Sergio Peralta
*Siglos de discusiones y ni filósofos, artistas, científicos, creyentes y siguen las firmas, han logrado ponerse de acuerdo sobre la naturaleza del color. La etnia mixteca de la población de Pinotepa de Don Luis en Oaxaca, sigue tiñendo sus rústicos hilos con el caracol púrpura. Como hace mil años, ellos, junto con otras etnias que ya no lo hacen o directamente desaparecieron se trasladan a la zona ribereña de Michoacán, Colima o Jalisco y esperan pacientemente al caracol púrpura; cuando la marea baja, los toman delicadamente y colocan sobre los tejidos. El caracol deja una caminito blancuzco que por efecto del oxígeno y de la luz se vuelve púrpura. Luego los colocan a la sombra y le echan agua para refrescarlos. Los calígrafos japoneses, usan los palillos de tinta sumi que se confeccionan con la misma técnica que hace dos mil años. En una oscura y aceitosa sala, arden lámparas de aceite de nabina que dejan una densa neblina negra. Los artesanos ingresan cada dos horas y cepillan las tapas de las lámparas. Este negro hollín que se pega en todos lados es luego amasado con pegamentos obtenidos de hervir los cueros de vacas mezclados con perfumes, se secan por meses y así los calígrafos pueden dibujar los bellos grafos japoneses. El enloquecedor rojo carmín de las “bailaoras” flamencas nos remite al mismo color furibundo de las capotas de los toreros. También es rojo el pañuelo que viste el cuello de los corredores de San Fermín; los cactos Opuntia de las Islas Canarias reciben las cochinillas que se siembran sobre sus carnosas hojas y que son recolectadas antes de que pongan sus huevos. Estas cochinillas secadas y molidas dan el tinte rojo carmín que tanta fama y dinero dio a los españoles hasta que en el siglo XVIII los ingleses descubrieron el secreto. En su largo camino la humanidad ha buscado en la naturaleza para recrear los colores que la rodeaban y mezclando distintos pigmentos fueron creando colores que solo en las mentes más afiebradas existían. Fue Newton quién interceptando un rayo de luz blanca con un prisma transparente, logró descomponerla en el espectro visible, el mismo que forma el poético arco iris cuando las gotas de lluvia se ven cruzadas por la luz del sol. Una canción hace célebre al otoño en Mendoza por los colores de su extensa arboleda y hasta los daltónicos los ven, aunque cambiados y sin poder definirlos. Pero debo reconocer que en Argentina hemos sumado a esta maravillosa cualidad de la naturaleza de darnos el color, una característica más. No han sido los científicos, ni los filósofos, ni los artistas, etc. Son los periodistas que en una actitud traidora a la profesión, mercenaria y poco ética desdibujan la realidad. Desde las columnas editoriales de los diarios de la prensa hegemónica, pero también desde la nota individual, en los zócalos de los noticieros, en los esperpentos radiales, se miente. Se ofende, se arremete contra la inteligencia del ciudadano. Retomando el hilo de este artículo digo que se le agregó una característica más a los colores y más específicamente a un color en particular. Se suma a la prensa amarilla una especializada en degradar y mentir: esta es marrón y con olor, sí olor a mierda.
*Los Barriales
La Quinta Pata, 05 – 06 – 11
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