Rodrigo Farías
Me gustaría que este texto sea leído como la emergencia, desde una historia inacabada, de una opinión que surge de lo incompleto, que surge desde el punto medio, del tránsito, un lugar que no suele despertar la pasión de lo catártico pero en el que de una u otra manera nos hallamos todos.
El gobierno actual no ha podido satisfacer ni a la gloria ni al derrotismo. Si bien ha expresado cierto heroísmo, este ha sido más bien tímido, no revolucionario. Lo cual hace también estar en falta a su cobardía, que no ha sido la cobardía necesaria solicitada por los poderes permanentes. El borde izquierdo reclama la disolución del Estado burgués; el derecho, la disolución del Estado social. A ninguno se los ha atendido y por lo tanto ambos apuestan al fracaso de este punto no glorioso, medio, mas no patético, que se está transitando.
Quizá el futuro no sea amable con esta generación de argentinos, que las antologías no descubran en nosotros un “gran movimiento”, sino más bien una opinión fluctuante. Por otro lado, cuándo la historia ha sido amable con quienes no se adueñaron de ella. Es útil hacer notar a aquellos que hoy reclaman por bordes y exasperaciones lo que ha ocurrido en los derroteros de la mediocridad en estos siete años.
Sin pegar un tiro, sin revolución mediante, se ha logrado alcanzar a través de la expansión previsional y la Asignación Universal por Hijo uno de los Estados más sociales del occidental capitalismo. Algo hecho casi sin militancia formal, o muy poco de ella, siendo crucificada por parte de los medios de comunicación, por “exagerada” o “fundamentalista”, prácticamente toda expresión intuida como “ideológica”.
Por otro lado, se ha producido una relación con el pasado que durante décadas en planos generales fue inexistente. Hoy en la Argentina, sin ruborizarse, se puede hablar de políticas de derechos humanos activas. Sin embargo, hay quienes solo ven un doble discurso en ello, histrionismo, mero eufemismo. Tapan el sol con el dedo al no poder valorar el hecho concreto de que se está enjuiciando y encarcelando a genocidas. ¿Cómo hacerles entender?
Finalmente, la nueva ley de medios rasguña la gloria (no mediocre) de poder transformar el vetusto pensamiento político heredado de una sociedad desencantada. La franca posibilidad de que el día de mañana las nuevas generaciones conformen y “heralden” con su participación una nueva dinámica con la historia. Pienso que no es poco para una política que tuvo el atrevimiento de ubicarse en ese terreno hostil del centro. Sin gloria, sin derrotismo.
Río de Palabras, 15 – 07 – 10
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