domingo, 20 de marzo de 2011

24 de marzo de 1976

Eduardo Anguita y Martín Caparrós

- … las Fuerzas Armadas hacen un vibrante e irrenunciable llamado a la juventud argentina para que, integrada en la comunidad nacional, contribuya con su entusiasmo, idealismo y desinterés a la construcción de una Patria que será orgullo de todos los hijos de esta tierra…

Graciela Daleo se había despertado muy temprano y, más que sorprenderse, lo primero que pensó fue: “bueno, así que ya lo hicieron”. No podía dejar de recordar lo que había pensado menos de tres años antes, en la plaza de Mayo, el día de la asunción de Cámpora, cuando todos gritaban se van, se van y nunca volverán y ella y el Flaco Jorge se miraron y, sin palabras, se dijeron que no, que seguramente volverían. Y que, en definitiva, tampoco sería tan grave: que seguramente las cosas se pondrían un poco más duras, pero que sería una etapa más en el avance hacia la liberación. Y que ni siquiera era seguro que se pusieran más duras: en esos días, la violencia de las Tres A era tan terrible que no era fácil imaginarse cómo podía ser peor. Pero igual pensó que tenía que juntar todos los Evita Montonera y los documentos que tuviera y romperlos y tirarlos en algún basural.

A las diez de la mañana los comunicados militares ya habían llegado al número 22. El último suprimía todos los espectáculos públicos “tales como cinematógrafos, teatros, actividades deportivas, culturales, etc.” Pero unos minutos después la cadena nacional informaba, a través del comunicado número 23, que “se ha exceptuado la propagación programada para el día de la fecha del partido de fútbol que sostendrían las selecciones nacionales de Argentina y Polonia.”

Para que no quedaran dudas acerca del peso del Ejército en su competencia con la Armada, la Junta asumió directamente en el edificio Libertador, la sede del Ejército. A las 10 y 40, el escribano de gobierno cruzó la avenida con las actas bajo el brazo y tomó juramento a Videla, Agosti y Massera. Como iban a deponer la Constitución, los uniformados juraron por la flamante Acta del Proceso de Reorganización Nacional, en la que suprimían el Congreso, la Corte Suprema y todos los cargos ejecutivos nacionales, provinciales y municipales. El acta anunciaba, entre sus objeticos, “la vigencia de los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad del ser argentino; la vigencia de la seguridad nacional erradicando la subversión y las causas que favorecen su existencia; la vigencia plena del orden jurídico y social; la relación armónica entre el Estado, el capital y el trabajo, con fortalecido desenvolvimiento de las estructuras empresariales y sindicales, ajustadas a sus fines específicos; la ubicación internacional en el mundo occidental y cristiano…” Además del Acta, en la mesa de caoba de la sede militar, había un crucifijo y una biblia. Después del acto se anunció qu la junta iba a elegir “al ciudadano presidente”: su decisión no tardaría más de dos días. Mientras, el gabinete de emergencia estaba integrado solo por militares.

* * *

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Al amanecer del 24 de marzo murió en Londres el mariscal Bernard Montgomery. Tenía 88 años. En 1942, cuando comandó las tropas que derrotaron al mariscal Erwin Rommell en la batalla de El Alemein, se convirtió en el estratega británico más celebrado. Tras esa batalla, los aliados festejaron el vuelco de la guerra y empezaron a soñar con el ocaso del poder nazi. La imagen de Monty era reproducida en todos los diarios y revistas de la época: cara enjuta, huesuda, de ojos entrecerrados y boina calada de paracaidista. Montgomery recibió después las máximas condecoraciones de norteamericanos y soviéticos, aliados en la carrera contra Hitler.

El 24 de marzo de 1976 el panorama era distinto: un despacho de Reuter informaba sobre las peleas entre británicos y soviéticos en el continente africano. La corona salía en defensa del régimen de la minoría blanca en Rhodesia, atacada por la mayoría negra. Rhodesia era una ex colonia británica que seguía en el Commonwealth. En esos últimos meses, los gobiernos de Zambia, Mozambique, Botswana y Tanzania, alentados por los soviéticos, presionaban al presidente blanco Ian Smith para que cumpliera su promesa de convocar a elecciones en las que pudieran votar todos los rhodesianos. Smith no tuvo más remedio y, poco después, fue electo presidente Joshua Nkomo. Rhodesia pasó a llamarse Zimbabwe y las nuevas autoridades decidieron retirarse del Commonwealth.

Ese 24 de marzo, en Washington, los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward – que había descubierto cuatro años antes el espionaje de los republicanos a los demócratas en las habitaciones del hotel Watergate – revelaban que Richard Nixon pasó sus últimos días en la Casa Blanca pasado de copas. Los periodistas del Washington Post contaban en Los últimos días que Nixon, aquejado por el Watergate, eludía las cuestiones de Estado y se recluía en el misticismo y la depresión: pasaba horas mirando los retratos de sus antepasados, entraba en crisis de llanto y solo lo consolaba el whisky. El libro de los periodistas del Post contaba que su secretario de estado, Henry Kissinger, accedía a arrodillarse y rezar junto al presidente pero si alguien pasaba cerca guiñaba el ojo o gesticulaba avergonzado. Ahora, Kissinger amenazaba a Fidel Castro con una invasión si los soldados cubanos que estaban peleando en Angola actuaban en otros países africanos.

