domingo, 24 de febrero de 2013

Un viaje a Mendoza (III)

Finalizamos en esta entrega de El Baúl este largo y accidentado viaje que comenzó en “Buenos Ayres” y ha llegado a Mendoza. Una vez satisfechos nuestros menesteres y vituallas nos largamos al Ande hacia la República de Chile.
Eduardo Paganini

Gaetano Osculati

Mendoza
Mendoza dista más de 300 leguas de Buenos Ayres y más de 80 de S. Jago [sic](1) de Chile. Yace en una amena llanura en la ladera de los Andes y tiene un clima templado. Está dividida casi en su mitad por un canal llamado Sanjón [sic], que deriva del río Colorado (a); no es muy extensa, contando sólo con 16 mil almas, cuya mayoría viven en un suburbio. Las casas tienen un solo piso con azotea, las calles son lindas, espaciosas y pavimentadas, las más concurridas son las de S. Domingo y de la Patria; la plaza es un amplio cuadrado. El paseo es una hermosísima arboleda de álamos, larga una milla y adornada de un obelisco, entre dos límpidos arroyitos, en el medio de lindas praderas desde las que se disfruta de una magnífica vista de los Andes. Las mujeres tienen buena estatura pero en su mayoría son deformadas por el bocio, atribuido a las aguas que bajan de los altos montes.

En 1824, el comercio era floreciente, tanto hacia oriente y la Argentina a los que se exportaban muchos cueros, cuando hacia occidente a Chile, hacia donde a lomo de mula se llevaban aceite, vino y pasas, pese a que la guerra había causado muchos daños. Los víveres se vendían a vil precio y más aún los alojamientos, se veían muchas casas cerradas — por ser proscritos o exilados sus dueños. El ávido y feroz general Quiroga había impuesto enormes contribuciones, exterminando a las familias renitentes sin miramiento de sexo o de edad y gozaba desde su azotea del espectáculo del suplicio, fumando tranquilamente su cigarrillo. Pero cuando tuvo la osadía de dejar la ciudad para sofocar una insurrección en Tucumán, viajando con su satélite Ortiz y la sola escolta de 6 soldados, fue asaltado cerca de Sinsacate por una partida de 24 hombres enmascarados, cuyo jefe lo lanceó dentro de su mismo carruaje e hizo exterminar todos sus acompañantes, con excepción de un postillón que se salvó por casualidad. Se encontraron en el lugar los once cadáveres con todas sus ropas intactas y la cabeza de Quiroga hincada en un palo. El número y clase de personas que a causa de esto fueron arrestadas después en Córdoba, Mendoza y Buenos Ayres dio a pensar que aquélla fue una venganza premeditada por mucha gente.(2)
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Deseando cruzar la cordillera de los Andes convinimos entregar a un arriero de mulas ocho pesos fuertes por cada animal de monta o de carga, para conducirnos hasta S. Jago. Compramos las provisiones necesarias y el 10 de enero comenzó la expedición, —época que allá equivale a nuestro julio— apenas se supo que en los nevados Andes estaban abiertos los dos caminos. Uno de éstos, el más breve y más arduo, se llama del Portón (b); sólo es practicable en febrero y marzo, es decir agosto y setiembre en nuestro país; el otro, llamado de Hupsá (c), tiene el doble de largo pero es transitable en enero también. Pero en la mayor parte del año altas nieves obstaculizan el paso y muchos correos pierden la vida a causa del frío, avalanchas o caídas.

Escoltados por tres guías comenzamos el viaje; a mediodía nos encontrábamos ya en la ladera de la montaña, el calor era grande y no había agua que tomar. En el primer repecho encontramos una mísera casa cuyos moradores estaban cosechando un poco de cebada; se trata de gente muy frugal que se alimenta casi exclusivamente de macheá, especie de polenta hecha con maís [sic] tostado, sin condimento alguno. Durante el viaje llevan consigo una bolsita de esta harina, preparándola en pequeña cantidad vez por vez, cuando pasan cerca de algún arroyo; el agua es su única bebida. Alrededor de sus tugurios hay a veces pollos y corderos, pero les tienen tanto apego que raramente los venden o los comen. Después de visitar una fuente sulfurosa que estaba a 62 grados centígrados, hicimos un alto, al ponerse el sol, en un valle que nos pareció menos expuesto a la violencia del viento. Pero nuestro descanso fue interrumpido por una recia tormenta: apenas nos dio el tiempo para taparnos con los largos abrigos de piel, que con esa finalidad se llevan en el viaje, y colocar debajo de las petacas o valijas algunas piedras que dieran paso al agua sin arrastrarlas, cubriéndolas a la vez con colchones. Por la mañana perdimos más de dos horas en reunir a las mulas dispersas en el valle en procura de pasturas.

