domingo, 9 de diciembre de 2012

La Casa Grande es una gran herida

María Eva Guevara

La autora de Ni ebrias ni dormidas es nieta de Victorio Cerutti, conocido bodeguero de Chacras de Coria, que fue secuestrado, muerto y saqueado de sus propiedades. En el libro, el vino es la excusa para recordar la Casa Grande, aquella vivienda de la infancia de la autora que hoy tiene poco de terror y tanto de paraíso perdido.

En ciertos puntos de Chacras de Coria parece que el pueblo conservara algo de su belleza original, de ahí la cantidad de posadas tan recomendables para quien desee algo de tranquilidad, quietud, rodearse de verde y disfrutar bajo cuidadas galerías típicas de las antiguas casonas de adobe de principio de siglo. La piedra y el agua son las protagonistas de los senderos, al menos hasta que el recorrido se hace camino hacia la plaza del pueblo. Es sin duda un punto privilegiado, pero debió haber sido mucho más cuando años atrás estaban los viñedos, los olivos y los cerezos que prolongaban la antigua Casa Mazzolari, atravesados de callejones, acequias y canales que repartían el agua del Río Blanco.
María Josefina Cerutti escribió varias veces sobre esos tiempos. Un primer artículo lo tituló precisamente “Paraísos perdidos” pintando en dichos relatos al gran personaje de esa familia que era su abuelo, Don Victorio le decían en el pueblo, “El Flaco” en la gran familia fundadora de “Bodegas y Viñedos Victorio Cerutti”. Era alto, rubio, simpático y enriquecido. También era abstemio y mujeriego, esa faceta de su vida relacional era conocida entre esas altas paredes de diez habitaciones que hoy son patrimonio histórico local, pero que también son una gran herida del pasado.

Y es que, como describe Josefina, ese hombre que decía siempre “¿Qué le puede pasar a Victorio Cerutti en Chacras de Coria?”, fue una madrugada de enero de 1977 sacado encapuchado de su reino que era la finca y la “Casa Grande”, empezando un calvario que seguiría unos metros más adentro, en la “casa chica” donde también fue secuestrado su yerno Omar Masera Pincolini y de ahí a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), para culminar entre los arrojados de los llamados “vuelos de la muerte”.
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Tenía 70 años. Su desconcierto durante los días de secuestro entre presos políticos vendados y maniatados habría sido tan duro como el del escritor Antonio Di Benedetto, desgarrado interiormente por no poder entender el porqué de esa penitencia. María Josefina guarda emociones profundas sobre su abuelo, a quien trae en su texto sobre el vino, pero antepone la inteligencia, no busca al relatar seguir el compás crónico de lo acontecido históricamente ni disimula ninguna temática que sea parte ineludible de la historia. “A mí me gusta la honestidad, porque si algo he de defender he de hacerlo aun sabiendo las cosas que pasaron”.

–Vas a lo genuino…
–Exacto. Lo genuino de mi familia era la condición burguesa, lo tenían asumido. Mi abuelo no era un hombre de izquierda, era un bodeguero casado con una señora que sí había leído y tenía libros y por tanto nos conectó con otras cosas, pero no dejaba de ser la matrona exigente y tramoyera que fue en esa familia, la que manejaba todos los hilos de la casa. Ella decía que había sido socialista pero la realidad es que los libros estaban en el sótano porque para su marido tenía que ocuparse únicamente de la casa y los hijos. Ambos eran como muy cerrados, una familia muy endogámica. Siempre cuando llegaban los bolivianos a cosechar, eso lo cuento en el libro, mi abuelo decía las mujeres y los niños detrás del portón y el portón efectivamente estaba siempre cerrado. Otro ejemplo: no nos dejaban traer amigos a la pileta. Había sido una vieja pileta de bodega que mi abuelo después convirtió en pileta de natación, le costaba mucho mantenerla, sobre todo cuando aún no estaba la bomba de agua, y cuando estuvo lista no podíamos traer a nadie que no fuera de la familia porque decía que “ensuciaban” la pileta. ¿Cómo que iban a ensuciar la pileta? Yo creo que ahí la dificultad era con el otro, con el otro que no somos nosotros, después cuando viví en Italia vi que se reproducía mucho eso en las familias.