En Beirut, ese día, hubo 200 muertos y 500 heridos. La mayoría cayó en las calles del centro financiero de la capital El Líbano, en ruinas de viejas mezquitas, ventanas de elegantes hoteles o bancos extranjeros abandonados, a orillas del Mediterráneo, a espaldas del valle de la Bekaa, no muy lejos de las mejores pistas de esquí de medio Oriente. Al otro día, los falangistas cristianos y los palestinos alineados tras Yasser Arafat firmaban otro alto el fuego que no duraría mucho. En Vietnam, los ex combatientes vietcong intentaban rehabilitar para el cultivo enormes zonas de tierra devastadas por el napalm americano. En la India, el gobierno regional de Calcuta anunciaba un “vasto plan para que nuestra ciudad deje de ser considerada la más sucia del planeta”. En México, un estudio contaba 20 millones de desnutridos y decía que incluso en la Universidad Autónoma de la capital el 25 por ciento de los estudiantes sufrían anemia.

En Europa, la unidad del mercado Común era amenazada por la crisis económica: de sus nueve miembros, solo Alemania por sus enormes reservas, se beneficiaba de la crisis. Gierek, el premier polaco, ordenaba una “purga de intelectuales” de radios y revistas. “Estamos en contra de la obsequiosidad snob y cosmopolita hacia conceptos y estilos ajenos a nuestras ideas”, decía el líder comunista. Mientras, la aceptación o no de los eurocomunistas provocaba peleas entre el primer ministro ruso, Leonid Breznev y su tercero, Mijail Suslov, que estaba en contra.

En Bolivia, el general Hugo Bánzer Suárez prometía elecciones para 1980 y se mostraba muy molesto “por la campaña extranjera que tanto daño causa a nuestro país”. En Chile, otro general, Augusto Pinochet, ordenaba la clausura de una nueva publicación: Ercilla murió antes de que su primer número llegara a los kioskos “por contener artículos tendenciosos destinados a desfigurar la imagen del supremo gobierno”. Y el general paraguayo Alfredo Stroessner se reunía con el único presidente civil de los países que limitan con Argentina: el uruguayo José María Bordaberry. Sin embargo, hacía tres años que el civil Bordaberry gobernaba por delegación de la junta militar que detentaba el poder en su país.

* * *

- Mirá, acá el cable dice que estados Unidos ya reconoció al nuevo gobierno.
- ¿Ya?
- Sí, ya. Son más rápidos que el caballo del cowboy bueno.
- Acá hay otro sobre el Fondo Monetario. Mirá.
Le dijo Jorge Bernetti, y Nicolás Casullo lo leyó. El cable fechado en Washington, informaba de “la buena disposición” con la que el FMI había saludado a las nuevas autoridades argentinas.

- … expertos locales aseguraron que el nuevo gobierno militar podrá obtener del Fondo un crédito stand by por 300 millones de dólares. En la actualidad, la deuda argentina suma alrededor de 10.000 millones de dólares, de los cuales 1.100 tienen vencimiento en los próximos sesenta días…

- ¡Qué hijos de puta! Ni siquiera esperaron que el cadáver se enfriara, los muy guanacos.

Habían llegado un rato antes a la redacción del diario El Universal de México, en Insurgentes y Reforma. Nicolás trabajaba en la sección internacional y Jorge hacía editoriales, pero esa mañana los había sorprendido la catarata de informaciones confusas: que asumió la Junta, que nadie sabía dónde estaba Isabel, que el ejército cerraba la Capital Federal, que ya había sindicalistas detenidos. Al rato convencieron a su jefe, Luis Javier Solanas, de que mandara un enviado especial a Buenos Aires.

- Sería bueno que entonces me dieran indicaciones sobre itinerarios, lugares, gente para entrevistar, nombres de políticos y sindicalistas…

Jorge y Nicolás dedicaron un rato a armar un mapa del país que acababa de escapársele de entre los dedos. Después escribieron las notas que contaban el golpe: Nicolás tenía la sensación de que habían pasado siglos desde aquella tarde del 25 de mayo de 1973, menos de tres años antes.

- Ahora sí que se acabó el sueño de volver a corto plazo…Empieza la noche de mierda. ¿Cuánto durará?

Dijo Nicolás. Habían bajado a comer unos tacos antes de seguir con el trabajo.

- Diez años por lo menos, Nicolás.

- ¿Estás loco, pero qué te pasa? ¿Te cayó mal el vino mexicano?

Nicolás intentó seguir discutiendo pero por momentos, oscuramente, tenía la sensación de que Jorge estaba en lo cierto.

* * *

- Che, mejor salir de acá, ¿no?

- Pará, no me hables tan bajito, es muy fatoso.

Elvio Vitale se había encontrado con un compañero suyo en un bar de la plaza Lavalle: todas las calles que la rodeaban estaban ocupadas por tanques pero, alrededor, la vida seguía. En una mesa cercana, dos abogados tomaban un vermú.

- Y lo hicieron bien, eh. Todo en dos horitas, sin joder a nadie, sin quilombos. Si son así de eficaces para todo, estamos salvados.

Dijo el más joven, bien engominado. Elvio había ido a su trabajo en la compañía de seguros y, en cuanto pudo salir, fue a cubrir la cita que tenía.

- ¿Ya hay instrucciones sobre lo que hay que hacer con esto?

- No, todavía no. Pero la idea es que tampoco cambia mucho. Nos van a seguir dando, como hasta ahora. Pero ahora las cosas van a estar más claras, y ahí podemos beneficiarnos.

- O irnos al carajo

- No rompas las bolas, Tano.

Elvio volvió a mirar los tanques. Eran impresionantes.


La voluntad. Tomo III. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 1998, págs. 19 – 22

La Quinta Pata

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