El arriero que va a cruzar los Andes se pone en marcha en las primeras horas de la mañana y procede a paso de caravana durante todo el día, y sólo cuando el calor es excesivo o los parajes son muy peligrosos hace un alto de dos horas. El viaje nocturno es peligroso y por ello al atardecer, el arriero para en un lugar que le parezca más favorable para que pasten las mulas. Se dejan vagar éstas, libres y descargadas pero rara vez se alejan, siguiendo a la yegua (equa) que con una campanilla en el pescuezo acompaña siempre a toda manada de mulas.
Después de andar entre despeñaderos y precipicios de roca desnuda, descansamos un largo rato en el paso de una montaña, cerca de un lavadero donde algunos Indios estaban lavando la tierra que habían cavado en una mina de oro. Transportaban la tierra en un canasto y la arrojaban dentro de un agujero practicado en un arroyito, revolviendo sin tregua para que el agua corriente se llevara todo el barro y se tomara clara, dejando en el fondo los guijarros, la arena y el oro; después, desviando el agua, quebraban con una maza los guijarros en trozos diminutos para volverlos a lavar hasta que quedaran sólo las pepitas y el polvo de oro. A lo largo del camino se encuentran con frecuencia los rastros del trabajo, notándose acá y allá tierra removida. La mina de plata que se halla hacia Uspallata es la más rica del Cuyo.

Bajando por una empinada ladera aquel monte, tuvimos frente a nosotros la alta cresta de la Cordillera que corre todo a lo largo la América Meridional, desde el istmo de Panamá hasta el estrecho de Magallanes, cubierta de hielo aun bajo la zona tórrida. De noche llegamos al resguardo o aduana de Hupsá y tuvimos el cuidado de acomodar mejor la carga y de herrar nuevamente las mulas. El inspector, mientras tanto, no quería dejarnos seguir si, además del pasaporte, no presentábamos también el porte de armas expedido por el gobernador de Mendoza. Pero, no queriendo esperar en aquel hórrido lugar la llegada de un permiso y percatándonos de que aquél no era más que un pretexto para usurparnos las armas, aprovechamos de la superioridad de nuestras fuerzas sobre aquélla de sus dos soldados y de los escasos transeúntes que había congregado y después de una vivaz disputa seguimos adelante a pesar suyo.

(1) Vale recordar que el nombre Santiago es la evolución etimológica de San Jacobo. Por lo tanto, este “Jago” del original no debe ser visto como errata.
(2) Este comentario indica que el cronista escribe a posteriori del año 1835, lo cual se contradice con el año 1834 aportado por el editor Grünwaldt Ramasso.
(a) Es error porque el Zanjón deriva del río Mendoza. Nota del Editor.
(b) ¿Será Portillo?
(c) Uspallata


Nota del editor: Sin duda, el autor de estos recuerdos de viajes, el italiano Gaetano Osculati confundió nombres geográficos y de la flora y la fauna, además estuvo mal informado sobre algunas costumbres de la Argentina y de la tragedia de Barranca Yaco.

Baulero: Eduardo Paganini

Buenos Aires, San Luis y Mendoza visto por un viajero italiano en 1834 , en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza , Segunda Época, Nº 11, Primer Tomo, Mendoza, 1987. Traducción del italiano por el Dr. Jorge Grünwaldt Ramasso.

La Quinta Pata

1 comentario :

Aereos a Mendoza dijo...

Mendoza es una bellisima provincia de Argentina, y también una ciudad muy linda.
Saludos

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