domingo, 20 de febrero de 2011

Adiós al querido Negro Blanco. Horrible Miret: la pata civil del genocidio. Olvidadizo cura Rey

Murió el actor y referente social David Blanco



Daniel Calivares

El artista y militante por los derechos humanos falleció en la madrugada, víctima de un ataque al corazón. Había estado detenido en el D-2. Su testimonio fue clave en el juicio que se realiza en Mendoza.

No lo pudo vencer el encierro, los golpes, las humillaciones y las torturas que le aplicaron el D-2 hace más de 30 años. Tampoco lo vencieron los indultos menemistas, las leyes del perdón de Alfonsin. Siempre estuvo al frente de la lucha por derechos humanos, encabezando cada marcha, cada protesta por justicia. Así era David Blanco, así era la persona, así era el actor.

Esta mañana, mensajes de texto y llamadas de sus amigos más cercanos, alertaron a los medios de comunicación la pérdida de este gran hombre, del "negro blanco" como algunos le decían. No era para menos, en cada redacción hay alguien que lo conoció, alguien que alguna vez recibió una sonrisa o un chiste sin maldad de Blanco.

En mi caso particular, la última vez que hablé con él fue en diciembre. Blanco acababa de terminar de declarar en el juicio por delitos de lesa humanidad. Se había deshecho de una carga que había soportado durante más de tres décadas y que ni siquiera sus hijas sabían, ya que se enteraban esa misma mañana.
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Al salir me comentó que no soportaba más la ansiedad por declarar, por contar lo que le pasó a él y a miles de compañeros, que por militancia o no, pasaron por lo mismo. Había estado dos semanas esperando, sus piernas le temblaban, pero según sus propias palabras, ya estaba bien, habían pasado más de 30 años y por fin un tribunal lo escuchaba. La lucha había sido demasiada larga pero los frutos comenzaban a verse.

Blanco fue valiente. No sólo denunció lo que le ocurrió sino que también tuvo el valor de referirse durante el debate a dos personas con mucho poder en la Justicia Federal, como los camaristas Luis Miret y Otilio Romano. Blanco que era un empleado bancario y por su condición de gremialista había sido detenido, fue absuelto en una primera instancia pero Romano apeló el fallo y Miret lo encontró culpable.

Ya quedó atrás haber sido el pasajero 101 en un vuelo del terror. Ya quedaron lejos aquellas torturas, al menos para él. En la madrugada, lo que no pudo hacer la dictadura, lo hizo su corazón, le dijo "basta". Tenía 57 años, había sido militante por los derechos humanos y titular de la Asociación Argentina de Actores en Mendoza, pero por sobre todo, una gran persona.

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“Miret me trataba de subversiva”



En agosto de 1975, a los 17 años, Faingold estuvo en cautiverio y fue torturada en el D2 de la policía mendocina. Ayer, ante el jury del Consejo de la Magistratura, dijo que el juez Luis Miret la visitó, la interrogó y luego la dejó en manos de los represores.

Luz Faingold conoció a Luis Miret en agosto de 1975, durante la experiencia más terrorífica de su vida. Ella tenía 17 años y estaba en cautiverio con otras diez personas en el Departamento de Informaciones (D2) de la policía de Mendoza, donde había sido torturada y violada. Él la visitó como juez federal subrogante, supo por el novio de Faingold que la adolescente pedía por favor que dejaran de ultrajarla, pero la dejó varios días más en manos de los torturadores. Ayer, luego de soportar durante 35 años que el hombre siguiera en carrera como un juez honorable, Faingold relató por primera vez sus padecimientos ante el jurado de enjuiciamiento del Consejo de la Magistratura que analiza la conducta de Miret, suspendido en su función de juez de la Cámara Federal de Mendoza y acusado de haber colaborado con la represión ilegal durante la dictadura.

“Yo estaba en muy mal estado, lo único que recuerdo es a Miret gritándome, tratando de encontrar algo en mi contra. Me preguntó por mis apuntes de la escuela”, recordó Faingold ante el jury que debe resolver si destituye o mantiene en su cargo al juez. La testigo de 52 años recordó que Miret le pareció “un nazi”. “No preguntó de dónde venía, qué me había pasado ni dijo que podía tener abogado defensor o negarme a declarar”, aseguró. “Mi apellido es judío y me sentí más discriminada aún por eso, que parecía terrible”, agregó en presencia de Miret, que por momentos intentó abandonar el rol de quien es sometido a un juicio político para convertirse en interrogador de la víctima.

Faingold cursaba el último año del colegio secundario e integraba una agrupación. Sus militantes fueron detenidos por los subordinados del brigadier Julio Santucchione, cara visible del terrorismo de Estado en Mendoza en los meses previos al golpe de marzo de 1976. Miret interrogó a los presos en el D2 y luego en los tribunales. “Me preguntó por mis apuntes. Yo tenía matemáticas y astronomía, nos habían pedido que todo lo que viéramos en la prensa relacionado con astronomía lo pegáramos en la carpeta y lo último que tenía era la copia del Apolo y del Soyuz (NdR: Naves espaciales estadounidense y rusa). Miret me preguntó ‘qué es este artículo del diario’, porque la Soyuz era soviética. Fue lo único que pudo encontrar que tuviera que ver con la izquierda”, recordó Faingold y despertó sonrisas en el tribunal.

Luego de los ocho días de cautiverio en el D2 y pese a que los padres habían pedido su restitución, Faingold fue trasladada a un instituto de mujeres de Mendoza. “Mucho después supimos que fue porque mis padres estaban divorciados o algún argumento de ese estilo”, dijo ayer. Durante el encuentro en tribunales, “Miret me gritaba, me trataba de subversiva”, recordó la sobreviviente. “Caminaba por una especie de estrado y gritaba”, dijo, y miró al ex juez. “Sí, usted caminaba, yo lo vi, estaba muy asustada, había pasado el peor momento de mi vida”, contestó cuando Miret preguntó de manera directa y pidió que describiera su despacho.

