domingo, 29 de diciembre de 2013

“Revuelo en el cementerio” excelente film mendocino

Alberto Atienza

Toda obra de arte encierra una propuesta múltiple. Esa entrega dirigida al público, el destinatario final, el privilegiado, más allá de los críticos, de los colegas, conlleva contenidos estéticos, éticos y a veces, en forma elíptica o frontal, constituye un juicio, duro juicio, a las mezquindades humanas, al pensamiento torvo y adocenado de una sociedad sumida en la hipocresía.

“Revuelo en el cementerio”, del cineasta mendocino Alcides J.C. Araya es un cortometraje de excelente factura en el que quedan al descubierto sentimientos atávicos y un enorme desprecio por la libertad, la juventud y el arte ¿Mucho no? Y… si. Un pueblo mendocino, igual en su sentir y pensar que casi todos los de la provincia, idéntico en su estructura conservadora a la Mendoza de ayercito no más. Ese “infierno chico” abre ante el ojo de Alcides, sin ningún pudor, todo el abismo de su mediocridad retardataria.

Apareció en Junín de Mendoza, en una pared externa del cementerio de la zona un mural. Presentaba una imagen con ciertos aires al dios fenicio Baal, una mezcla de deidad y demonio. Un pajarraco de perfil, una suerte de loro, le ofrece a su compañero de cuadro una copa.

Eso ocurrió de verdad. El autor, un joven pintor autodidacta de Junín. Las dos figuras, acaso por el lugar donde se materializaron (el paredón del camposanto) desataron una ola de miedo y revanchismo en gran parte de los habitantes del lugar. No les contaré el desarrollo del film, porque es mejor verlo. Si informo que tiene unos toques de humor espontáneos por parte de los aterrados y enfurecidos habitantes. Esos “gags” son muy celebrados por la concurrencia. Una duda. No se sabe si algunos de los que ríen piensan igual que esos testigos que se expresan. Se cumpliría así el precepto enunciado por Jean Paul Sartre en uno de sus magníficos ensayos sobre teatro. Dice el autor de “La Nausea” que la distancia y el rol asumido de espectador por parte del público (de cine y teatro) permite al cornudo de la platea reírse a mandíbula batiente del cornudo de ilusión que aparece ante sus ojos.

Por otra parte la película pone de relieve la eclosión de una forma del arte pictórico mendocino: los murales. Surgen en paredones. Algunos con reminiscencias de grafitis,. Convocan a simpáticos monstruos antes inexistentes, que nacen por la magia de esmaltes sintéticos y viajan desde los sueños infantiles de jóvenes artistas. Se trata de plásticos autodidactas, como el autor del Baal criollo y de su amigo loro. No sufren el desprecio que tanto afectó a los impresionistas en Paris cuando se les vedaba el ingreso al Louvre. Ellos usan la gran sala, de público cambiante, móvil, que es la calle. No les interesan los museos ni los sesudos comentarios. Entablan un lenguaje directo, amplio, con jóvenes y con otros no tanto. Algunas de sus criaturas, con largos cuerpos de saurios buenos, acompañan en imágenes horizontales que no se degradan a las miradas que surgen de ventanas de troles, micros y autos en movimiento.

Lo que llama la atención es que esos muchachos enrolados en el arte eligieron un lenguaje difícil de expresar en pintura. Adelma Petroni, plástica porteña, muralista, señalaba las enormes dificultades que arrojan esas macro obras. No permiten, por ejemplo, la más mínima diferencia en escalas, cuando el proyecto obliga a respetar ese canon.

En síntesis y de vuelta en la butaca del cine, una excelente película de Araya, desarrollada en un “tempo” manso como el que aun perdura en los pueblos. Mezcla con suma habilidad pautas del periodismo con recursos fílmicos. La acción no decae. Los actores y actrices son los mismos vecinos que se opusieron al mural. Y vuelven a hacerlo frente a las cámaras. Sostienen “verdades” sin que les importe si sus opiniones son analizadas de modo crítico por otras personas.

Buen trabajo que anuncia un crecimiento de gran nivel en Araya, un realizador que ya muestra en esta impecable obra condiciones absolutas para ingresar de lleno en el alto cine de ficción o de base histórica.

La Quinta Pata

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