domingo, 16 de febrero de 2014

La gran esperanza blanca, ¿para cuándo?

Ricardo Nasif

La edición es breve. 1 minuto y 55 segundos de intercambio verbal en el comedor de Mirtha Legrand, entre el entonces candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, durante el año 2003 [i].

Como Muhammad Alí contra un espectador de box de cuarta fila, Chávez sin despeinarse le sacudió un par de soplidos dialécticos al joven Mauricio que lo dejaron sin aire y balbuceando los más endebles y manidos argumentos.

- “¿En su país le gusta a la gente siempre hablar del pasado?” – le inquiere el ingeniero al comandante, durante la charla.

- “El pasado es parte del presente…”, - le responde Chávez, mirándolo como el gato maula que se va a divertir con el mísero ratón-. Y continúa: “… no se pueda manejar el presente sin entender el pasado, sobretodo hoy en América Latina. Porque el pasado es terrible. Todo ese plan neoliberal que aquí nos vendieron, que tiene a Argentina como el modelo y aquí está el resultado…”

El venezolano conocía de sobra los saldos y retazos del Consenso de Washington -que él resistió en soledad junto a Fidel Castro- en el laboratorio social argentino: un país incendiado, con más de la mitad de la población en la pobreza y un cuarto de los laburantes sin trabajo.

Hoy celebramos que referentes de la derecha liberal argentina por fin hayan entendido que la lucha por el poder político debe darse en el marco de la democracia y que aspiren a conquistar la voluntad popular por el camino de las urnas y no de la destitución de las autoridades constitucionales.

Sin embargo, los neoliberales presidenciables actuales, desde los Macri a las Carrió, pasando por los Massa, los Cletos y los Sanz, se empeñan aún en los mismos latiguillos de la apertura económica al mundo –ese eufemismo de dependencia económica- y la prevalencia del mercado sobre el Estado, que nos llevaron a la ruina.

A ellos y sus seguidores, le hacemos una humilde invitación desde aquí: escuchen el consejo de Chávez a Macri, métanse con el pasado, que hace bien.

En la historia del liberalismo argentino hay notables intelectuales, ocultados por la redacción de la historia dominante, cuyo pensamiento resulta indispensable recuperar.

Desde los cursos secundarios a los claustros universitarios, cuando se encaran las últimas décadas del siglo XIX se insiste en reconocer en lo que se llama “La Generación del ´80” a quienes serían los padres de la modernización argentina. Una especie de clase dirigente partidaria del liberalismo, heredera de otra generación, la del ´37, que actuaría en forma homogénea y unívoca. Se supone que ellos impusieron el progreso y a ellos deberíamos agradecerle eternamente haber hecho de esta patria el “granero del mundo” y la cuna de la civilización sudamericana.

Pero hay profesores de Historia, inquietos y más bien disconformes con los relatos tradicionales, como Jorge Oscar Sulé, que han puesto en cuestión algunos supuestos: la pretendida coherencia ideológica de los liberales y la presumida conformación de una generación como un bloque uniforme.

En el libro “Los heterodoxos del ´80”, Sulé nos enseña que tal élite, lejos de impulsar un proyecto nacional, se dejó empujar “… por los centros del poder mundial y especialmente Inglaterra, de donde partieron las fuerzas modeladoras hacia una Argentina receptiva, a la que se le quiso imponer un destino pastoril, proveedora de materia prima.”

Entre los disidentes del proyecto de país de Alberdi, Mitre, Sarmiento y Roca estuvieron Mariano Fragueiro, Aditardo Heredia, José y Rafael Hernández, Francisco Fernández, Miguel Navarro Viola, Nicolás Calvo, Carlos Guido Spano, Olegario Víctor Andrade, Evaristo Carriego, Aristóbulo del Valle, Adolfo Saldías y Vicente Fidel López, entre otros tantos.

Mientras Alberdi, raíz inspiradora de la llamada “Generación del ´80”, había propuesto en su libro “Bases…” la libertad absoluta del comercio, la libre navegación de los ríos interiores como si éstos fueran patrimonio universal y un Estado débil frente al capitalismo europeo, entre 1851 y 1852 Fragueiro ya apoyaba la idea de un fuerte proteccionismo industrial y un rol protagónico de un Estado independiente.

Para este precursor de la disidencia liberal, el Estado debía tener el monopolio en materia bancaria, crediticia y financiera; tenía que controlar los ríos interiores, los yacimientos mineros y hacerse cargo de la construcción de ferrocarriles con fondos nacionales.

Textuales de Fragueiro:

- Sobre el crédito: “ … si bien el dinero debe ganar un interés, éste debe tener cierto límite y no hay otro medio para establecerlo que centralizarlo en el crédito público…”

- Sobre la libertad: “ … La libertad absoluta, en todo orden es libertad para los poderosos, que son pocos individuos y es opresión para los débiles que forman las masas, es protección al capital, favor al rango aristocrático y restricción para las capacidades demócratas.”

Cuando los capitales británicos eran la punta de lanza del progreso impulsado por los liberales dominantes, no todos veían en las libras esterlinas la salvación de la patria. Aditardo Heredia, por ejemplo, en una tesis doctoral de 1876 les preguntaba: “ … creen que la Inglaterra sería como es, la nación más rica del mundo, si los ferrocarriles que la cruzan, sus numerosas fábricas, sus minas de hierro y de hulla y millares de naves perteneciesen a capitales extranjeros.”

No lo preguntaba Marx, ni Lenin, ni el Che, ni Chávez, sino un patriota liberal, que hoy merecería ser leído por quienes se reivindican como tales.

Porque el pasado, mal que le pese a la derecha, es parte del presente.
[i] Para ver el video: http://www.youtube.com/watch?v=rjT2JoLJi_g

La Quinta Pata

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