domingo, 28 de octubre de 2012

Otra visión histórica sobre los huarpes (II)

Continuamos con la divulgación del material que publicamos en la anterior edición del El Baúl de La Quinta Pata, dedicado a la cultura huarpe. Documento al que hemos accedido merced a la gentileza de la Biblioteca Pública Mirador de las Estrellas de Tupungato. En el próximo número y debido a la amplitud del texto completo proseguiremos con su presentación.
Eduardo Paganini

Adolfo Cueto, Aníbal M. Romano y Pablo Sacchero

Poca es la información que se tiene respecto a las viviendas. Se sabe que las construían con un material deleznable. Las paredes se fabricaban con ramas, las cuales se fijaban entre sí con ataduras, formando esteras. El techo, también de ramas, era sostenido por un cañamazo de carrizos y posiblemente se hubiera rematado con la aplicación de una capa de pastos y barro. En cuanto a las dimensiones se deduce que eran relativamente pequeñas, aptas para albergar de cuatro a seis personas. Hay noticias de que en el sector lagunar de Guanacache las casas se edificaban sobre la base de un pozo poco profundo o pequeñas cuevas artificiales.

Existía una construcción no habitacional que era utilizada en cierto tipo de ceremonias. Su planta era redondeada, poseía techos y paredes. A estas se les practicaban varias aberturas en la parte superior, de tal forma que estuvieran oreadas pero al mismo tiempo que no se visualizara desde el exterior lo que estaba ocurriendo en el interior.
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También son escasas las referencias acerca del vestido. Parece ser que se usaban dos tipos de ellos: uno, el tradicional, aquel que ya había sido adoptado por los grupos más antiguos, compuesto de una falda hasta la rodilla, una capa corta que cubría la espalda - todo ello de tejido de lana - un manto de piel y sandalias. El segundo tipo estaría representado por la camiseta andina, moda que habría sido traída por los incas. La camiseta andina es prácticamente un poncho que tiene cosidas las aberturas laterales.

Sobre el aspecto del vestuario los cronistas no coinciden en su apreciación. Hay quienes los ven decentemente vestidos y otros no, hasta el punto de aseverar que andan medio desnudos. También este hecho podía tener su explicación en el siguiente sentido: los huarpes durante el período estival llevarían el medio tronco superior sin ninguna indumentaria, mientras que en el invierno estarían cubiertos de ropa.

Durante las festividades solían ornamentarse con adornos de plumeros confeccionados con plumas de ñandú u otras aves. Los hombres acostumbraban a llevar el cabello largo hasta el cuello; se depilaban la barba con una pequeña pinza metálica confeccionada para tal efecto. Las mujeres preferían llevar el pelo muy largo. Éstas utilizaban un maquillaje facial de color verde: algunas solamente se pintaban la nariz; otras también la barbilla y los labios. Por último había quienes se pintaban toda la cara.

Toda cultura posee una serie de necesidades que exigen ser satisfechas. Estas pueden ser de diversa índole que pasan desde las materiales, las sociales hasta llegar a las culturales en sentido restringido. Una de esas necesidades tiene que ver con los bienes de producción y por lo tanto se establecen una serie de normas de conducta, las cuales dan origen a instituciones que se relacionan con la producción, distribución y consumo de los bienes y servicios. En sociedades de poca complejidad como la que se está historiando, el circuito de producción, distribución y consumo se produce dentro del pequeño núcleo de personas que cohabitan en el caserío. Es decir, la unidad económica generadora de bienes y servicios es la misma que los consume. En consecuencia es nulo o escaso el excedente de producción; esto sumado a que todas las unidades económicas producen y consumen lo mismo, hace impracticable o inoperante el comercio.

Como en estas sociedades todos hacen de todo - excepto la división sexual del trabajo - no se encuentra una efectiva división y especialización de la ocupación laboral. Tal vez como incipiente especialización se pueda considerar a las funciones que llevan a cabo las más altas jefaturas políticas y el oficio de hechicero.

Eran múltiples las actividades económicas que cumplían: caza, pesca, recolección de vegetales, agricultura, artesanías, casi con seguridad la domesticación de animales y algo de metalurgia. La cacería seguía constituyendo la actividad más importante, que ahora se realizaba con arco y flecha. Como antaño esta tarea obligaba a desplazarse de acuerdo al movimiento estacional de la fauna. Pero ahora, al emplazarse los caseríos en los sectores bajos de los valles, las partidas de caza debían ausentarse durante muchos días, tal vez temporadas enteras de sus hogares. Si esto realmente fue así debería conjeturarse que conocían alguna forma de conservación del alimento, puesto que de no ser así la cacería no hubiera sido económica sino deportiva.

