domingo, 24 de febrero de 2013

Las leyes del inca (II)

Mary Ruiz de Zárate

Tribunales militares
En el ejército, los jefes a sus respectivos niveles, dependientemente de sus funciones netamente militares, tenían otras tareas parecidas a las de los chunca camayú, pues descubierto un delito, instruían inmediatamente la causa, procesando al presunto culpable. Los juicios se efectuaban con los soldados de pie, en la plaza del campamento. Cada sentencia se llevaba en cuenta por quipus y, además se enviaba referencia de ella por este mismo sistema al chunca camayú civil de la decuria a que pertenecía el infractor.

Resultaban severamente sancionados los que se atrevían a destruir sembrados, aun cuando estos fueran propiedad del enemigo, los que saqueaban pueblos y los que se atrevían a violar mujeres. La insubordinación a los superiores jerárquicos se castigaba con la pena capital, al igual que la deserción frente al enemigo (…)

En general, tanto para el ejército como para la organización civil se mantenían siempre de recorrido unos funcionarios especiales del inca que visitaban los diversos distritos, pesquisando y viéndolo todo. Estos funcionarios, que ejercían unas funciones parecidas a las de los inspectores de hacienda, eran llamados los tucuy ricoc.

Leyes agrarias
Después de conquistado un territorio y de asimilado este al imperio, se enviaban ingenieros a la región para que construyesen acequias de agua. Estos ingenieros, como el famoso Apu-Allpa-Rimachi, inmediatamente planificaban los trazados de nuevas ciudades, encargándose los agrónomos del estudio del suelo y su mejoramiento para su utilización.
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Los maestros de obras sacaban las acequias necesarias, según las tierras aprovechables, resultando por consiguiente que las porciones áridas y secas se convertían en floridos vergeles por la mano del hombre. Otras veces se abrían las acequias para regar dehesas cuando el otoño detenía sus aguas, tratando de asegurar el pasto para su cuantioso ganado – llamas, vicuñas, alpacas y guanacos, estos últimos más difíciles de domesticar.

Sacadas las acequias, las ponían por cuadros para que los campos recibieran bien el riego. En los cerros y laderas de las montañas hacían andenes para allanarlas, echando tres muros de cantería fuerte, uno por delante y dos por los lados. De esta forma iban ganando el cerro, poco a poco, hasta que lo cultivaban por completo.

La ley establecía que, una vez terminadas las obras de mejoramiento del terreno, se repartiesen estas en tres partes: una para el sol – valga decir el estado – otra para el inca y una para el pueblo natural de la zona. La división se efectuaba con el propósito capital de que cuando creciera el pueblo, pudiera disminuirse la parte del inca o la del sol.

Se repartían otros terrenos – de secano – para el cultivo de la papa, la que deshidrataban después de cosecharla por un curioso sistema, para que sirviese en la temporada seca como alimento. La coca, la quinua y el añus, por sus cualidades alimenticias, también eran cultivados en terrenos extras.

Las tierras se otorgaban en usufructo uno o dos años y las que necesitaban rotar cultivos las dejaban descansar para evitar su total empobrecimiento.

Las tierras para el maíz se sembraban todos los años, pues las abonaban con estiércol y en las regiones costeras con pescados frescos: sardinas.

A cada indio le daban un tupu que equivale a una fanega – medida agraria de Castilla que equivale a 65 á y 596 má – para sembrar maíz. También se llamaba tupu a la medida que produjera en vino una fanega. El agua igualmente se medía por tupus.

La semilla para los cultivos siempre la aportaba el estado de los almacenes o depósitos del sol, entregándolos por pocchas, medida de cantidad.

Un tupu bastaba, según la ley, para el sustento de un hombre casado y sin hijos. Luego que los tenía, le daban al agricultor un tupu adicional por cada hijo varón y medio tupu por cada hembra. Cuando el hijo se casaba, el padre le entregaba el tupu recibido a su nacimiento. Si se casaba la hembra, entonces su padre entregaba su medio tupu al estado.

