Ramón Ábalo
Es una historia cuasi antigua y que se recicla al calor del reclamo humano que fue -y es- la construcción de un pueblo, de un país, la Argentina, y ahora ejemplo universal de Memoria, Verdad y Justicia.
La guerra civil española, entre julio de 1936 y marzo de 1939, no solamente fue el prolegómeno a la Segunda Guerra Mundial, sino que fue una de las guerras fratricidas más sangrientas del siglo pasado. Y en la que el fascismo y el nazismo encontraron el terreno abonado con el más putrefacto estiércol ideológico para iniciar la contienda que significó mucho más que treinta millones de muertos, entre militares y civiles, y la destrucción de gran parte de Europa y la entonces Unión Soviética. Precisamente la embestida del germen fascista-nazista, con la cara del franquismo, fue también el prolegómeno de una embestida anticomunista, acompañada inclusive por las potencias occidentales, o sea Estados Unidos, Inglaterra y Francia, con hipócritas políticas "neutralistas" ante el avance del hitlerismo sobre la Europa oriental.
Prácticamente fue una alianza, aunque no pactada, para hacer desaparecer a la Unión Soviética. La reacción derechista y capitalista contra el primer Estado en el mundo que proclamara el socialismo en camino hacia el comunismo se sentía amenazada. Les salió el tiro por la culata pero se pergeñó la guerra fría, ya con un Estados Unidos al tope de las potencias capitalistas, la que prosiguió aquella embestida, por otros medios, pero con el mismo objetivo de aniquilar al centro de la ideología proletaria ante el temor de que se extendiera por todo el mundo.
La República española, que tiene su versión iniciática en la década del 30, con un rico condimento ideológico de ese socialismo naciente, fue campo propicio para la experiencia del también naciente fascismo, fue destruida para ejemplo del resto del mundo. Francisco Franco, el autoproclamado caudillo de la España fascistoide, por la gracia de Dios, con las tropas moriscas que supo reclutar en la colonia marroquí, se apropió del poder a sangre y fuego, que prosiguió después de su victoria antirrepublicana española. Arremetió contra todos los derechos del ciudadano y de la población toda. Ya derrotado el enemigo en los campos de batallas, terreno donde se legitima la muerte violenta de unos y otros, él la prosiguió con la suma del poder en sus manos. Persecución y muerte, y desaparición sobre los millones de españoles derrotados. Se llenaron las mazmorras franquistas y allí la muerte fue una presencia cotidiana, previa torturas y escarnio. El gran García Lorca, poeta y conciencia popular es cuerpo y espíritu emblemático del genocidio franquista. Y también de la resistencia y esa memoria que es reservorio para que el mundo se reivindique con la verdad y la justicia.
Como lo es en esta nuestra tierra de estremecimientos, esos que mantienen en vigilia a la conciencia colectiva. Será por esto que la jueza argentina María Servini de Cubría oportunamente solicitó la extradición de cuatro genocidas franquistas a los que les constató que habían torturado y asesinado a ciudadanos españoles durante la dictadura omnipotente del Caudillo, después de terminada la guerra civil.
El Ministerio de Justicia español decidió dar curso a esas peticiones de extradición de González Pacheco, que está reclamado por delitos de torturas cometido sobre trece detenidos. La misma acusación sobre Jesús Muñecas Aguilar debido a las muertes de Celso Galván y José Ignacio Jiralte González. Los imputados cometieron las fechorías entre 1971 y 1975 en cuarteles de la Guardia Civil.
Servini de Cubría lleva adelante juicios por lesa humanidad cometidos entre 1936 y 1977, iniciados por un grupo de familiares de víctimas del franquismo. Esta requisitoria de la jueza tiene fundamentos en la concepción universal de los derechos humanos, en las políticas gubernamentales de la Argentina, pero fundamentalmente en el empeño solidario y la inclaudicable lucha de los organismos de derechos humanos, de los familiares de las víctimas, y de una gran porción de la militancia del campo popular.
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