produjo un recambio representativo de los que sostenían ese reclamo. Las viejas caras de la política no fueron reemplazadas por dirigentes sociales procedentes de la resistencia al neoliberalismo. Por el contrario, en este espacio se insertaron actores cuyo origen no era precisamente las luchas sociales sino figuras de ámbitos prestigiosos del deporte, del espectáculo, del mundo empresarial.
Acompañados por los sectores más reaccionarios de los partidos tradicionales y con el auspicio de los grandes medios de comunicación, estos cuadros fueron ganando peso. Quien más sacó tajada entonces fue la derecha que logró imponer a tiempo un recambio dirigencial a pedido. Los éxitos, el desapego con la política y la “mentalidad ganadora” fueron los requisitos para ocupar bancas. La versatilidad ha sido siempre una virtud de los liberales: en algún momento los militares, luego los economistas y ahora las celebridades. Pero también fue preciso que el impulso de los reclamos sociales no llegara a conformar fuerzas estables y que este se dispersara en pretensiones autárquicas.
Las transformaciones en este sentido son innegables. Quienes se alzaron con los votos de los distritos más grandes del país en las últimas elecciones –Macri, Reutemann y de Narváez –son ejemplos de esta nueva estirpe. Todos con grandes aspiraciones a presidente a la par de otro emblema de este alarmante fenómeno: Julio Cobos. Aunque provenientes de diferentes espacios, todos fueron inclinándose hacia el mismo lado y sus aspiraciones no pretenden un quiebre sino un reimpulso de aquel modelo que tocó fondo en 2001.
El vigor emergido de las asambleas de aquel diciembre parece haberse diluido en el tiempo o peor aún parece haber servido de alimento para el otro frente. Tal vez se sobrestimó una pueblada que de ninguna manera significaría un cambio de paradigma o quizá sea muy apresurado dar por cerrado el asunto. Por el momento los trabajadores, los pobres, los excluidos, carne de cañón de aquel estallido, siguen resguardándose en las viejas estructuras del peronismo a la espera del techo que prometían los sueños asambleístas.
Río de Palabras, 16 – 12 – 09
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