domingo, 10 de octubre de 2010

Rodolfo Walsh: los años montoneros

Hugo De Marinis

Rodolfo Walsh. Los años montoneros
Hugo Montero e Ignacio Portela
Ediciones Continente – Peña Lillo
Buenos Aires – 218 páginas


Decíamos en una nota anterior (*) que Rodolfo Walsh trascendió en símbolo, bronce, héroe de esa camada setentista que continúa vigente por buenas o por malas. Y que intentar novelizar con él podría transmutarse en una irreverencia quizá inconveniente en la credibilidad del mundo creado, sobre todo para aquellos que fueron contemporáneos del escritor.

(*) Ver nota anterior

La novela de Elsa Drucaroff – El último caso de Rodolfo Walsh –, si se permite la apreciación, es un caso feliz porque aparte de los méritos novelísticos, no rasga la verosimilitud.

Pero con la escritura de un ensayo ninguna de las precisiones de historización resulta un obstáculo. Sucede así porque el pacto de lectura entre autor y lector en la ensayística incluye el sobreentendido de que la historia es tal o cual, cabal y veraz. Solo se agregan interpretaciones y, con suerte, alguna que otra anécdota que se le fugó – ya en el caso de Walsh –a ese abundante conjunto de autores que se ocupó de su obra y peripecias vitales. Anécdotas como las actuales desavenencias entre Horacio Verbitsky y Miguel Bonasso; o la cálida amistad y el agudo contrapunto para ver la realidad entre el mismo Walsh y Francisco “Paco” Urondo.

Uno de los varios méritos del texto de los jóvenes autores de los años montoneros lo constituye – parecido pero con más rigor que la novela de Drucaroff – la trasmisión. Hugo Montero e Ignacio Portela – coeditores de la excelente revista mensual Sudestada – no pertenecen al setentismo. Sus hallazgos investigativos provienen de una generación posterior que no vivió el marco temporal de la dictadura; sí tal vez, y no es poco, sus efectos. El libro ofrece una pulcra tarea de pesquisas tanto en la bibliografía disponible sobre el autor como en la consulta testimonial a quienes militaron cerca de él.
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Esa transmisión – sobre la que marcan el ritmo los mismos autores setentistas – en la que Montero y Portela se embarcan tendría posee por lógica una visión diferente a la de los participantes directos de los acontecimientos. Que los setentistas discutan y transmitan los setenta resulta invalorable. Ellos vivieron la fallida intentona antisistémica de esos años del plomo y, por eso, el hecho que cuenten en grandes números con la capacidad de construir relatos distintos a los hegemónicos y sus variantes para comunicarlos a otras generaciones no es una posibilidad frecuente en la historia de las luchas sociales.

Pero el recambio autoral, con el paso del tiempo, deviene inevitable y deseable, y de ninguna manera termina siendo una pérdida. Muy por el contrario. La visión informada, renovada y diferenciada de los nuevos puede aspirar a algo con que los setentistas no cuentan: la distancia para un juicio, si se quiere, más sereno que el de sus antecesores.

Walsh en este libro mantiene su condición de bronce. Sin embargo, aquí no aparece como aquel a quien algunos de sus coetáneos sindican como el paradigma de la democracia que vino luego en la Argentina. Walsh era un guerrillero por elección propia con una labor sustancial y específica dentro de la organización armada a la que pertenecía – Montoneros – y de la cual, por la razón que fuera, nunca se separó, a pesar de los documentos críticos a la dirección y aunque se intente proyectar la ucronía de una factible disidencia.

Su mística revolucionaria, igual a la de la mayoría de los militantes de la época, no se pone en duda. Los autores enfatizan esto último y se despegan, por ejemplo, de ciertas conclusiones atribuidas a Eduardo Jozami (Rodolfo Walsh. La palabra y la acción, Grupo Editorial Norma, 2006). Walsh peleó hasta el final como un combatiente y tuvo la paradójica suerte de que no se lo llevaran vivo. Distinto al horrible destino de muchos de sus compañeros que no tuvieron esa oportunidad.

Hoy es posible debatir si aquella mística revolucionaria fue el error trágico de la generación setentista, problematizando incluso las consabidas explicaciones acerca de la contextualidad. Lo que no resulta ecuánime, quizá no ético, es escindir esencias de una personalidad que además de héroe fue un ser humano, muy humano, y también aunque no parezca, vulnerable y falible.

La Quinta Pata, 10 – 10 – 10

La Quinta Pata

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