Orlando Barone
La sociedad argentina de nuestro tiempo, a la que se le puede adjudicar la invención del cacerolazo próspero y del vicepresidente conspirador, acaba de inventar el banco de la patria. Monumental idiotez que permite deducir el alto grado de coloniaje de tantos conciudadanos presuntamente autónomos. Repentinamente para muchos - incluso para algunos que siempre están al borde de ser vulnerados por lo mismo que adoran - el Banco Central parece adquirir el simbolismo de la patria dentro de la patria, a salvo del poder ejecutivo al que la sociedad elige. Les gusta que la presidenta del país sea desairada por un funcionario subalterno así como se entusiasmaron a favor del enviado Arturo Valenzuela cuando vino a dar sermones y fue recibido por los opositores con la espalda curvada hacia delante. Genuflexión aprobada en el manual de estilo de la relación entre señores y plebeyos. Cuando Bertolt Brecht dejó aquella ya célebre y romántica cita - es mejor robar un banco que fundarlo - se anticipaba a que la vocación humana iría a contradecirlo eternamente. Ya que pasa al revés: se considera mejor fundarlo que robarlo. Muchos argentinos mantienen con los bancos mejor relación que con sus gobiernos. Los aman. Los soban. Por eso sintiéndose traicionados en el 2001 empezaron a atacar bancos como si fueran enemigos. No podían creer la gran estafa de sus grandes aliados y cómplices de tanta embriaguez financiera noventista. Esa dependencia patológica traiciona hasta a los más trasgresores. Y hasta puede hacer estragos en la sensibilidad de un izquierdismo que se arriesga a tomar el colectivo a contramano porque por ser original lee a destiempo las señales.
Para no ser injustos: con el tema del Central estamos todos desorientados. La única que no duda es la derecha que está en todos los partidos y en todos los televisores. Y a lo mejor en muchos de nosotros. La derecha anida secretamente – como han visto - hasta en gente recia que declama la revolución agraria. La paradoja es que muchas señoras y señores que hace ocho y nueve años golpeaban con sus tacos, abanicos y bastones las puertas de los bancos, y arañaban e insultaban a los desprotegidos empleados bancarios, hoy se creen unidos en la épica empresa de tener que salvar al banco Central y a su presidente despedido. ¿Saben por qué esta adhesión, por qué consagrar al Banco Central como el banco de la patria? Porque no se cambiaron sus normas imperiales por normas nacionales soberanas. Las dejaron ahí como una trampa leguleya que sacraliza las reservas deslindándolas de quien es su propietario: el Estado. Y quienes más se aferran a esas normas son manualistas que aspiran a la librea del tribunal de La Haya aunque perjudiquen el mejoramiento social judicializando las reservas. Algunos trinan, porque la deuda es ilegítima. Pero es que varios gobiernos y camadas de votantes las legitimaron largamente. Aunque desde hace seis años fue reducida a su tercera parte. Tres veces menos: no es poco. Los que piden más que vayan a convencer a los patriotas que defienden a Redrado y que acechan por la amnistía y la restauración conservadora. Y no hagan caso a los grandes medios: este no es un conflicto de poderes. Es un conflicto entre inclusión y exclusión. Y de algún lado hay que ponerse. Y si hoy el Gobierno anunciara que consiguió que Gran Bretaña devuelva Las Malvinas los negadores dirían que no: que se las queden los ingleses.
Carta abierta leída por Orlando Barone el 8 de Enero de 2010 en Radio del Plata.
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