Ramón Ábalo
Aquello de la "mano de obra desocupada" que apareció allá por los años ‘80 como señalamiento de un sector que había sido ocupado para las "duras y sucias tareas" de la represión, para muchos fue la afirmación de que con la llegada de la democracia, quedaba sin laburo. Fue un espejismo de que desde ese 1983 los argentinos recuperábamos la totalidad de los beneficios que debe depararnos un estado de derecho con la vigencia de la constitución y la plena garantía de ser todos iguales ante la ley. Ingenuidad y torpeza, potenciadas por la debilidad ideológica de los gobiernos institucionales de entonces, renuentes o temerosos a meter el bisturí hasta la médula en el cuerpo putrefacto de los genocidas, sus mandantes y cómplices civiles.
Ingenuidad y torpeza, incluso visión sesgada para comprender lo que había pasado. Renuencia a indagar y al compromiso de denunciar y embretarlo en el marco de memoria y verdad para que se juzgue y se haga justicia. Esto último se viene cumpliendo pero entre medio, al interior de esa justicia, aún quedan remanentes de la complicidad corporativa con los genocidas. Y afuera, las corporaciones civiles, el poder económico financiero, el poder real que tramó la estructura y los objetivos del terrorismo de estado en nuestro país, en toda Latinoamérica y el Caribe. El mismo que destruyó Irak, Afganistán, el que motoriza al estado fascista de Israel en el Medio Oriente, el capitalismo en general, en decadencia y crisis profundas en los países centrales, con planes estratégicos de dominio de nuestra región para salir del pozo. No es poco.
Mano de obra desocupada catapultada a provocar el caos desestabilizante en nuestra tierra menduca, que no es otro el objetivo de los atentados que se vienen produciendo desde hace años, y que recientemente apuntaron a las Madres de Plaza de Mayo, a los demás organismos de derechos humanos, a sus abogados y a miembros de las fiscalías y del tribunal oral, a periodistas, como es el del caso reciente de Alejandro Frías, del diario digital MDZ y columnista ocasional de La Quinta Pata, pintadas en Las Heras, Godoy Cruz, Guaymallén, Luján. En el sur, especialmente en San Rafael donde los organismos humanitarios cotidianamente tienen que salir a denunciar atropellos de la derecha, principalmente de la derecha confesional, que en esa región es muy fuerte.
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