Ramón Ábalo
En una época el género musical más expectante para los argentinos era el sainete, en especial para los porteños de la calle Corrientes, emblemático espacio del espectáculo de la gran urbe. Uno de esos sainetes se hizo famoso a partir del título y de sus actores y actrices. Se llamaba "Ya tiene comisario el pueblo", y aunque era un relato muy sencillo hacía furor en esa época. Y esto viene a cuento por la nominación para Papa, y que logró capitalizar el argentino cardenal Bergoglio, una hazaña sin duda para la aristocracia eclesiástica del catolicismo regional y el fervor de algo más de un mil millones de feligreses, según las estadísticas que habitan esta América Latina de las venas abiertas y sangrantes.
La mayoría de esta feligresía es gente modesta, humilde y abierta a la fe y a la creencia religiosa, en este caso la católica. Pero con una destacada minoría que comparte el poder de las corporaciones económicas y financieras - como en todo el mundo - y de una iglesia orgánicamente estructurada como una verdadera corporación financiera e ideológica - el Vaticano - y un súper poder, que es el que ejerce en la subjetividad colectiva y cuasi universal (ecuménica), y el invasivo exterminio de cuerpos y almas de nuestros pueblos originarios despojados de sus propia deidades e íconos, de sus creencias. Es decir de sus hábitats, el propio y legítimo universo material y abstracto.
A partir de ahora Bergoglio, el Papa, será para el mundo católico -y del resto del mundo - una especie de comisario político e ideológico, como lo fue siempre el papado. Y según todos los antecedentes, el ahora Francisco, cubrirá el puesto - de comisario - con suma eficiencia para una exigencia imperiosa, que es la de poner en vereda las desviaciones morales de la cúpula vaticana y de gran parte de la curia en el mundo. No es tarea fácil, porque la recuperación ética a que se ve exigido para la subsistencia de una corporación en decadencia, apunta, en paralelo, a apuntalar al sistema político e ideológico del capitalismo, en plena picada también en los centros del sistema, o sea el norteamericano, la Europa central, Japón. Y con pérdida de influencia en la periferias.
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