domingo, 17 de enero de 2010

Apogeo del banco de la patria

Orlando Barone

La sociedad argentina de nuestro tiempo, a la que se le puede adjudicar la invención del cacerolazo próspero y del vicepresidente conspirador, acaba de inventar el banco de la patria. Monumental idiotez que permite deducir el alto grado de coloniaje de tantos conciudadanos presuntamente autónomos. Repentinamente para muchos - incluso para algunos que siempre están al borde de ser vulnerados por lo mismo que adoran - el Banco Central parece adquirir el simbolismo de la patria dentro de la patria, a salvo del poder ejecutivo al que la sociedad elige. Les gusta que la presidenta del país sea desairada por un funcionario subalterno así como se entusiasmaron a favor del enviado Arturo Valenzuela cuando vino a dar sermones y fue recibido por los opositores con la espalda curvada hacia delante. Genuflexión aprobada en el manual de estilo de la relación entre señores y plebeyos. Cuando Bertolt Brecht dejó aquella ya célebre y romántica cita - es mejor robar un banco que fundarlo - se anticipaba a que la vocación humana iría a contradecirlo eternamente. Ya que pasa al revés: se considera mejor fundarlo que robarlo. Muchos argentinos mantienen con los bancos mejor relación que con sus gobiernos. Los aman. Los soban. Por eso sintiéndose traicionados en el 2001 empezaron a atacar bancos como si fueran enemigos. No podían creer la gran estafa de sus grandes aliados y cómplices de tanta embriaguez financiera noventista. Esa dependencia patológica traiciona hasta a los más trasgresores. Y hasta puede hacer estragos en la sensibilidad de un izquierdismo que se arriesga a tomar el colectivo a contramano porque por ser original lee a destiempo las señales.

Para no ser injustos: con el tema del Central estamos todos desorientados. La única que no duda es la derecha que está en todos los partidos y en todos los televisores. Y a lo mejor en muchos de nosotros. La derecha anida secretamente – como han visto - hasta en gente recia que declama la revolución agraria. La paradoja es que muchas señoras y señores que hace ocho y nueve años golpeaban con sus tacos, abanicos y bastones las puertas de los bancos, y arañaban e insultaban a los desprotegidos empleados bancarios, hoy se creen unidos en la épica empresa de tener que salvar al banco Central y a su presidente despedido. ¿Saben por qué esta adhesión, por qué consagrar al Banco Central como el banco de la patria? Porque no se cambiaron sus normas imperiales por normas nacionales soberanas. Las dejaron ahí como una trampa leguleya que sacraliza las reservas deslindándolas de quien es su propietario: el Estado. Y quienes más se aferran a esas normas son manualistas que aspiran a la librea del tribunal de La Haya aunque perjudiquen el mejoramiento social judicializando las reservas. Algunos trinan, porque la deuda es ilegítima. Pero es que varios gobiernos y camadas de votantes las legitimaron largamente. Aunque desde hace seis años fue reducida a su tercera parte. Tres veces menos: no es poco. Los que piden más que vayan a convencer a los patriotas que defienden a Redrado y que acechan por la amnistía y la restauración conservadora. Y no hagan caso a los grandes medios: este no es un conflicto de poderes. Es un conflicto entre inclusión y exclusión. Y de algún lado hay que ponerse. Y si hoy el Gobierno anunciara que consiguió que Gran Bretaña devuelva Las Malvinas los negadores dirían que no: que se las queden los ingleses.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 8 de Enero de 2010 en Radio del Plata.


Extrañas coincidencias “enredradas”

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Mientras Pino Solanas denuncia a la presidenta por defraudación al Estado por querer pagar deudas (según él ilegítimas) y que las pague Magoya, qué fácil; la presidenta acaba de echar a Martín Redrado. La paradoja es que este - Redrado - tampoco quiere pagar y coincide con Solanas. Y ahí está Pino. Alto, erguido: ojalá no logre nunca convertirse en bonsái. Aunque a lo mejor no le importa, porque últimamente el bonsái se viene usando mucho en la política. Lo que es la vida. Ves llorar la Biblia junto al calefón. A su vez con ambos coinciden los políticos opositores y los consultores de los grandes centros económicos y los grandes medios argentinos. Y López Murphy, Melconian, Roque Fernández y Aldo Abraham. Economistas estos que no simpatizan especialmente con el Alba, con Correa y Evo Morales. Y Francisco de Narváez, Macri y Lavagna coinciden con aquellos. Toda la patria democrática y republicana coincide. Vilma Ripoll también. Y los constitucionalistas que toman el tren en Constitución. Y los que sacralizan las normas de probeta. Los ruralistas están desconsolados y recuerdan cuando el Banco Central era solo de ellos y el único que podía darle órdenes era Sir Otto Niemeyer del Banco de Inglaterra. Qué tiempos. Y si le preguntan a Castells les va a mostrar que ya se mandó a hacer chalecos piqueteros con el logotipo de Redrado. El gobierno debería rogar que no se le ocurra a Milagro Sala ni a Luis D´ Elía organizar marchas para reponerlo. La Iglesia no se ha manifestado pero puede deducirse qué piensa. Es que el Banco Central no se toca. Es como el último peaje que queda de control extranjero satelital con nostálgicas ideas de autonomía liberal. Y de casamata a prueba de ladrones populistas. No lo toquen, gritan excitados como si les estuvieran tocando el corazón de la soja. Cobos ya se sabe: antes de que el Gobierno tome una medida, la rechaza. Elisa Carrió debe repetir que les dan asco y asco ya se sabe quiénes. Naturalmente la expulsión de Redrado la rechazan los opositores que siempre cuidaron tanto al Banco Central que no pueden soportar que hoy quieran maltratarlo. Tanta sensibilidad derramada, como si el gobierno hubiera ultrajado al banco de la patria. Extraordinaria actitud la de Redrado. Así se resisten los varones más duros. Hasta que la fina mano de una mujer pone una firma y chau. Y lo disfuma. El destino del ex presidente del Central se vuelve más relajado. Pasa a jugar en el equipo de enfrente, de donde nunca quiso irse.

Cortesía de Gastón Alfaro, 13 – 01 – 10

La Quinta Pata

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