domingo, 31 de enero de 2010

Cuando el silencio no es salud…

Virginia Biella
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Desde hace unas semanas asistimos a un debate planteado sobre la presencia de símbolos religiosos -concretamente católicos- en el ámbito público. Una ONG se pregunta y pregunta a varios funcionarios, a qué obedece esa presencia: ¿existe una ley que obligue a su uso? ¿responde simplemente a una costumbre originada desde hace años? ¿expresa una genuina necesidad de exteriorizar sentimientos religiosos personales en los ámbitos públicos?

Se presentaron comentarios a favor y en contra de la presencia de esos símbolos.

Así pudimos leer a quienes entienden que el respeto a la diversidad de credos -y de pensamiento en general- debiera manifestarse en la ausencia de los mismos.

Y también surgieron voces de lectores que, entendiendo que su verdad es la única e indiscutible, sienten que los símbolos del catolicismo deben presidir, no sólo sus ámbitos privados sino los ámbitos públicos, sin reparar siquiera en el respeto debido a aquellos que no comulgan con su pensamiento o creencia.

Días después aparecieron dos notas en este medio:
El 15 de este mes, desde el ámbito religioso, tomando como base palabras del Evangelio y hechos de los primeros años de la iglesia, el padre Vicente Reale expuso argumentos a favor de la separación entre la Iglesia y el Estado. Propuso dejar para los espacios privados y confesionales la manifestación de posiciones religiosas, liberando de la presencia de esos símbolos al ámbito público. Y avanzó mucho más, según pude entender: se da testimonio de Cristo en el obrar cotidiano, no por simple y mecánico uso de imágenes.

Dos días después, el doctor Carlos Lombardi -Constitucionalista de la UNCuyo- se pronunció desde lo estrictamente legal. Y lo hizo en el mismo sentido.
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Y llegado a este punto, como simple ciudadana, me pregunto si el Arzobispado de Mendoza -como cabeza de los católicos de la diócesis- está de acuerdo con el uso de los símbolos religiosos en el ámbito público porque lo considera legítimo, o porque lo entiende avalado por la costumbre o por un genuino sentimiento religioso.

Me sigo preguntando si considera que la presencia de los mismos no genera vivencias de discriminación en quienes no participan de ese credo, dado que ya ha sido expresado ese sentimiento.

Profundizo el interrogante en si está de acuerdo con todas las consecuencias que devienen de la separación Iglesia - Estado.

En definitiva, si acuerda o no con cada uno de los argumentos que, desde lo religioso se expusieron a favor de la ausencia de esos símbolos en los ámbitos públicos.

El silencio no es salud – como afirmo en el título- cuando la sociedad está ávida de toma de posiciones. Y la autoridad no debe ni puede negarlas.

El silencio no es salud, cuando muchos tememos que se lo usa para que los temas se olviden, o pasen inadvertidos.

El silencio no es salud, cuando nos obliga a inferir, a imaginar, a suponer.

El silencio no es salud, cuando se necesitan palabras y debate serio y sensato.

¿O deberemos concluir que la Iglesia Católica, en sus autoridades y fieles, no posee argumentos válidos para contraponer a la ONG, a Vicente Reale y a Carlos Lombardi?


* Docente jubilada

MDZ Online, 29 – 01 – 10

La Quinta Pata

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