Guillermo Almeyra
Valgan estas líneas como una autocrítica, no por lo que dije en mi artículo del domingo anterior sobre los casos de Islandia y Chipre, sino por lo que me faltó decir, ya que a veces, involuntariamente, el silencio avala el "sentido común" dominante (que es conservador y reaccionario).
Quise desplazar la atención del terreno ocupado por los economistas (que se preocupan sobre todo por la evolución del PIB y por el carácter neoclásico o keynesiano de las recetas que prescriben) para recordar que son los seres humanos los que establecen las relaciones económicas y por lo tanto, cuentan la historia, las tradiciones democráticas y de lucha y la diversidad en la estructura de clases de los países enfrentados al mismo desafío, así como la presencia o ausencia de dirigentes que, en cierto modo hayan favorecido la preparación de los cambios y la voluntad de los pueblos de asumir su destino. Dejando a salvo el diferente contexto internacional, quise destacar que nunca hay una sola solución para un problema y que la rebelión islandesa llevó a un crecimiento actual de cerca de 3% mientras el arreglo chipriota llevará a una caída del PIB en un quinto, por lo menos durante seis años más.
La lectura posterior de un importante y documentado artículo de Michael Roberts ("Tras la crisis de Chipre: la rentabilidad, la crisis del euro y los mitos islandeses", en la siempre indispensable revista Sinpermiso), me recordó el océano de tinta que había quedado en mi tintero. En primer lugar porque, obviamente, no hay una crisis de Chipre o de Islandia, sino una crisis en esos países, como expresión local de la crisis general del capitalismo. Evidentemente, de esa crisis general no se puede salir con políticas capitalistas y por lo tanto es falsa la disyuntiva entre el keynesianismo y la austeridad depresiva de tipo ortodoxo, ya que ambas políticas (la de Krugman y Stiglitz, devaluacionista, y la de Bruselas) se preocupan fundamentalmente por salvar al capital y dan por descontado que las víctimas de este deben pagar los desastres causados por sus explotadores y opresores.
▼ Leer todoEn efecto, como escribí, los islandeses derribaron un gobierno; impusieron una nueva constitución, que incluye someter a referendos las cuestiones importantes; rechazaron por referendo el pago de la deuda externa contraída por los especuladores y estatizaron los bancos. Pero, como demuestra Roberts, al subsistir el sistema, hoy, a cuatro años del choque de 2008 y de la movilización popular, dos de los tres principales bancos en quiebra fueron entregados a sus acreedores y ante la justicia fueron a parar solo los delincuentes financieros de segunda fila. Además, y sobre todo, la devaluación de la moneda soberana, que Krugman recomienda como solución también para Chipre, junto con la ruptura con el euro, si bien estimula las exportaciones y las inversiones, lo hace porque reduce los costos para el capital al disminuir brutalmente los ingresos y salarios en moneda local y regala a aquél una parte importante del anterior nivel de vida de los trabajadores. Así salió Argentina de la crisis del 2001 y así salió Islandia de la de 2008, y el porcentaje del PIB correspondiente al trabajo, incluso con el crecimiento posterior, no ha superado aún los años (ya malos) de fines de los 90 y subsisten los bolsones de desocupación, miseria, desempleo.
Entonces ¿todas las políticas son iguales y no hay solución?
No, no son iguales. Algunas políticas capitalistas son más feroces que otras. No es lo mismo que desde el extranjero te impongan la esclavitud hasta que pagues deudas ajenas, como en Chipre, que caer en un régimen de servidumbre para, a costa de una reducción de tus ingresos, como en Islandia, reforzar por años el poder de los que te hundieron y sometieron. Sí, no hay solución a la explotación con políticas destinadas a perpetuar el régimen de los explotadores y, en cambio, la hay si se desconoce la lógica del capital.
Es posible desconocer la deuda que previamente no haya sido declarada legítima por una auditoría que analice, caso por caso, quién y para qué la contrajo. Se pueden estatizar los bancos y destinar el crédito a la producción y la inversión, a cooperativas, mutualidades, grupos de productores-consumidores, agricultores. Nada impide establecer un control de cambios, importar solo lo necesario para la producción y el consumo, establecer el monopolio estatal del comercio exterior, cobrar impuestos directos proporcionales a los ingresos, eliminar el IVA y otros impuestos indirectos para fomentar el consumo. Es posible hacer un plan de choque de creación de puestos de trabajo productivos y estimular las cooperativas. Todas estas medidas –aunque no salen del capitalismo– afectan a los rentistas de todo tipo, a la usura, a los monopolios y favorecen a los pequeños productores. Sobre todo, combaten la desmoralización, alientan la resistencia, disminuyen la alienación y la naturalización del capitalismo, permiten a la población auto organizarse, proponer planes, asumir responsabilidades, gobernar y dan origen a un aparato estatal más dependiente de la voluntad popular y más flexible que podrá establecer otro sistema de alianzas internacionales, siempre dentro del mercado mundial capitalista, pero con mayor libertad de acción. Ese capitalismo de estado democrático, por supuesto, no tiene nada de socialista, pero no corresponde a los intereses políticos del gran capital y podría ser un punto de apoyo para nuevas luchas y un ejemplo para otros países.
Pero tal política necesita quien luche por explicarla, por demostrar su viabilidad, por comenzar a aplicarla con la organización de los trabajadores. Esto nos lleva nuevamente a la necesidad de la voluntad política para hacer posible una alternativa que existe, pero que depende de la conciencia, la organización y la decisión de los explotados.
La Jornada, 07 – 04 – 13
La Quinta Pata
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