Roberto Follari
Algún gran poeta del surrealismo, Arthur Rimbaud, nos dejó la inquietud. A lo mejor soy otro, y no me he enterado. Quizá no soy el que creo. Los laberintos de la identidad nunca son obvios: en nuestro continente el gran César Vallejo recogería el guante, y sería Borges quien insistiría en la intercambiabilidad entre el escribiente y el lector.
Grandes filosofías caminan por ese sendero: para el budismo, nuestro creernos separados de la naturaleza es solo una apariencia; para la filosofía del alemán Hegel, en realidad somos parte de una gran sustancia y sujeto colectivos, pero solo en especiales momentos de la historia nos damos cuenta que nuestro ser no acaba en cada uno de nosotros. Solo en cataclismos históricos, en desgracias colectivas, en revoluciones populares, aparece el sentirnos parte comunitaria de un
alguien mayor que no sabríamos pronunciar.
patria, humanidad, mundo, infinito son los provisorios nombres que asignamos a esa comunión frágil e innombrable pero - en esos raros momentos - a la vez poderosa y tangible.
También para el psicoanálisis nos hacemos desde el otro. Alguna vez habló Adler de "complejo de inferioridad" necesario para todos, porque siempre lo que hay en el mundo es mucho más que lo que somos cada uno de nosotros.
A lo mejor soy otro; una sospecha necesaria que, lamentablemente, muy pocos se atreven a mirar de frente.
Si vos hubieras nacido en la Edad Media no serías quien sos; creerías que el gobierno debe ponerlo el Papa, y que ser gobernante es un don de Dios. Si yo hubiera nacido entre los egipcios mis dioses serían la
luna y el
sol . Si cualquiera de quienes lean esto hubiera nacido en la India del siglo XIX, creería que las castas sociales son naturales e impenetrables entre sí. Si hubiéramos nacido en el siglo XVIII nos hubiera parecido natural la esclavitud.
▼ Leer todoSomos el fruto semicasual del sitio y momento en que nacimos y vivimos. El orgullo de "me hice a mí mismo" responde en gran medida a una apariencia; en otra condición seríamos otros, totalmente otros. Lo que pensamos, no lo hemos elegido; como la sociología bien lo demuestra, pensamos lo que desde nuestro lugar y espacio social es posible pensar.
Todo esto forma parte de una pedagogía política. Porque si somos otros, somos también aquellos a quienes tendemos a excluir y despreciar. Hay obras muy señeras que muestran cómo para sentirnos "normales" necesitamos calificar a otros de "anormales"; así, para sentirnos valiosos y "morales", necesitamos que haya otros que consideremos "vagos", indecentes. Para ser "gente bien" necesitamos oponernos con los que llamamos despreciativamente "negros".
A lo mejor somos "negros", y no lo sabemos. Siempre somos el otro para el otro; no faltará quien nos considere tan despreciables a nosotros, como desde la clase media algunos consideran despreciables a los de más abajo. No faltará aquel para quien los "negros" seamos nosotros. El que desprecia crea el espacio para ser despreciado.
Ojalá podamos empezar a reconocernos en el otro, en vez de creer que crecemos si lo aplastamos. La lógica de "más feliz soy cuanto más me diferencio de los de abajo" es miope; si hubiéramos nacido en el lugar de ellos, seríamos ellos. Seríamos igual que creemos que son ellos. Si hubiéramos pasado la infancia en la calle, seríamos "vagos"; si no tuviéramos para comer, quizá robaríamos.
A lo mejor somos otros. A lo mejor necesitamos la asignación por hijo para vivir, a lo mejor en el rostro del pobre se superpone nuestro rostro. Ojalá algo de ello ilumine el ombliguismo patético de cierta clase media cacerolera, que cree que será más feliz cuanto más denigre a los que nacieron en condición social desafortunada. Ombliguismo de esos muchos que de cristianos no tienen otro rasgo que el nombre.
Diario Jornada de Mendoza, 23 – 01 – 13
La Quinta Pata
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