domingo, 20 de enero de 2013

Violencia institucional

Florencia Saintout

El caso de Luciano Arruga, uno de los símbolos de la violencia institucional en democracia, recuerda cómo se ha construido un sentido común en el cual ciertos grupos de jóvenes son señalados como culpables de todos los males de la sociedad.

El miércoles de la semana pasada la causa de Luciano Arruga fue tapa de diario (no de todos por supuesto) con relación a un avance.

Luciano Arruga, junto a tantos otros jóvenes, es símbolo de la violencia institucional de la maldita policía (que no es solamente la bonaerense). Una maldita policía que se fue haciendo en capas sedimentadas de impunidad, autoritarismo, corrupción, en el marco constitutivo de las fuerzas desatadas del capital y la derrota de la política en continuidad con el proyecto de la dictadura.

La violencia institucional sobre los cuerpos, en democracia especialmente, no es posible sin la complicidad simbólica, es decir, sin la existencia de un sentido común en el que de alguna manera se aparezca como aceptable para gran parte de la sociedad.

Durante la larga década neoliberal, se fue consolidando una cultura donde unas vidas tenían valor y otras, particularmente la de los jóvenes de sectores populares, no valían para nadie. Formaban parte de los desperdicios de los que ganaban. Una cultura, donde unos eran ciudadanos consumidores (indistintamente) y otros eran asumidos como los causantes del deterioro, por lo tanto eliminables; donde cotidianamente aparecía la lista de los muertos con nombres propios y los muertos olvidables.

La cultura, aquello que se vive como verdad, como sentido común por fuera de la historia, en un doble movimiento a través del cual se reconoce el poder (poder de nombrar) y se desconoce (el proceso político histórico que hace posibles esos modos de nombrar la vida común).
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La cultura no es nunca solo lo que se distingue de la naturaleza, o solo el reflejo de las condiciones materiales de existencia, sino que es ese entramado hecho de leguaje y barro al calor de las fuerzas de la historia que permite que vivamos como verdad lo que podría ser de otra manera.

Los medios de comunicación, en tiempos de tremenda concentración ocuparon un lugar central para el modelaje de las culturas contemporáneas bajo el signo de la llamada seguridad ciudadana. Y fueron así los responsables de inscribir una simbología común en la que unos jóvenes eran los casi ángeles del mercado, y otros los desangelados culpables de todos los males de la sociedad. Pero no solamente eso, sino que además los medios legitimaron que sobre esos desangelados valía todo, incluso torturarlos y desparecerlos.

Mucho se está trabajando contra esa maldita policía y también contra esos malditos medios. Tenemos que entender que ninguna de las dos instituciones pueden vivir sin la otra: esta policía siniestra que tortura jóvenes pobres es posible también porque existen estos medios siniestros. Por eso son necesarios los abordajes integrales y por eso es necesaria la política, esa que se diferencia de la administración de lo dado porque justamente viene a transformar lo existente.

Télam, 20 – 01 – 13

La Quinta Pata

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