Guillermo Almeyra
Hagamos un poco de historia. La autogestión, en Aragón, durante la Revolución española, duró demasiado poco y por eso no pudo demostrar otra cosa que la posibilidad de extender al máximo la democracia de los productores-consumidores-ciudadanos. La autogestión yugoslava lo fue a medias, por su origen y su desarrollo. En efecto, por un lado, fue organizada desde el poder central por Edouard Kardelj después de un primer intento de imitar el modelo económico burocrático centralizado del estalinismo que se interrumpió cuando Stalin expulsó del Cominform y quiso borrar del mapa a Tito y su partido –hasta entonces ejemplos de estalinismo– que buscaban crear una federación socialista balcánica escapando al control total que pretendía imponer Moscú a los gobiernos y partidos comunistas. Por otro, fue una autogestión deformada desde su origen mismo por la dependencia del partido (la Liga de los Comunistas Yugoslavos) y por el nacionalismo y el federalismo burocrático y a la vez localista de las distintas repúblicas, que llevó al estallido de la Federación yugoslava.
Las empresas en la autogestión yugoslava podían elegir sus directores, pero teniendo en cuenta las sugerencias del partido y solo con la venia de este, y podían decidir sus planes de producción y de inversión, su tecnología, los salarios, pero el Estado controlaba los insumos, y la producción y la comercialización estaban fijados por el mercado, con el control caro y redundante de las distintas repúblicas federales. El justo principio de la federación estaba deformado por la existencia de un partido único burocratizado por el nacionalismo puntilloso de cada república e igual cosa sucedía con el principio justo de la autogestión. En cuanto a la autogestión en la Argelia independiente dirigida por Ahmed Ben Bella, duró poquísimo y fue asfixiada por el control del aparato del Estado sobre las empresas agrícolas que intentaron desarrollarlo sin contar con apoyo técnico ni créditos. Las experiencias posteriores, en la fábrica de relojes Lipp, así como recientemente en Philips, en Drouet, Francia –o las fábricas recuperadas en Argentina, Brasil, Uruguay, Venezuela–, han sido o son más que experiencias de autogestión, ejemplos de control obrero en empresas de propiedad capitalista o con propiedad en disputa. En efecto, excepto por la organización del trabajo y la fijación de los salarios, funcionan como antes porque obtienen sus insumos de todo tipo en el mercado capitalista, venden los mismos productos que vendía el antiguo patrón en el mismo mercado y dependen de la obtención de un estatus particular que les otorga el aparato estatal (expropiación por causa de utilidad pública, comodato, organización como cooperativas para no pagar impuestos o, como en el caso del proyecto de ley argentino en discusión, de una protección especial mediante créditos muy baratos y aportes técnicos).
Leer todo el artículo
No hay comentarios :
Publicar un comentario