Ramón Ábalo
El terrorismo de estado aniquiló a los grupos armados ya en el 75, cuya culminación, según la misma dictadura, fue con el llamado Operativo Independencia, en los montes tucumanos, en 1975, pero ya el terrorismo de estado solo cumplía su campaña contra lo "residual" de la lucha armada, con el concepto hemofílico del general genocida Saint Jean: "Tenemos que aniquilar a los subversivos, a los hijos, a los simpatizantes, a los amigos..." y entonces comenzó la caza individual. La destrucción de la víctima era el objetivo fundamental de la pena a aplicar a los "subversivos residuales" en el marco del terrorismo de estado, según la doctrina "anti-insurreccional" de los colonialistas franceses en la Argelia colonizada. Esta doctrina se corrió a Estados Unidos y bajó a los países dependientes, como lo fue en las décadas aquellas de los 60 y 70, bajo férula del submundo político e ideológico de los poderosos de Latinoamérica. Y esa destrucción de la víctima - un ser de carne y hueso, espíritu, memoria, subjetividad - será precisamente física, pero en el entorno familiar, humano, será psíquica, es decir, la aniquilación de la conciencia, la subjetividad. Como indicó Angelina Caterino, madre de Gladys Castro, esposa y compañera de Walter Domínguez, ambos secuestrados y desaparecidos en la noche del 9 de diciembre de 1977. Angelina atestiguó el jueves pasado en las causas por la desaparición de sus seres queridos, y en el relato de sus drama y dolor, mencionó al embarazo de su hija Gladys al momento de su secuestro: "...esperaba (a quien podría ser su nieto/nieta) todas las noches, en la esperanza de que me lo van a traer, lo van a dejar en la puerta. Nunca pasó, no sé si lo habrán dado a otra persona, si habrá nacido bien".
Una familia destrozada psíquicamente. Y lo mismo con María Domínguez, cuando afirmó, en su testimonio por la desaparición de su hijo Walter: ..."mi sobrino (por Rolando, entonces en funciones en el aparato de inteligencia de la Fuerza Aérea en Mendoza) me dijo, cuando se aproximaba la Navidad de ese año, que preparara una buena cena porque mi hijo iba venir, según le dijeron sus jefes…pero nunca llegó". Y aquella otra, que en una reunión de madres en 1978 explicaba que no podía dejar de pagar el teléfono, a pesar de que tenía que hacer lo imposible para tener a tiempo ese dinero, "porque es muy posible que algún día me llame...". Y como dijo Gladys, era la esperanza, como las de todas las madres que salían diariamente de su hogar para ir a los cuarteles, a las comisarías, a los juzgados, al gobierno, a las iglesias, porque en ellas era viva la esperanza de encontrar a sus hijos.
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1 comentario :
La traición de los genocidas es lo que más duele. Pagados con el dinero de la ciudadanía, se vendieron al capital.
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