Marcos Meloni
Tal vez una de los acontecimientos que más dio que hablar en los últimos tiempos respecto del deporte que hoy nos convoca, tuvo que ver con la democratización de los derechos televisivos de todos los partidos jugados en primera división. Medida tomada por el gobierno nacional, que de alguna forma anticipó lo que sería un desenlace feliz por la aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Cultura al alcance de todos.
Más allá de lo celebratorio no debemos ignorar todo lo que se desprende de este noble deporte transformado en mercancía de alto voltaje. Clubes transformados en empresas. Jugadores transformados en productos por demás explotados. Medios y otras entidades relacionadas al deporte que al mejor estilo corporativo exprimen al máximo sus beneficios económicos en un afán de inocencia deportiva que huele mal. La emisión televisiva por el canal público de todos los partidos disputados, fecha tras fecha, generó un cambio radical en las posibilidades de acceso y disfrute por parte del público. Buena razón para despertar voces reaccionarias que nunca faltan con argumentos pocos serios que apelan al sentido común. ¿Tanto les molesta hacer más público lo que antes era privado?
El fútbol tiene mística. Hoy más que nunca, este deporte que históricamente ha relacionado (jugadores como hinchas) amplios sectores de nuestra sociedad, reclama ser defendido de tan desenfrenada mercantilización. Cualquiera que haya participado de un partido sabe que cualquier baldío es una cancha, que cualquier equipo puede ser el rival para un improvisado encuentro futbolero. Por un sinfín de razones podríamos argumentar que el fútbol es nuestro deporte nacional aunque no el único ni tampoco el más representativo, pero sí el más popular. También necesita ser defendido de cierto discurso elitista-intelectualoide que ve en la afición al fútbol una herramienta más de dominación, un recurso eficaz de estupidización. Afirmar esto sería un acto soberbio y discriminador. Considerar estúpido o alienado a un hincha o a un jugador es no reconocer las secuelas y marcas que imprimen aquellos que dominan este campo de tensiones que trasciende al ámbito propio y específico del deporte.
Sabemos que siempre habrá defensores y detractores de lo popular, que no todo debe ser el gusto de la mayoría. Pero no podemos permitirnos como sociedad mantener un discurso de exclusión. El fútbol no es ni más ni menos que una de las formas que tiene la sociedad de encontrar un refugio frente a la pérdida de socialización profunda de nuestros días.
Río de Palabras, 27 – 12 – 09
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