domingo, 11 de julio de 2010

Figuración

Don Cósimo

(dedicado al Pibe Mazzoca)

Figurate que has vuelto a ser el mismo
nada te contenta
a partir del alba
te verás caer, ya sin figurar,
te verás caer.

Figuración – Almendra - Luis Alberto Spinetta

En la solemnidad terrestre de pedir permiso para el desasosiego, los argentinos tenemos un lugar perdido en el espacio. No sabemos en qué parte ponernos a llorar sin que nadie nos vea, ni tampoco dónde encallar nuestra bravura enjuta y orgullosa, sobre todo después de recibir una derrota apabullante.

Los mundiales de fútbol son una gran falacia, sin embargo cada cuatro años estamos ahí, frente a cualquier pantalla, atentos a que suceda el milagro. Sabemos que no ganaremos nada, que la ilusión es aquí una grosería a gritos, que los verdaderos ganadores son los poderosos mercaderes y los mercachifles que venden banderitas en las esquinas, pero nada de eso nos importa durante los noventa minutos. No queremos saber nada de los niños pobres y las mujeres maltratadas, de los robos a mano armada o las cuentas en el exterior. Ya habrá tiempo para eso, si algún problema surge repentinamente, ya lo arreglaremos después. Dios proveerá, como en el ´86.

Esta vez nuestro pequeño dios de barro se dejó la barba por cábala y hasta soñó con el barba del más allá, y en ese sueño el pibe de oro recibía la bendición de la mano de dios, como hace 24 años. Sin embargo, parece que aquella alucinación no bastó para evitar que el seleccionado fuera eliminado del certamen por el cuadro alemán con toda justicia.

En nuestro imaginario histórico la sagrada alegría parece que no llegará nunca. Ganamos el Oscar a la mejor película extranjera, sí, pero parece que eso no nos basta. La película no era tan buena y Darín hace siempre de Ricardo. Las Abuelas de Plaza de Mayo pueden llegar a recibir el Premio Nobel de la Paz, pero el premio está algo devaluado, lo recibe cualquiera, hasta el primer negro afroamericano en llegar a la Casa Blanca lo recibe, solo por ser negro y no hacer nada para evitar el avance de las tropas americanas sobre cualquier país mugroso que tenga una gota de petróleo. En fin, nada nos consuela.
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Pero si hubiéramos llegado, no digo a ser campeones del mundo, si hubiéramos llegado a la final del Mundial de Fútbol, ¡ahhhh!, qué felices estaríamos. Habríamos cantado el himno con el pecho abierto en el acto escolar del 9 de julio junto a nuestros niños y sus blancos guardapolvos, para después irnos a festejar la fulgorosa existencia en casa de nuestros padres, a quienes abrazaríamos con la algarabía y el agradecimiento de haber tenido el coraje de engendrarnos en este territorio de héroes. A la tarde cantaríamos “dale alegría, alegría a mi corazón” con un Fito Páez enérgico y epiléptico en la repetición ad infinitum de los festejos del bicentenario, que vendrían muy bien para adornar la glorieta de la independencia y la hazaña futbolera. Pero no, no llegamos ni a la semifinal y el mundo se nos mea de la risa.

Parece que no hay consuelo para los bravucones de este lado del Río de la Plata. Maradona, en el lapso de tres partidos, trasmutó su imagen de un “ídolo en desgracia con graves problemas de personalidad” para convertirse en “el encantador de la flauta”, que al son del juego vistoso transformaba a un puñado de tristes ratoncitos en once feroces gladiadores, que dicho sea de paso llevaban la camiseta pegada a la piel, para volver a ser (en 2 minutos 30 segundos) otra vez el mismo “ídolo con graves problemas de personalidad” que confunde una práctica deportiva con una experiencia religiosa.

Devueltos al piso de la realidad cotidiana, nada nos contenta, ya sin figurar.


Desvío Cósmico, 07 – 07 – 10

La Quinta Pata

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