M. Luz Gómez
Este 22 de julio el conflicto entre Venezuela y Colombia generó la ruptura de sus relaciones, la preocupación de los países hermanos que integran la región suramericana, y la atención o mirada cómplice de aquellos que anhelaban este paso. Es que, sin entrar ahora en el análisis específico del complejo conflicto interno de Colombia y de su `particular´ denuncia contra el gobierno venezolano, no es errado vincular este hecho con la aparentemente olvidada instalación de siete bases militares norteamericanas en suelo colombiano. Tampoco lo es el preguntarse por los intereses que movilizan este enfrentamiento, por el origen de los mismos, y por los daños que puede causar al avanzado proyecto de integración suramericana.
Si revisamos un poco la historia, salta a la vista cómo cualquier intento de integración en nuestra región (ya sea de países que siempre se mantuvieron separados mirando a occidente o de las mayorías oprimidas y empobrecidas de nuestras tierras) ha sido sometido a la intervención de EE.UU. que, con la clásica excusa de la defensa de la democracia, la ya instalada mentalidad imperialista y siempre algún escándalo que distraiga, pretende militarizar el continente. Ejemplo de esto son las dictaduras y los golpes cívicos-mediáticos-militares (no solo los que despiadadamente marcaron la mayoría de nuestros países durante el siglo XX sino también los que hace poco fueron realizados a Venezuela, Haití y Honduras) y la instalación de bases o centros militares como la más descarada y directa intervención.
En correlación a esta política intervencionista que EE.UU. lleva adelante en distintos lugares de mundo, es lógico pensar que hoy, nuevamente, se refuerce su postura en Sur América, porque muy pocas veces en la historia los países suramericanos se han visto tan dispuestos como ahora en fomentar procesos de construcción de una identidad suramericana a partir de la integración regional y en oposición a cualquier tipo de intervención extranjera. Y esto no solo le genera preocupación a Washington sino que también le molesta y asusta, obligándolo a buscar en sus aliados (como la OEA, las Naciones Unidas, los Estados de derecha, etc.) posibles puertas de acceso o puntos de quiebre.
La presión imperialista es fuerte pero las puertas están cada vez un poco más cerradas. UNASUR hoy tiene una de las más importantes tareas: circunscribir el debate a la región, ya que se presenta como el mejor ámbito donde discutir, sin la intervención extranjera, especialmente la de EE.UU., la reconstrucción de los vínculos entre países hermanos para la constitución de una zona de paz y no de derrota mutua.
Río de Palabras, edición aniversario, 29 – 07 – 10
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