domingo, 19 de mayo de 2013

La maternidad de los sapos

Alberto Atienza

Mendoza en la Feria Internacional del Libro

Los antiguos pensaban que los sapos nacían espontáneamente luego de las lluvias. Se descubrió que no es así. Pero algunas creencias similares que apelan a lo acomodadizo o a lo insólito, persisten en nuestros días.

Por ejemplo, se considera que para aspirar a un puesto en el ministerio de cultura, más precisamente, hay que expresar lisonjas en cualquier momento hacia nuestra respetable presidenta, a quien no le hacen falta por acción y obras, propagandistas pedestres. Parece que con eso basta para desempeñarse en cargos o conseguir un jugoso “chivo” con viajes, hoteles de lujo y comidas, todo sostenido por los contribuyentes (léase Feria del Libro de Buenos Aires). Y de paso, llevar a amigos que no necesitan gastar ni un peso: la gente, nosotros, pagamos todo.

El chaparrón lanza recuas de batracios desde su útero nuboso…No es así. Es lo mismo aceptar que la participación en reuniones de comité, en una suerte de ósmosis, faculta a algún avivado para hacerse cargo de cualquier tarea pública. No es cierto. Tampoco la exhibición de obsecuencia, expresada en ataques públicos, furibundos, encarnizados, a los enemigos del gobierno, como las burlas dirigidas al ex vicepresidente Cobos, por ejemplo, conllevan instrucción.

Ese criterio cobija la instalación en plano laboral público de advenedizos. Se trata de improvisados que saltan al ruedo. Recién llegados. Provienen de distintos estamentos políticos (otro peronismo, Unión Cívica Radical) por los que pasaron, como funcionarios de alto rango a lo largo de sus pancistas existencias. Cambian de ideología como de bar. Casi, tripudos anuros plasmados luego de un aguacero.

La permisividad, reiterada, sin control, incluye además el ensamble de compinches de alguna funcionaria, devenida en un cargo inmenso para su CI, amigos, que si revolean calcetines humedecidos por sus labios de adherentes, seguro que comienzan a ganar dinero que solventamos nosotros.
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Por fortuna esa suerte de mermocracia impera nada más que en sectores incruentos, como en la representación local en la Feria del Libro de Buenos Aires y en otras secciones de cultura. Gracias a Dios, en Estados Unidos son más estrictos en designaciones jerárquicas. Si la NASA funcionara en Mendoza y no en América del Norte todos los cohetes se vendrían en banda.

Ocurre que somos víctimas de la comisión de dos pecados muy graves: uno la carencia de un control de gestión efectivo. Nadie chequea, por ejemplo, el organigrama de la participación mendocina en la Feria del Libro de Buenos Aires. Entonces, se amontonan los amigos del organizador, que no es un funcionario de planta, sino un contratado por encomio, un diletante. Se trata de uno de varios trabajos que se pagan más de dos veces, como si el dinero de los contribuyentes, sobrara. Una, a los empleados diestros, sumidos en oficinas. Otra, el caso específico de la Feria, al aplaudidor que cobra dispendiosamente. Hay que agregar los gastos que implican los pasajes, estadías y alimentación de los amigos del alabancero. Algunos de sus elegidos
son muy aburridos y sus textos se convierten en nubes de sopor para los pocos espectadores que concitan.

En varias secciones de esa subsecretaría han tercerizado funciones. Estaban esas tareas a cargo de efectivos de planta. Bueno. No los llaman para que cumplan con sus trabajos. Un cantaor de loas se ha hecho cargo de todo. Así es como cobra también.
Se nota la carencia de una auditoría. Analizar qué se hizo, por qué y para qué. Falta la decisión de mejorar el producto. Agregarle complementos que la gente requiere cada vez más en las Ferias del Libro: espectáculos vinculados a nuestro arte, al vino y sus fastos. Figura en la historia de las presentaciones de Mendoza, en el día de la provincia, el salón, gran espacio, casi lleno de público. Lo peor que puede ocurrirnos a nosotros, es que sobren los blancos, tintos, los triples y empanadas…

Preocupados por la inseguridad, el robo de una corona vendimial y su mágico retorno como la licuefacción de la sangre de San Genaro, nadie se preocupa por el nacimiento de anfibios.

La Quinta Pata

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