–En tu blog personal decís que hiciste una tesis sobre quiénes eran los italianos que hicieron la industria vitivinícola en Mendoza, y a propósito de eso, dice mucho la fotografía en blanco y negro de Victorio, esposa e hijos, y él tan prolijamente arreglado.
–Era sorprendente la estampa que tenía ese señor, era un lindo total. Debo decir que conmigo tuvo muy buena onda, toda mi relación con Italia pasa por él, a nosotros los nietos nos contaba que iba a hacer un barrio y que le iba a poner a las calles los nombres de las distintas regiones italianas. Era todo como muy fantasioso, porque después resultó que estaban en la lona total. La bodega hacía tiempo que no funcionaba.

–Bueno, hubo una crisis importante, fueron varios los que se vieron obligados a tener que vender…
–Por supuesto, es verdad que hubo una crisis muy grave pero muchos conservaron el viñedo. A eso me refiero cuando hablo de la condición burguesa, porque en definitiva mi abuelo tenía un paraíso y como que no se dio cuenta, jamás lo vi cuidar su viña, por ejemplo. Él se levantaba y la miraba, después los contratistas se ocupaban o hacían lo que podían. Uno no puede dejar de pensar en si esto hoy fuera viñedo, el otro día entrevisté a uno de los mejores enólogos del mundo y me decía Chacras de Coria era la cuna del Malbec, que fue aquí donde se descubrió.

–Hay que convenir que efectivamente esto debió ser un lugar privilegiado, incluso por la ventaja del agua del Río Blanco, el clima…
–Yo me acuerdo de los domingos a la hora del almuerzo, la típica pasta italiana que amasaban desde el otro día, cuando terminaba mi abuela de amasar sacaba unas jarras naranjas de plástico y nos decía: chicos, vayan a sacar agua del Río Blanco. Y rápido nosotros nos dábamos la vuelta y traíamos el agua del Río Blanco. Es decir, llevábamos una vida muy acorde con lo que en sociología se llaman las “burguesías del interior”. Después, cuando hice mi tesis, me encontré con una italiana que les llama las “burguesías del vino”. Lo que creo es que el mundo del vino es algo que de por sí llama a lo placentero, entonces no es solamente el vino, es la comida, el paisaje, los lugares donde se produce vino son siempre maravillosos, es un tema distinto de la condición burguesa en sí, digamos que lo trasciende porque consiste básicamente en que la gente ligada al vino es gente a la que le gusta el placer, y se da que siempre donde alguien produce vino hay una comida rica.

–Se da la particularidad de que Chacras tenía una vida cultural muy intensa, estaban las retretas, el cine al aire libre…
–Retretas y carnavales era la mayor genialidad cultural que podíamos disfrutar, todos con todos, lo que tenía Chacras en ese entonces es que no era clasista y si lo era, era muy velado. O sea nosotros íbamos a bailar y nuestros amigos eran el hijo del verdulero, el hijo del vecino, otros que eran de otras casas, o sea, los que estábamos ahí en la calle. Esa integración que era bien de pueblo, nosotros de chicos la combinábamos con la actuación dentro de nuestra casa donde teníamos una habitación entera llena de disfraces. De ahí sacábamos para los carnavales pero también para las obras de teatro que hacíamos entre primos y hermanos –éramos como 10– y preparábamos todo para Navidad para que nuestros padres y abuelos nos miraran actuar, o sea que teníamos como una vida muy creativa, de pronto salíamos todos a la viña vestidos de exploradores, teníamos una gran libertad, y estábamos como contagiados de algo que era mágico.

–Respecto de la crisis hay que decir que era muy difícil mantener el planteo de la viña, de golpe la zona adquirió valor inmobiliario y eso ha desencadenado una gran tragedia que dura hasta hoy ya que no sólo las mejores uvas malbec si no también centenarios olivos son arrancados para hacer barrios privados. Ni hablar del adobe, su conservación no está en los planes de la administración que más bien alienta el cemento adornado con palmeras.
–Yo con mis ojos de hoy, que obviamente no son los de mi abuelo entonces, habría visto que si la casa seguía y se prolongaba en la viña, una opción habría sido pensar en un hotel o en casas de alquiler junto al viñedo, pero claro, no era el momento para pensar de ese modo si aún hoy eso es contracorriente.