Faingold también recordó su violación, la semana que pasó sin comer y sin ir al baño y la visita de “alguien de traje” que abrió la puerta de su celda y la cerró de golpe cuando ella se le abalanzó pensando que iban a liberarla. “Después de 35 años supe por una foto que era el fiscal (Otilio Roque) Romano”, dijo en alusión al actual camarista, imputado por los mismos delitos, que logró postergar su jury de enjuiciamiento.

En segundo turno declaró Luz Agustina Casenave, la madre de Luz Faingold. La mujer de 80 años relató que junto con su marido y gracias a un conocido pudieron colarse en la audiencia de indagatoria a su hija. “Di un golpe a la puerta y cuando abrieron irrumpí en la pieza, estaba el señor Miret haciéndole la entrevista a mi hija, sin abogado ni nadie presente. Ella era menor de edad, le dije ‘señor, usted está cometiendo un delito porque la ley dice que debe tomarle declaración con los padres presentes, un tutor o abogado’. Me quiso retirar con cierta violencia, pero insistí y me quedé. Ahí lo conocí”, recordó.

“Mi hija estaba aterrada, apabullada, desesperada, y él buscaba algún delito, le faltaba una acusación”, dijo la madre, que luego relató el exilio en Francia. “Ella declaró sin ayuda legal de ningún tipo”, insistió la mujer cuando Miret pidió que le mostraran el acta de la declaración, firmada por Luz, sus padres y un abogado. La testigo explicó que el padre y el letrado llegaron más tarde, cuando la declaración ya había concluido. “Le solicité la restitución, salió, habló con otra persona, dijo que no y la mandó al instituto”, de donde fue liberada tras gestiones de su familia ante el Ministerio de Justicia de la Nación.

Página 12, 20 – 02 – 11

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Monseñor Rey no creíble - juiciosmendoza.blogspot.com

Con tono convincente y enfático Monseñor Rafael Rey dijo desconocer las detenciones ilegales y torturas practicadas por las FFAA, precisamente, en la Compañía de Comunicaciones donde él oficiaba de capellán del Ejército. A pesar de contar con una función privilegiada dentro del Arzobispado de Mendoza negó tener trato con los jefes del ejército imputados en estas causas. Lamentó que la Conferencia Episcopal no se hubiera manifestado con mayor dureza con respecto al accionar de la Dictadura.

Rafael Eleuterio Rey (77 años), obispo emérito de Zárate-Campana, fue convocado para que testimonie en la Causa 001 que tiene como imputado a Luciano Benjamín Menéndez y en la 005 M que investiga la desaparición de los hermanos Talquenca. En los años de la dictadura, Rey se desempeñaba como secretario en la Vicaría General del Arzobispado de Mendoza y era capellán auxiliar de la Compañía de Comunicaciones de la 8va. Brigada de Montaña. Con un discurso ambiguo no aportó información alguna para estas causas pero, a la vez, aseguró que la Iglesia debió ser más dura con el accionar de los militares.

Inteligente, sagaz y escurridizo comenzó relatando las gestiones realizadas ante las máximas autoridades nacionales por la desaparición de 100 personas denunciadas por sus familiares ante el obispado. Negó rotundamente que la Iglesia conociera las torturas y asesinatos que sucedían diariamente en su entorno y elogió la preocupación del cuestionado obispo Olimpo Maresma por los desaparecidos. Agregó que su función como Capellán era dar misa, catequesis y asistir a los soldados. La situación se complicó para Monseñor Rey cuando los abogados querellantes, Peñaloza, Salinas y Beigel, realizaron numerosas y agudas preguntas que dejaron al descubierto contradicciones y una cuadro de situación revelador. Así se supo que las capellanías forman parte del organigrama del Ejército y su función es asistir espiritualmente a sus miembros. Rey tenía el grado de capitán (dijo haberlo olvidado), se reportaba ante un mayor del ejército, jefe de la Compañía de Comunicaciones Nº 8 y recibía haberes por su función ejercida en plena “lucha antisubversiva” por lo que es imposible creer que desconocía la metodología de “eliminación del enemigo” enarbolada por las FFAA, más aún cuando su función era de sostén espiritual de los soldados. Curiosamente, no recordó el nombre de ninguno de sus jefes en Comunicaciones y negó cercanía alguna con otros integrantes de las Fuerzas Armadas y de seguridad; en siete años de dictadura, según sus palabras, solo compartió con ellas actos públicos: una misa, una oración por la Patria y eventos de esas características

En relación al tipo de vínculo que tenía con los imputados en estas causas, dijo conocer de vista a Tamer Yapur, entonces segundo jefe del ejército, por haber compartido algún “acto patrio o una misa”. Tampoco admitió conocer al teniente Dardo Migno quien revistaba en su Compañía de comunicaciones como figura reconocida en el equipo de torturadores. Cerró su declaración agradeciendo a Dios haber olvidado muchas cosas.

Rafael Rey perteneció al grupo de los 27 que, en los ’60, se reveló contra el obispo Buteler pidiendo se apliquen las reformas del Concilio Vaticano II. De este núcleo surgió la corriente de sacerdotes de tercer mundo que conmovió a Mendoza. Con estos antecedentes, en época de la dictadura, los familiares recurrían a Rey quien los escuchaba y atendía cordialmente. Hoy es posible suponer que fue la cara buena y resultó absolutamente funcional al plan de exterminio. Lo cierto es que tanta desmemoria dispara sospechas sobre monseñor Rey.

La Quinta Pata

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