El abono de guano de aves lo recibían los agricultores del estado, que lo recolectaban en las islas cercanas a la costa, donde lo depositaban millones de aves migratorias todos los años. Estaba terminantemente prohibido matar alguna de estas aves, por temor a que se espantasen del lugar.

El agua para el riego se controlaba por funcionarios del inca y la medían cuidadosamente, ya que por experiencia sabían el espacio de tiempo necesario para irrigar una porción de terreno y no podían desperdiciar el valioso líquido.

El riego diario se efectuaba a horas fijas y se castigaba al vago o negligente que descuidara regar su tierra.

Ninguna tierra se poseía en propiedad, pues todas se consideraban como reales dominios del sol, que las entregaba para su usufructo a sus hijos. Cuando un hombre fallecía, las tierras pasaban al estado nuevamente.

La contribución sobre los productos no existía pues se pagaba con trabajo que todos estaban en la obligación de prestar a la comunidad, por ley.


La comunidad labraba la tierra de los impedidos
La labranza y cultivo de la tierra también se encontraban reglamentados por la ley. Primero se roturaban las del sol; luego de cosechados sus productos, estos pasaban a almacenes estatales, donde se destinaban a proveer las necesidades de los ejércitos y al intercambio de productos artesanales. Todo se revertía en beneficio popular, pues se daban, merced a este canje, productos artesanales, lana y algodón a los labradores.

Luego de roturadas las tierras del sol, se trabajaban las de las viudas y huérfanos, las de los impedidos por vejez o incapacidad física y también las de las mujeres de los soldados en guerra.

Responsable de que se cumplimentase esta disposición eran los llactacamayu, que debían permanecer vigilantes de la buena marcha de todo el proceso agrícola.

Determinados días de la semana, el llactacamayu efectuaba un llamamiento a los vecinos subiéndose a un elevado torreón y tocando una trompeta. Una vez reunidos los labradores, se les notificaba qué faena les correspondía y se le señalaban los campos a cultivar. Resultaba de obligatorio cumplimiento que cuando los trabajadores fuesen a hacer sus labores en terrenos de viudas, huérfanos e impedidos llevasen su comida del día pues no debían resultar gravosos.

Terminadas las labores en las tierras de viudas e impedidos, cada uno labraba las suyas, ayudándose los unos a los otros, como se dice: a tornapeón; luego, finalmente cultivaban las tierras del curaca y la del inca.

En tiempos de Huayna Cápac en un pueblo de los Chachapoyas, un llactacamayu antepuso las de su pariente, el curaca, a las de una viuda y lo ahorcaron por quebrantar la ley del inca. La horca se alzó en tierras del curaca.

Los miembros de la familia real del inca no se hallaban exentos de la prestación personal del trabajo en todos los órdenes y en cuanto a la agricultura se era muy riguroso en el exacto cumplimiento de las tareas tanto para los hombres como para las mujeres, pues las ñustas y las pallas (mujeres de la casa real) debían concurrir también.

A este efecto, y dedicados a los incas, existían en el Cuzco unos andenes llamados callcampata, situados en las laderas de un cerro.

El Tahuantinsuyu, primer territorio americano regido por un sistema comunitario de gobierno, no conoció los pobres mendicantes pues los bienes y frutos se repartían equitativamente. Con una estricta legislación que prohibía la vagancia, considerada delito igual que el adulterio, que castigaba los vicios con severidad, pueden considerarse los incas, sin lugar a dudas, como los más grandes legisladores de América y situarse entre los primeros del mundo en establecer leyes de carácter socialista.

Para restaurar las perdidas instituciones incaicas y las sabias leyes, un descendiente de los doce reyes; Túpac Amaru II, alzó las banderas de la rebelíón contra el bárbaro invasor destructor de su ancestral cultura.

Hoy, en el pueblo peruano pervive el saludo que les legara Manco Cápac, el primero de los incas: Ama sua (no seas ladrón), Ama kjella (no seas ocioso), Ama Llulla (no seas mentiroso)

Juventud Rebelde 03 – 06 – 70

La Quinta Pata

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