domingo, 14 de octubre de 2012

Juicios: “lo esperaba todas las noches”

Ramón Ábalo

El terrorismo de estado aniquiló a los grupos armados ya en el 75, cuya culminación, según la misma dictadura, fue con el llamado Operativo Independencia, en los montes tucumanos, en 1975, pero ya el terrorismo de estado solo cumplía su campaña contra lo "residual" de la lucha armada, con el concepto hemofílico del general genocida Saint Jean: "Tenemos que aniquilar a los subversivos, a los hijos, a los simpatizantes, a los amigos..." y entonces comenzó la caza individual. La destrucción de la víctima era el objetivo fundamental de la pena a aplicar a los "subversivos residuales" en el marco del terrorismo de estado, según la doctrina "anti-insurreccional" de los colonialistas franceses en la Argelia colonizada. Esta doctrina se corrió a Estados Unidos y bajó a los países dependientes, como lo fue en las décadas aquellas de los 60 y 70, bajo férula del submundo político e ideológico de los poderosos de Latinoamérica. Y esa destrucción de la víctima - un ser de carne y hueso, espíritu, memoria, subjetividad - será precisamente física, pero en el entorno familiar, humano, será psíquica, es decir, la aniquilación de la conciencia, la subjetividad. Como indicó Angelina Caterino, madre de Gladys Castro, esposa y compañera de Walter Domínguez, ambos secuestrados y desaparecidos en la noche del 9 de diciembre de 1977. Angelina atestiguó el jueves pasado en las causas por la desaparición de sus seres queridos, y en el relato de sus drama y dolor, mencionó al embarazo de su hija Gladys al momento de su secuestro: "...esperaba (a quien podría ser su nieto/nieta) todas las noches, en la esperanza de que me lo van a traer, lo van a dejar en la puerta. Nunca pasó, no sé si lo habrán dado a otra persona, si habrá nacido bien".

Una familia destrozada psíquicamente. Y lo mismo con María Domínguez, cuando afirmó, en su testimonio por la desaparición de su hijo Walter: ..."mi sobrino (por Rolando, entonces en funciones en el aparato de inteligencia de la Fuerza Aérea en Mendoza) me dijo, cuando se aproximaba la Navidad de ese año, que preparara una buena cena porque mi hijo iba venir, según le dijeron sus jefes…pero nunca llegó". Y aquella otra, que en una reunión de madres en 1978 explicaba que no podía dejar de pagar el teléfono, a pesar de que tenía que hacer lo imposible para tener a tiempo ese dinero, "porque es muy posible que algún día me llame...". Y como dijo Gladys, era la esperanza, como las de todas las madres que salían diariamente de su hogar para ir a los cuarteles, a las comisarías, a los juzgados, al gobierno, a las iglesias, porque en ellas era viva la esperanza de encontrar a sus hijos.
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Y la vivencia de Martín Antonio Alcaraz, actualmente de 34 años de edad, hijo de Adriana Campos y José Antonio Alcaraz, ambos secuestrados y desparecidos el 6 de diciembre de 1977. Era bebé cuando se llevaron a sus padres, pero los raptores lo devolvieron días después y los dejaron en la puerta de la casa de sus abuelos: "Todo esto desarmó a la familia. Las tres desapariciones, la persecución, atravesaron a toda la familia...hoy tengo mis hijos, pero no mi mamá, mi papá, mi tía (María Silvia Campos, también secuestrada en la misma oportunidad)". Lo testimonió este viernes último ante el Tribunal que juzga a los genocidas aquí en Mendoza.

Madres, hijas, esposas, hijos, compañeros, compañeras, familiares, amigos, percibieron hondamente el terror, el miedo No obstante, la mayoría resguardó en la memoria el dolor y la esperanza para el logro de verdad y justicia.

El silencio cómplice
En las dos últimas jornadas aquí en los juicios, también testimoniaron los ex policías Jorge Rivero, Carlos Faustino Álvarez y Miguel Ángel Salinas, los que coincidieron en lo fundamental para ellos: el silencio cómplice, el decir, sin decir, la desmemoria del refugio en el argumento de que "solo realizaban tareas administrativas". La descarga de responsabilidades en jefes que no se nombran, o que se nombran de aquellos que ya murieron. Se desempañaban en el manipuleo de expedientes, como lo dijo Salinas: "todos pedían información al D2 y al D5: ejército y fuerza aérea", reafirmando así la permanente coordinación de todas las fuerzas represivas en el terrorismo y el volumen de las acciones que se realizaban en esa época, que tuvo su pico en el 78 y 79. Funcionaban las 24 horas, con turnos nocturnos ante las urgencias. El personal designado "era el más rápido y diligente en la tramitación, en la máquina de escribir, los archivos, etc. ", afirmaron. De esos departamentos, el D2 manejaba la información y el D5 los archivos judiciales.

No quedan dudas que el D2 fue el mayor centro, en Mendoza y en todo Cuyo inclusive, de detención, represión, secuestros, desaparición y muerte de una generación de argentinos dispuestos a dar la vida por el logro de un país mejor, por un mundo mejor.

La Quinta Pata

1 comentario :

http://rolandolazarterapeutacomunitario.blogspot.com/ dijo...

La traición de los genocidas es lo que más duele. Pagados con el dinero de la ciudadanía, se vendieron al capital.

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