Dinero en juego. El tema de la hipoteca sobre hipoteca de Don Victorio sería la punta del ovillo de una trama siniestra que en términos estrictos consiste en un delito de “desapoderamiento extorsivo”. Es decir, Victorio Cerutti formó una sociedad anónima, y como la tierra se la iban a rematar vino un día un señor a pagar toda la deuda al contado. Ese dinero era parte de los 61 millones de dólares provenientes del secuestro de los hermanos Born. Resultó que Juan Carlos Cerutti, hijo menor de la familia, tenía un nivel entre medio y alto en la organización Montoneros, por lo que se le confió la tarea de blanquear una parte de eso en Mendoza, una parte fue a la sociedad Cerro Largo y otra a la compra de la Bodega Calise. La idea de la organización era invertirla en algo y, de paso, desconcentrar dinero, que sirviera de colchón para los fines del funcionamiento de la organización y trabajar con testaferros era el modus operandi. Finalmente, ese dinero fue localizado por los servicios de inteligencia del Ejército que lo tomaron como botín de guerra, para lo cual mataron a mucha gente, entre ellos Victorio Cerutti, Omar Masera Pincolini, el contador Horacio Palma y el abogado Conrado Gómez.

Según cuentan los vecinos de Chacras de Coria, el nuevo barrio se hizo y tomó el nombre de la sociedad –Will-Ri– controlada íntegramente por Emilio Massera y Jorge Radice, de la Armada Argentina, los mismos que se quedaron con al menos una decena de millones de dólares mediante asociación ilícita, secuestro, tortura y falsificación de documentos públicos y privados en complicidad con civiles, como es el caso del escribano Manuel Campoy. El día de la inauguración de la apertura de las calles hubo reparto de champán y se colocaron los nuevos carteles que nombraban las calles: Honor, Amistad, Justicia, Equidad, Honor y Patria. En cuanto a la Casa Grande, una propiedad de diez habitaciones, un parque inmenso lleno de flores y una pileta, debió ser malvendida por la esposa de Victorio para poder irse a México y escapar así de las graves amenazas del escribano Campoy.

El día que murió Massera, María Josefina Cerutti escribió un breve texto que el pirulo de Página 12 tituló “Descielo”. El texto lo había publicado como comentario en lanacion.com, pero fue borrado por los moderadores del diario y fue de ahí que el director de Página 12 lo levantó para la tapa. Dice así: “El asesino Massera mató a mi abuelo, mató a mi tío, se robó mi casa, mi viña, mis montañas. Mató mi infancia. Hasta tuvo la cobardía de nombrar las calles de las tierras que robó con los nombres de Caridad, Equidad, ¡Justicia! Cuando me enteré de su muerte no hace más de unos minutos me vinieron inmensas ganas de llorar y también de festejar. Pero poco puedo festejar porque ese grandísimo asesino torturador murió en su casa, en cambio mi abuelo Victorio murió de frío mientras lo tiraban al Río de la Plata desde algún avión de nuestra honorable Armada Argentina. No puedo ni siquiera brindar con el mejor vino mendocino, vino que mi abuelo Victorio Cerutti me enseñó a conocer. Siempre que recuerdo esos años no puedo más que llorar. Ojalá que no haya infierno que le abra la puerta. Su alma deberá deambular vaya a saber por cuáles tierras del cielo. Ese es su gran descielo, como nuestro gran destierro”.

En la presentación de Ni ebrias ni dormidas, realizada en Chacras de Coria, a pocos pasos de la Casa Grande, si bien hay espacio suficiente para las mujeres podadoras, cosechadoras, atadoras, empresarias, negociantes, sommeliers, catadoras, embajadoras de la bebida que cuentan su llegada al vino a través de la experiencia personal (por aquello que ya manejaban los antiguos griegos sobre que el vino suelta la lengua), es inevitable el abrazo solidario hacia quien simboliza la herida del despojo. En el acto, María Josefina Cerutti lo agradece y se conmueve porque proviene de gente que conocía a la familia, frecuentaron alguna vez esa casa para alguna fiesta, y saben que una historia como la de los Cerutti debe tener su debida reparación.

–No se puede sino imaginar una reparación mejor que la expropiación de la Casa Grande, proyecto que está en el Congreso de la Nación, para fundar en él un espacio público al servicio de la memoria y de la cultura.
–La Casa Grande es una gran herida para todo Chacras de Coria. Tal como está, tan arruinadas sus paredes y con los árboles a punto de secarse, es el dolor mismo y da rabia. Ojalá no sea irremediable. Si bien es mucho lo que hay que invertir en ella, confío en que ese rescate del estado se haga. En cuanto a la memoria, confío también que lo será, siempre que la casa esté viva y plena de actividad cultural.

Veintitrés, 05 – 12 – 12

La Quinta Pata

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