Matías Perdomo Larrea
Picudos. La fiebre mundialista conduce la agenda. Todo es fútbol y encima el equipo responde a la expectativa. Parece extenderse viva la llama de las jornadas bicentenarias y la autoestima nacional se incrementa un poco por orgullo y otro por jactancia. Mientras Maradona se impone “ninguneando” preguntas en inglés, nuestra presidenta avisa con tino, ante los más poderosos, que el ajuste no es el camino. De paso, nuestro canciller denuncia la inmoralidad francesa sobre el hambre griego. Los símbolos nacionales incluso se incrementaron, y algunos intelectuales despotrican.
Presagios. El imaginario popular argentino exhibe el deseo de una final con Brasil. La cercanía y rivalidad hacen lo suyo sobre tal pulsión. Mas debiéramos desear quizá una reválida anti colonial; una virtual victoria en la final ante la “Madre Patria” adicionaría, tal vez, a la optimista vertiente teórica que sostiene que nos encontramos en los umbrales de desterrar la Argentina patricia. Sería hasta un alarde de liderazgo suramericano reivindicando a los equipos andinos sin representación mundialista directa.
Debates. La polémica en ciernes es si al fútbol se juega como se vive. Nuevamente al ruedo, los hombres de ciencia, por derecha y por izquierda, vociferan. Que Higuaín es un chico bien, por eso, por ejemplo, su “frialdad al definir”. Que Tévez tiene una potencialidad especial por ser un resiliente de la marginalidad de los 90’. Que las selecciones reflejan los momentos económicos de los países que representan. Lo nuestro parece más simple: los menos estudiados sabemos que Maradona sobrepasa las razones.
Cosquillas. Los opinólogos omiten (o gambetean) lo que más humaniza al fútbol: el amor. Parecen no entender aún la estrecha relación que une a la mayoría de los argentinos con una pelota. La relación trae consigo el característico ronroneo en la barriga de las grandes pasiones e incluso, tras el contacto físico, se presenta hasta erótica. Existen personas que correrían bastante más por un pelotazo cruzado sin destino que por rescatar a su madre de la muerte inminente. Quizá difícil de explicar, es necesario entender ese acto reflejo del patear una pelota perdida, del desviar la vista porque dos pibes juegan en una plaza en situación manifiesta de gol, o del eterno sueño del agónico gol triunfante en el último minuto.
Valores. “El honor no lo perdí, es el héroe que hay en mi” canta Pappo, que junto a Palermo y Diego ilustran la TV Pública. Prefiero quedarme con que nos va bien porque le hacemos más caso al amor. Aunque la más sensata explicación sea que por fin le pusimos mucha bosta al equipo.
Río de Palabras, 03 – 06 – 10
No hay comentarios :
Publicar un comentario