Entre los animales más apetecidos figuran el guanaco, la libre, el ñandú, varias especies de patos, la perdiz, el francolín y otras aves. El sistema lagunar contribuyó a un tipo de alimentación más específica para los grupos que vivían en él y en la zona periférica de influencia Allí hay un incremento en el consumo de aves acuáticas y un gran aporte energético a partir del pescado. Los cronistas de la época relatan una técnica muy curiosa para cazar el guanaco.

Cuentan que los aborígenes perseguían al animal continuamente al ritmo de trote durante algunos días, llegaba un momento en que, de puro agotamiento, el guanaco se rendía a su perseguidor y este lo remataba. La utilización de esta técnica también es atribuida a los indios pampas de la provincia de Buenos aires; con algunas variantes también se la adjudica a grupos aborígenes del centro de Australia. De ser cierta esta anécdota, excluyendo a los antiguos australianos – que cazaban con bumerang – se debería pensar en la existencia de cierto carácter deportivo, ya que la efectividad del arco y de la flecha no justifica un despliegue y consumo de energía como el descripto.

Siguiendo con las curiosidades cinegéticas se puede aludir a la técnica de cazar patos en el complejo lagunar de Guanacache. Allí los huarpes echaban al agua grandes calabazas secas y ahuecadas, estas quedaban flotando en el espejo de agua. Luego el cazador se colocaba en la cabeza una calabaza, con ciertos agujeros para ver y respirar, y sumergía discretamente el cuerpo - no así la cabeza - caminando por el fondo de la laguna. Con toda confianza las aves se posaban en las calabazas flotantes o nadaban en su alrededor sin maliciar de aquella que portaba el hombre. Este se acercaba a las aves y lentamente las asía de las patas y las sumergía hasta que se ahogaran. Según parece, la técnica se había perfeccionado tanto que el resto de las aves no se percataban de los hechos y permanecían realizando sus habituales actividades, de tal forma que el cazador podía cobrar varias presas en una sola correría.

La recolección de vegetales también ocupó un lugar destacado en provisión de alimentos. Se puede mencionar entre los más importantes: las algarrobas, el fruto del chañar, las raíces del junco y de la totora. La algarroba adquirió gran magnitud durante esta época. Su consumo fue tan importante que algunos grupos huarpes, que no cultivaban, prácticamente se alimentaban de esas vainas. Los cronistas denominaban a éstos como “huarpes algarroberos”. Completaban la dieta las hortalizas cultivadas que eran ya tradicionales en la zona como el maíz, quínoa, zapallo y calabaza. En aras de un sano pragmatismo se ha exagerado la importancia del cultivo entre los huarpes. En realidad estos practicaban la agricultura con una técnica depurada, pero siempre lo hicieron en pequeña escala.

Debido a la aridez zonal los cultivos se practicaban con el concurso de agua de riego. Como ya se anticipó, la construcción de un sistema hidráulico era conocido de antigua data. A través del tiempo se fue mejorando la técnica de construcción y de mantenimiento. Así fue como los sistemas hídricos se hicieron cada vez más efectivos y de mayor envergadura. Los huarpes poseían una verdadera red de provisión de agua, constituida por canales y acequias que recorrían todas las parcelas en explotación. El sector de ocupación indígena que coincide con lo que hoy es el gran Mendoza era irrigado a partir del llamado canal Guaymallén. En realidad este no es un canal artificial construido por el cacique del mismo nombre, tal como lo relata la leyenda, sino uno de los brazos del río Mendoza, que terminaba su curso en las lagunas del Tulumaya. A partir de este brazo de río se represaban numerosos canales y acequias, uno de las cuales regaba las tierras de Guaymaye.

Fieles a una larga tradición los huarpes siguieron siendo hábiles tejedores, ya sea utilizando fibra vegetal como animal. Los cestos de variadas formas y decoración - que, con algunas variantes, aún hoy se confeccionan en algunas zonas- son alabados por los cronistas españoles.

El transporte se realizaba a pie, no se tiene plena certeza de que se haya utilizado la llama como animal de carga. Tanto el hombre como la mujer huarpe eran grandes caminadores. Esta última lo era aún cuando llevaba a sus crías a cuestas. Para ello utilizaba una especie de cuna que cargaba en las espaldas.

Los distintos caseríos estaban unidos por sendas que facilitaban las comunicaciones. En la zona lagunar se introdujo una novedad: la utilización de balsas construidas con fibras vegetales -juncos y totoras-, las que se impulsaban con la ayuda de una pértiga.

Historia de Mendoza: Período Prehistórico: Etapa Prehispánica, Fascículo 4, Diario Los Andes. s/d.
Baulero: Eduardo Paganini

La Quinta Pata

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