domingo, 22 de julio de 2012

La picana: terrorismo para enfrentar al delito

Ramón Ábalo

En la Salta conservadora y con tupé de aristócrata – nos referimos al establishment – policías practicaban la picana eléctrica, el submarino y las golpizas contra detenidos en una comisaría. Una forma de enfrentar al delito con los métodos de la dictadura genocida, enfrentando a "la subversión". A 10.000 kms. al Norte, en un pueblito de EEUU, Denver, una persona, manipulando una ametralladora sofisticada, salida de los arsenales del complejo industrial-militar, solitario y triste (como en nuestro tango), acribilló a una multitud con el saldo de 16 muertos y un par de decenas de heridos. A pesar de la distancia y geografías humanas y terrenales distintas, los dos hechos tienen una íntima vinculación de climas institucionales y psicopáticos, políticos e ideológicos en nombre de la paz interior, la seguridad ciudadana, la sacrosanta propiedad privada, el individualismo. Y, por encima de todo, el capitalismo. Allá la venta libre de armas, como el pan, que lo puede hacer cualquiera, grande o chico, hombre o mujer, joven o anciano; la cultura del rifle, arma emblemática del self made men; sistema carcelario privado en que prevalece el negocio y entonces mientras más presos mejor, en mayoría los negros y los latinos, los pobres y los excluidos.

Pero las lágrimas mediáticas de Obama no alcanzan para disimular la profunda y extendida cultura de la muerte de gran parte del pueblo norteamericano. Y aquí, por estos pagos, los profetas del odio y la venganza, los de la mano dura, "hay que matarlos a todos", todo el mundo preso, nada de garantismos jurídicos; los presos, presos para siempre, desparramando un manto de terror sobre la sociedad arropados – los profetas – con la ideología conservadora y fascistoide de los años ‘70, la de la Sociedad Rural, Bergoglio, Clarín y La Nación, Casia, De Marchi, Pietri, los diputados justicialistas y Quiroga.
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En sintonía gruesa y desnaturalizada de la fina nacional y popular, los representantes de la institucionalidad democrática, del estado de derecho en la provincia, aflojando como matungos de segunda ante el aquelarre inquisitorial, abriéndose de piernas, colocando a la provincia y a su pueblo en el borde de la discrecionalidad represiva en nombre de la seguridad. En días más, con la visión sesgada de la cámara de senadores, se podría aprobar una ley que nos aproximará a una contemporánea edad media. O al menos nos colocaría en ese camino.

Se sabe que el ejecutivo, de Pérez para abajo, aprueba los contenidos de un borrador que tienen en sus escritorios y que darían el visto bueno para que se convierta en ley. De entonces en más, las cárceles estarán abarrotadas y la norma que asegura que deben ser para rectificar las conductas deformadas de los internos, será al revés, como ya lo es. Pero vale que afirmemos que no hay peor pena que la pérdida de la libertad. Este valor de profunda raigambre humana, tras las rejas, de cualquier reja, sea cual fuere la culpa, de inmediato traumatiza todo espacio de su alma y de su cuerpo. Difícilmente este ser re-signifique su existencia sino en función de rescatar ese bien, que es nada menos la facultad de hacer y obrar de acuerdo a la propia voluntad, con el agregado de la responsabilidad en el marco de los derechos de los otros.

Pero al sistema no le basta el "enrejado", sino que le agrega la vejación, golpizas, maltrato, negación de mínimos beneficios como las visitas, convertir al interno en sujeto de especulación de las mafias internas y externas con las drogas y el alcohol. Es decir, que de lo que se trata es destruirlo física, moral y psíquicamente. Detrás de la reja, la deshumanización. Y afuera, el desborde de las lacras del capitalismo: pobreza, miseria, exclusión; consumismo, drogadicción y despersonalización.

Afuera, el poder político de turno, sucumbiendo al poder real de las corporaciones, monopolios mediáticos y mercachifles sepulcrales. Está en los medios: el gobernador impulsará el proyecto para agilizar allanamientos, y que se discuta junto con la iniciativa de limitar las salidas de presos, que ya tiene media sanción legislativa. Además, escuchas indiscriminadas, policías, gendarmería y también libertad doméstica para armarse y sentirse seguro...tras las rejas del hogar. A lo que se agregan miles de metros de cercos eléctricos en muros de hogares y barrios privados. Según los fabricantes, la demanda aumentó notablemente con respecto a años anteriores. Y aunque se diga lo contrario, estos cercos son, en verdad, una extendida picana eléctrica, un elemento, un arma que está totalmente prohibida y emblemática de lo peor de nuestra historia contemporánea.

Las contradicciones de estas políticas de la seguridad-inseguridad configuran, ya en Mendoza al menos, una dramática, pero al mismo tiempo grotesca visión de la realidad.

En las calles de Mendoza, en los barrios, en las zonas rurales, se sufre la inseguridad de vidas y bienes, ¿quién lo niega?, y menos nosotros. Pero la solución tiene varias aristas que nada tienen que ver con la mano dura y toda esta parafernalia que asoma en todos los niveles de decisión. Ya lo veremos.

La Quinta Pata, 22 – 07 – 12

La Quinta Pata

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